Friday 19 de April de 2024
CAZA | 05-09-2016 13:14

La difícil caza de un ciervo con arco y flecha

En plena Patagonia, una compleja cacería que requiere de todos los sentidos.
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Llamuco, ahí estaba, en la imponente Patagonia, con la mirada perdida en la eterna cordillera, montañas ancestrales trazando elegantes ríos, el agua azul deshielando frías rocas, las escasas pintas de machinales empedernidos en las laderas, asomándose tras las primeras luces que se escapaban del Lanín en el lejano horizonte, un momento que ni el más fuerte olvido puede quitar de la memoria de un cazador.

Corrí con la suerte de que Ramiro Brué, mi gran amigo, me acompañase a atravesar el recóndito sur. Entre historias de inmensas truchas y relatos de monstruosos candiles, arribamos a Aluminé, la hermosa villa neuquina escondida entre vaivenes de rutas patagónicas que se escapan por entre los andes de cumbres blancas, un destino añorado para todo aquel que esté en busca del monstruoso colorado.

Juan Francisco Juanfri Cordero, dueño y manager, nos esperaba en la entrada de Llamuco: la estancia que remonta a épocas feudales fue selecta para la experiencia cinegética que teníamos por delante. Nos dieron la bienvenida el staff y el gourmet, junto a Gabriel Alamo, intendente de la localidad, quién apoya las actividades cinegéticas, de pesca y de cultura de la preciosa Aluminé, haciendo posible el desarrollo y crecimiento de la ciudad y las familias, fomentando estas actividades.

Las primeras luces del día ansiaban por desparramarse entre los nobles sureños, mientras José nos presentaba a Mario Ochoa y Tuna Labarta, quienes serían nuestros compañeros y quienes manifestaron que el bowhunting (caza con arco) es una cacería muy difícil de concluir en la montaña, ya que las inmensas extensiones de terrenos cuasi escalonados, daban ventaja al fetiche de la caza argentina: el ciervo colorado.

Un cazador de raza, tratándose del arco, conoce las dificultades y limitaciones que lo esperan. Retroactivamente, esto enviste de gloria al trofeo. De ahí mi iniciativa, y la de cualquier cazador con arco, de intentar coronar un trofeo colorado en las difíciles tierras andinas.

El momento había arribado. Alistamos nuestros equipos y mimetizados en uno de los picos del campo comenzamos divisar grupos de ciervos desde la altura, quienes dando estampidos hormonales de berreas entre milenarias araucarias y escondidos machinales, no habían percibido nuestra presencia.

Tras varios acechos frustrados, volvimos camino al lodge con la esperanza de abatir uno de estos monstruos patagónicos al siguiente día. Pero varios intentos se echaron sin suerte en las sucesivas salidas, tornando cada vez más fina mi ansiedad que pasaba desapercibida entre ratos de fly en el río Quillén junto a Tuna –el gurú de la pesca con mosca– y Ramiro.

En nuestra última mañana quedaban algunas horas para poder dar con el objetivo. Las sensaciones se reducían en la necesidad de abatir un trofeo. Caminábamos por entre la fría bruma siguiendo sonidos de bramidos salvajes con el optimismo de que nos condujeran hacia él, cuando de repente el tiempo se detuvo: noventa escasos metros nos separaban de la bestia colorada que lucía una cornamenta imperdonable: 16 gigantescas puntas coronaban al anhelado ciervo rojo.

Un exiguo descampado nos separaba. La adrenalina comenzó a fluir por mi sangre. Mario sacó su mirada del monstruo y me observó. No hizo falta más para comprenderlo, era el momento de desplegar todos mis instintos, el acecho final: los treinta metros que restaban para poder ponerlo a tiro. La flecha reposada sobre el rest daba indicios de lo que vendría. Comencé a reptar cortos pasos sosegados y cautelosos, como si mi vida dependiera de ese instante. Diez metros de acecho y la manada no había logrado notar mi existencia. Sin embargo, en ese momento cuando todo estaba casi alineado, una de las hembras seguidora del alfa, con el viento en su nariz, hizo un llamado de atención a la manada, que confundida comenzó a trepar lentamente por una ladera, alejando sus lomos colorados cada vez más de mí, convenciéndome totalmente de volver en la siguiente brama a las tierras profanas del sur, pendientes de concluir esta magnífica cacería.

Nota publicada en Weekend 528, septiembre de 2016, ¡buscala en tu kiosco más cercano!

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Claudio Deimundo

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