Cuenta la historia, o tal vez la leyenda, que laguna La Ballenera adoptó su nombre porque en su lecho yace una antigua embarcación, que se utilizaba para cazar precisamente estos cetáceos, y que, por motivos de otros tiempos, el nivel del mar subió tanto, para luego bajar, que quedó encallada. Este espejo se encuentra en un campo privado y por muchos años, fue concesionada su administración y explotación, al Club de Pescadores Albatros de Miramar, hasta que sus propietarios, decidieron no renovar el permiso, por razones que aún no están bien esclarecidas, Aquel cierre al público allá por finales del 2017, generó que en la actualidad nos encontramos con una tranquera con carteles prohibiendo el acceso y pastizales que se extienden hasta el espejo de agua alimentado por un arroyo. Sin dudas, una imagen nostálgica de aquellos tiempos donde llegó a ser un sitio de encuentro predilecto para los amantes de la pesca deportiva, un reservorio de calificadas especies, fundamentalmente de pejerreyes.
Pejerreyes desde la orilla en La Salada
Con una fisonomía diferente, una tupida arboleda y rodeado de estancias, allí, sobre el viejo camino de tierra entre Miramar y Mar del Sud, continúa firme La Ballenera, ese atractivo turístico que permanece cerrado al público por decisión de la heredera de las tierras quien no le dio continuidad a un contrato que se había firmado con el Club de Pescadores Albatros, responsable de la administración de ese lugar durante algo más de tres décadas. Según lo que pudimos averiguar, el 26 de noviembre de 2017 claudicó el convenio y finalmente cuatro días después la institución entregó el predio a su propietaria, quien alegaba “falta de garantías para salvaguardar tanto bienes materiales de ambas partes como a las personas que allí concurrían”. El lugar había sido otorgado oportunamente por Luis Felipe Amadeo en 1979 y recibido por el Club Pescadores Albatros, quien realizó esforzados trabajos para convertir ese simple espejo de agua en una laguna donde se pudiera realizar la pesca deportiva. En ese sentido, hubo desde estudios de impacto ambiental, piscicultura, y de hidráulica para construir una represa e incrementar su nivel de agua. Además, resiembra de pejerreyes, trabajos de forestación y demás actividades necesarias requeridas en este deporte. “En aquella época la palabra era suficiente garantía para cualquier pacto, nunca se respaldó por escrito dicha cesión”, se lamentaron desde el Club Albatros. El 5 de agosto de 1993, la Cámara de Diputados de la Provincia declaró a la laguna como “Área de interés turístico”.
El lote de 41 hectáreas está ocupado casi en su totalidad por un espejo de agua con formación natural sobre el arroyo La Ballenera, a menos de 2000 metros de su desembocadura en el mar. Los entendidos dicen que, “hoy en día, como hace mucho que no se pesca regularmente, la laguna debe estar llena de pejerreyes”. No obstante, suele observarse a alguno que otro quien arriesgándose demasiado suele saltar la tranquera principal o el alambrado para sacarse el gusto de pescar, pese a las reiteradas advertencias con carteles y de “Propiedad Privada - No pasar”. Además de pejerreyes, se solían obtener bagres y dientudos que se conjugan con diferentes especies de animales en ese ecosistema, entre ellas, nutrias, carpinchos, cisnes y patos. Más allá del frondoso pastizal del acceso, desde la calle se observa parte de la laguna. El resto de las instalaciones que funcionaban en su momento fueron desmanteladas casi en su totalidad.
Sin dudas, el cierre de la laguna afectó turísticamente y socialmente a quienes más allá de la pesca lo tenían como un lugar de esparcimiento donde se podía descansar con la familia en contacto con la naturaleza. Muchos lugareños sueñan con su reapertura, algo utópico actualmente, debido a la postura intransigente, aunque entendible, de la heredera de las tierras.
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