La experiencia de ir a comer a un lodge rodeado de viñedos en Mendoza es inigualable. Y más cuando tiene alojamiento, pileta y una serie de comodidades ocultas en el medio de la montaña. Así es el Rosell Boher Lodge, ubicado en Alto Agrelo, a 45km de la Ciudad de Mendoza que, entre otros premios, fue Ganador 2020 al Mejor Restaurante de Bodega del Mundo, y Oro 2023 en Prácticas Sustentables.
Al llegar al complejo, en el que predomina la piedra a la vista, todo es amabilidad y buena onda. Antes de ir al restaurante observamos en la recepción un agujero en el piso, vidriado, en el que se ve un sinfín de botellas adornando las paredes. Sorprendente. Enseguida nos conducen hasta el restaurante, que se encuentra junto a las dos piscinas del lugar y que tiene vista hacia los viñedos. La mesa nos está esperando para saborear un menú de pasos maridado con la bebida que produce esta marca. Todo irá llegando con una presentación inigualable desde la cocina (cuya actividad se puede ver en parte desde las puertas vidriadas).
Uspallata: puerta de entrada a la cordillera
Ahora, con al cambio de estación, presentaron una nueva carta que, como siempre, combina los productos más frescos en manos del Director Gastronómico Matías Aldasoro con la intervención artística de los platos. Sumaron una exposición obras artísticas hechas por tres mendocinas, bajo el nombre de Mendoza Cuisine & Art. En esta renovada propuesta gastronómica la estrella de la carta, representando al otoño, son los hongos en todas sus variedades, texturas y cocciones. Por supuesto, también están presentes las carnes propias de la identidad de la provincia, los quesos y los productos de la huerta.
El menú de seis pasos del mediodía puede estar acompañado de vinos Casa Boher y Gran Reserva, o sólo con Rosell Boher, transformándose en una experiencia maridada íntegramente con espumantes. También hay disponibles opciones de cuatro pasos, vegetarianas. Por la noche la carta ofrece nuevas alternativas de entradas, principales y postres.
Arranca con una serie de snacks presentados en troncos: Pan al vapor relleno de chivo braseado, Tarteleta de hongos, castañas de cajú y avellanas, Cristal de papa y remolacha con tapenade y alcaparrón y Crocante de arroz inflado con brócoli, palta, albahaca y manzana. Llegan los hongos luego, con un Carpaccio de portobello marinado en salsa teriyaki con macarrón relleno de crema de hongos de pino y aire de almendras; luego la Trucha grillada sobre espinacas a la catalana, consomé de azafrán y kale crocante, una Granita de botánicas autóctonas para limpiar el paladar y dejarlo listo para el postre: Strudel tibio con helado de manzana y su crocante.
Afortunadamente, después de comer y beber en abundancia, y durante bastante tiempo (porque con cada paso se explican tanto la elaboración de los vinos y espumantes como la preparación de los platos), el disfrute continúa recorriendo el lugar en una visita guiada que incluye la cava oculta en un sótano casi medieval. Allí, en diferentes ambientes, se guardan vinos de todos los tiempos. Cada uno de esos cuartos confluye en un gran salón presidido por una potente mesa rectangular en la que se hacen catas muy especiales.
La tarde se presta para el relax al calor del sol mendocino, sentados en los cómodos sillones junto a la pileta, mientras se contempla el horizonte y se posterga lo más posible el regreso a la ciudad. Tal es la paz que se vive en el lodge. Alrededor nuestro estaban preparado todo para una boda que se hará por la noche. Sin querer, fuimos espectadores silenciosos de lo que habrá, un plus en un lugar en el que tratan a todos los huéspedes con cálida sencillez. Para volver.
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