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LUGARES | 28-03-2013 05:30

Los mágicos Esteros del Iberá

Un lugar que invita a ser descubierto, casi como territorio vírgen que aparece entre un mar de juncos y deslumbrantes espejos. Galería de imágenes.
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A primera vista, los Esteros del Iberá parecen sólo una línea desprolija y delgada de juncos y embalsados que a cierta hora de la tarde reflejan como espejo las nubes y la puesta del sol. Sin embargo, a medida que uno se acerca a las islas flotantes y se interna en los canales comienza a descubrir toda su exuberancia.

Con la idea de efectuar un relevamiento fotográfico del humedal, iniciamos un exhaustivo recorrido de toda la región, y no fue tarea fácil. En esta extensa geografía conviven ciervos de los pantanos, venado de las pampas, corzuelas, dos especies de yacaré, monos carayá, carpinchos, el aguará guazú y el lobito de río, entre muchos otros. Y también más de 350 especies de aves forman parte de uno de los biomas con mayor biodiversidad de la Argentina. Era obvio que necesitábamos de guías locales y especialistas para que nos ayudaran a comprender los hábitos de ese entramado de naturaleza.

José Martín no sólo es correntino, sino que se crió en Colonia Carlos Pellegrini, a orillas de la laguna Iberá, y su patio de juegos de chico incluía toda esta maravilla natural. Muchos años atrás habíamos compartido una cabalgata y una caminata por una reserva que él mismo había empezado a formar en su campo, con visión de futuro. Desde ese momento lo consideré mi amigo. Esta vez nos recibía orgulloso en su nueva posada junto con Estrella, su esposa, haciendo gala de la cordialidad correntina.

Comenzamos la mañana en el monte. Silvina y José preparaban los caballos mientras Álvaro y yo perseguíamos un cardenal amarillo que lucía sus colores frente a su pareja. Luego de un galope leve y algunas anécdotas divertidas de José, nos internamos en unos bañados con el agua hasta los estribos.

Primero un carau, después un chima chima y de repente una jabirú, la cigüeña más grande de América, que puede superar el metro veinte de altura y con una envergadura de casi tres metros, nos sobrevolaba dándonos la oportunidad de sacarle fotos. A primera vista es inconfundible: el color negro de su pico, cabeza y cuello está separado por un collar rojo del blanco del resto del cuerpo emplumado. La cabalgata transcurrió entre la tranquilidad y la paz del entorno que nos brindaba el paraje de Cambá Trapo y los disparos silenciosos de nuestras cámaras, que marcaban cada encuentro con las aves del lugar.

Al día siguiente nos preparamos para recorrer la laguna Iberá, uno de los tantos espejos que forman parte de los esteros del Iberá. Una extensión de más de 20.000 km2 que cubre gran parte de Corrientes, y que junto con el pantanal brasileño forman el segundo humedal más grande del mundo. Gracias a su extensa geografía y a su difícil acceso, una gran variedad de fauna y flora encuentran en los esteros un refugio seguro donde vivir tranquilamente.

Ya en el muelle, Andrea, la hermana de José, nos esperaba con los kayaks listos para partir. Nuestro objetivo era relevar con imágenes las especies más representativas de este vasto ecosistema y lograr gracias a los kayaks un acercamiento silencioso que nos permita no solo retratar a los animales sino también observar sus conductas.

Esquivo ciervo de los pantanos

Comenzamos a remar sobre un espejo de aguas calmas. A nuestro paso, un alfombrado de amapolas de agua coloreaba la laguna meciéndose sobre su superficie. Sobre uno de los embalsados, formado por una extensa acumulación de plantas y polvo, un ciervo de los pantanos pastaba despreocupado.

Nos acercamos en silencio observando la reacción de sus orejas, atentas a cualquier ruido, y a suspender la remada cada vez que alzaba su cabeza. Luego de unos minutos nos encontramos a menos de dos metros suyo.

A diferencia de muchos fotógrafos que utilizan grandes teleobjetivos que les permiten retratar la fauna desde lejos, a nosotros nos gusta acercarnos hasta estar frente a frente con los animales. Esto también permite fotografiarlos con lentes angulares que brindan la posibilidad de darle importancia al contexto. Después de un rato nos retiramos y continuamos nuestro camino.

A proa, una garza mora a punto de despegar nos regaló unas imágenes de su vuelo al ras de los camalotales. Más adelante, Andrea divisó un grupo de yacarés que se asoleaban juntos sobre un montículo de tierra acumulada por el tiempo. Nos acercamos en forma transversal para que no se sientan encerrados y dejamos que la corriente nos empujara suavemente hacia ellos.

A medida que nos acercábamos podíamos contar más de seis yacarés encimados unos sobre otros disfrutando del sol. El espectáculo era impresionante, y la perspectiva que nos brindaba el kayak, casi al ras del agua, le agregaba dramatismo al avistaje. Observamos sus movimientos leves, su respiración profunda y nuestro reflejo en sus miradas. Mientras Andrea mantenía el kayak estable, trabando el remo entre las ramas sumergidas, aprovechamos a tomar imágenes.

Ya de regreso, una familia de carpinchos que jugueteaban en el agua nos acompañó curioseando por un buen rato. Desembarcamos tras un recorrido inolvidable donde nos encontramos con todas las sorpresas que los esteros esconden entre sus embalsados y nos acomodamos en el muelle para ver uno de los momentos más coloridos de la laguna, su apacible puesta de sol, con un desparramo de rojos, naranjas y azules que se reflejan en las aguas brillantes del Iberá.

Nota publicada en la edición 487 de Weekend, abril de 2013. Si querés adquirir el ejemplar, llamá al Tel.: (011) 4341-8900. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.

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Marcelo Ferro

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