Sí, la crisis ambiental es más grave que la actual pandemia, porque el Coronavirus es una parte de ella, apenas un “síntoma”. Los otros se manifiestan en la pérdida de la biodiversidad, la contaminación en las tres áreas de la biosfera y lo que en definitiva se traduce en: la merma progresiva del capital de especies de valor medicinal, comestible, industrial, artesanal, ecológico, cultural, estético, etc.
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La pandemia pasará, como pasaron otras. Dejará enfermos y muertos. No saldremos ilesos, pero engrosará la fila de recuerdos que ejemplifican la relación entre la salud humana y el ambiente. Mejor dicho, nos ratificará que la salud es una sola. Ya en el siglo XIX, el médico alemán Rudolf Virchow (1821-1902), considerado el “padre de la patología moderna” había dicho que “no existen límites, ni líneas divisorias entre la medicina humana y la animal”. El coronavirus le dio la razón una vez más.
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Sabemos que esta crisis no es la primera ni será la última, pero son muchas las personas que vislumbramos una oportunidad diferente para la sociedad actual. En estos días de cuarentena han surgido manifestaciones deseando que se materialice un cambio de tipo bisagra a escala planeta. Un “antes y después” del Coronavirus. Y ojalá así sea, pero convengamos que es improbable, aunque no imposible. Recordemos que estamos en manos de políticos, y que ellos están secundados por economistas. Una dupla que durante décadas nos jaquea con sus desaciertos, obligando a reinventarnos, perseverar o sobrevivir. También ellos dejan su tendal. Más si contrastamos las inversiones bélicas con las científicas, ambientales y educativas.
Después que la tormenta pase, ¿hacia dónde orientarán sus decisiones? No lo sabemos. No sé si ellos lo saben. ¿Lo harán hacia un desarrollo que se base inéditamente en conservar lo que queda de paisajes y especies silvestres o apretarán el acelerador para recuperar los ingresos económicos a cualquier costo? Es fácil suponer que -como buenos políticos- responderán "un camino intermedio, ninguno de los extremos". Pero me permito dudar de su aparente prudencia. Si realmente van a cambiar será porque la mayor parte de la sociedad (o los votantes, dicho en sus términos) se manifestarán con presión mediática en esa dirección. Es que suelen obrar por conveniencias y no, por convicciones. La actual situación demanda un cambio de política ambiental, de política económica… ¡de política! Porque la política, como la salud, también es una. Los innovadores tendrán que considerar que la crisis ambiental (que engloba la superpoblación, la marginalidad, la pobreza, el consumismo, las técnicas productivas, la distribución de la riqueza, los valores educativos) tiene mayor complejidad y exige acuerdos internacionales que se cumplan y no, para sacarse una foto.
Sin dudas, hay una parte de la sociedad que se dio cuenta de la necesidad de este cambio. En esa gente, sí confío, porque toda adversidad ofrece oportunidades pedagógicas. La actual epidemia nos enseña que sin acuerdos previos la mayor parte de la humanidad pudo adoptar similares y simultáneas soluciones para resguardarse. En algunos casos, con la velocidad que aconsejó la inteligencia y en otros como respuesta tardía al padecimiento que acarreó la subestimación del problema. Ahora, el gran desafío que configura la crisis ambiental sigue esperando una respuesta: si será veloz o tardía dependerá de nosotros (o la mayoría de nosotros).
El distanciamiento social recomendado con la cuarentena nos permite razonar la importancia que tienen las emociones. Por ejemplo, las de un abrazo de un ser querido. Ojalá que la distancia que hemos tomado del mundo silvestre también nos despabile. Si somos conscientes que nuestra especie necesita la naturaleza debemos incrementar tanto el conocimiento como el amor hacia ella. Esos son los verdaderos valores que podrán salvarnos.
*Claudio Bertonatti es asesor científico de la Fundación Azara e investigador de la Universidad Maimónides.
at Claudio Bertonatti*
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