El río Paraná se encuentra atravesando la peor bajante histórica desde 1971. Y la mejor noticia de la semana la publicamos el martes, cuando anunciamos que Brasil, por pedido de la Cancillería de la Argentina, había abierto las compuertas de la represa hidroeléctrica Baixo Iguaçu para dejar pasar 350 metros cúbicos por segundo de agua. Ello trajo cierto alivio a los pobladores de Puerto Iguazú, ya que el nivel hidrográfico trepó hasta los 5,50 m, según datos oficiales de la Prefectura Naval Argentina. De todas maneras, lejos del volumen óptimo para que las Cataratas recuperaran su atractivo visual.
Como la crisis hídrica continúa y afecta no solo a la pesca, el turismo y la naturaleza, sino también a la navegación comercial y al riego, hoy el Gobierno Nacional solicitará a Brasil y Paraguay que abran las compuertas de la represa de Itaipú (una de las más grandes del mundo en su tipo) para dejar pasar otros 1.500 metros cúbicos por segundo al río Paraná.
La crisis ambiental es peor que la pandemia
Una dimensión más acabada de la realidad nos la da lo que ocurrió la semana pasada en Rosario, cuando la altura del río Paraná descendió por debajo del metro de altura, un nivel que no se registraba desde el 10 de enero de 1989, y que derivó en mayores problemas a la logística en los puertos de la región para la carga de los buques en plena etapa de cosecha de granos gruesos, a los que les exigió extremo cuidado durante las maniobras para evitar varaduras.
Como aún desconocemos con certeza si el pedido argentino a los gobiernos vecinos será cumplido y, en caso afirmativo, cuando ocurrirá, nuestra única realidad para hacer cálculos es la del agua que ya sabemos que está en el cauce del río Iguazú. Entonces, surge la pregunta inevitable: ¿cuánto demoraría hipotéticamente el agua en llegar desde Puerto Iguazú a Rosario a través del cauce del Paraná?
“El cálculo es muy difícil y orientativo –aclara la estudiante de ingeniería María Sol Barritta mientras prepara su tesis–, porque deberíamos tener en cuenta muchos datos con los que a priori no contamos de manera rápida: tipo de suelo, variación del ancho del cauce, meandros, accidentes geográficos y naturales... Los únicos datos matemáticos que conocemos son: la altura a la que se encuentra Puerto Iguazú (139 metros sobre el nivel del mar), la altura de Rosario (31 msnm), la longitud aproximada del río Paraná en ese tramo (unos 1.340 km), el ancho promedio (entre 1 y 2 km) y el caudal de agua erogado por Brasil: 350 m3/s”.
“Para que el ejercicio sea más didáctico imaginemos que estamos en un laboratorio de ensayos donde todas las condiciones son ideales y el volumen de agua se mantiene constante –comenta Barritta–. Nuestra única misión es poner un barco de papel al borde de un tobogán imaginario que está en seco, abrir una canilla para que el agua empiece a correr y avisarle a un amigo que espere nuestro barco en la otra punta, a 1.340 km de distancia. Más le vale que espere sentado porque, sobre la base de los datos anteriores demorará entre 9 y 16 días en llegar. Es muy importante destacar –insiste– en que todos estos cálculos son meramente hipotéticos, porque exigen muchas variables más que no fueron consideradas en esta ocasión”.
Y si cruzamos su resultados con las gráficas de altura de los ríos que actualiza Prefectura, Barritta tiene razón, porque tres días después de que Puerto Iguazú tenía 5,50 m, la altura de otros puertos misioneros mostraba cierta tendencia a la alta, pero Goya, ubicado a unos 760 km se encontraba casi exactamente igual que la semana anterior: con 1,33 m. Por lo que para ver un mínimo repunte del cauce, aunque más no sea para que los peces no queden varados y resulten “cazados” por pescadores furtivos, o los campos puedan ser regados a través de los canales internos, tendremos que esperar al menos dos semanas. Desde ya que todo puede cambiar si en el radar climático aparece un tormenta de dimensiones importantes o Brasil decide liberar mayor cantidad de agua no turbinada, por Baixo Iguaçu o por Itaipú, pero por ahora no hay certeza de todo eso.
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