Ludovico Roulet y Jeromine Turrian trabajaron sin gastar en pandemia –no había cómo en el pueblito alpino donde viven en Suiza–, ahorraron 12.000 euros cada uno y salieron a la ruta por un año, cada cual en su bicicleta y con una carpa. Un día antes de regresar a su país, la pareja conversó en Buenos Aires con Weekend sobre su gira recién terminada, que arrancó a puro pedal frente a su propia casa en el pueblito de Château-d’Oex.
El periplo europeo comenzó con un cruce a Francia, luego Bélgica, Países Bajos, Alemania, Dinamarca y un ferry a Suecia. Desde allí recorrieron toda la costa de la península noruega en dos meses, en los que llovió un total de 35 días, la parte más displacentera de la gira: no podían lavar la ropa porque no se secaba para el día siguiente.
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Luego pasaron a Finlandia y desde allí volaron a Buenos Aires, casi siempre durmiendo en carpa, salvo cuando les llovió mucho en Noruega. La etapa europea duró cuatro meses y medio para este carpintero y esta ingeniera agrónoma. Ludovico ya era un ciclista experimentado en esta clase de travesías y ella no, pero supo adoptar esa singular forma de viajar que tenía su novio. Hace unos años, él hizo solo en bicicleta una travesía por España, Marruecos, Dakar, Mauritania y desde allí se tomó un avión a Montevideo para venir a Buenos Aires y llegar a La Paz, Bolivia.
El periplo argentino
Una vez en la Argentina, tomaron un tren a Chascomús y comenzaron a rodar con rumbo Sur por la Ruta Nacional 3, casi siempre cercanos a la costa: atravesaron la provincia de Buenos Aires, parte de La Pampa y Río Negro, hasta la ciudad chubutense de Comodoro Rivadavia. Desde allí empalmaron con la Ruta 40 hasta El Calafate, donde se detuvieron seis días por exceso de viento.
El siguiente tramo fue hacia Ushuaia –combinando ferry vía Chile para llegar– y luego pasaron a la Tierra del Fuego chilena, Puerto Natales y Torres del Paine, para embarcarse 54 horas en ferry a través de los fiordos chilenos –única forma de atravesar esa zona– y luego seguir por la Carretera Austral, con rumbo Norte hacia Chiloé.
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Desde Puerto Varas cruzaron los Andes por el paso Cardenal Samoré para bajar a Bariloche, hacer la Ruta de los 7 Lagos y retomar la 40 hacia el Norte. Con energía envidiable remontaron la Ruta 40 a través de Neuquén, Mendoza, San Juan, La Rioja, Catamarca, Tucumán, Salta y Jujuy con Abra Pampa como destino más septentrional. Por último, bajaron hasta San Salvador de Jujuy y Salta capital. Ayer tomaron un avión desde Salta a Buenos Aires y hoy están listos para regresar a casa.
Solamente dos veces hicieron trampa: cuando el viento patagónico les impidió avanzar e hicieron dedo para completar un tramo en la caja de una camioneta. Y la otra cuando tuvieron que desandar un tramo que ya habían hecho y tomaron un bus para no repetir.
Carpa sí, hotel no
Durmieron casi siempre tendiendo la carpa en medio de la nada: prefieren lo agreste a la ciudad porque pueden elegir el lugar y la hora en que gusten para detenerse, y además poder bañarse con comodidad: lo hacen al aire libre con una botella de un litro de agua cada uno, con una técnica que, aseguran, funciona muy bien pero se resisten a revelar. Si hace frío –como sucedió en la mayor parte del viaje– además de ser ahorrativa en agua, ese ducha express tiene que ser muy rápida. Siempre que encontraron un camping formal, aprovecharon para bañarse. Algunas veces han pedido permiso para poner la tienda en la parte de atrás de una casa.
El desayuno argentino de Ludovica y Jeromine fue, por lo general, pan con dulce de leche. Y para los almuerzos y cenas cocinaron mucha pasta, polenta, arroz y vegetales frescos. En promedio tomaron 4 litros de agua por día y un poco más en jornadas calurosas. Casi nunca la compraron: viajaron con un filtro.
La indumentaria que usó cada uno fue de siete piezas de ropa interior para completar una semana, cinco remeras, dos pulóveres, abrigo con Gore-Tex, un par de zapatillas y otro de sandalias.
– ¿Tuvieron discusiones a lo largo del viaje?
– ¡Jamás! –dice ella sin dudar, muerta de risa
Sólo en Finlandia pasaron mucho frío, a veces -6 °C en la húmeda noche– pero ellos son de un pueblo muy frío y están acostumbrados: a veces en Suiza tienen -20 °C. En Jujuy llegaron a tener -4 °C pero al ser un clima seco, lo sintieron poco. En la parte alta del periplo, como San Antonio de los Cobres, en la Puna salteña, no tuvieron problemas con la altura: “Como vamos subiendo de a poco, nos fuimos aclimatando muy bien”.
Sorpresas con el viento
Nunca tuvieron un inconveniente importante en todo el viaje y la única que se cayó una vez de la bicicleta –sin consecuencias– fue ella: la tumbó una ráfaga patagónica pasando El Calafate. Cuando hubo mucho viento –110 km/h– caminaron. Muchas veces los sacudió el viento de un camión que les pasó cerca a los bocinazos, sin la deferencia de frenar. Con el viento frontal, la jornada se les hacía muy peliaguda. Teniéndolo a favor, era una fiesta: alguna vez no necesitaron ni pedalear en kilómetros. A la Patagonia la recorrieron en verano.
El viaje por Argentina y Chile duró 180 días. Mucha gente los detuvo para regalarles frutas y galletitas. Hubo quien les dio una bolsa de limones que no tenían forma práctica de acarrear. Comparados con los europeos, los argentinos les resultaron muy amistosos y abiertos. “En Europa, para hablar, uno tiene que dar el primer paso; tenés que ir y decirles ‘hola’. Pero en la Argentina la gente se te acerca y te empieza a hablar, el contacto es más fácil”, dice ella.
Ludovico habla bastante bien el castellano: “En terreno plano tratás de no pensar en nada, o en otra cosa; si pensás en el camino, se vuelve muy monótono. Los primeros dos días, está bien, pero después no. Por eso preferimos la montaña, aunque sea más esfuerzo”. Cuando pedalean en el plano, a veces recorren 120 km o más (el promedio diario suele ser 80).
A Ludovico le gusta la bicicleta porque ofrece una buena velocidad –mucho mayor a caminar– y no rechaza la modalidad motorizada, pero prefiere la opción más deportiva. No son bicicletas off road, así que sólo andan por rutas y caminos. “La opción por la bici es una decisión económica pero sólo en parte; la principal razón es la sensación que ofrece, aunque cargada pese 65 kilos. Con la bicicleta la gente te ve transpirado, cansado y sucio, y generás una mayor empatía”.
Luego de un año en la ruta, Ludovico perdió 6 kilos y Jeromine, 10. El se insoló una vez y ya no tuvieron ningún problema físico más. Fue en Ranquil Norte –Mendoza– y todo el pueblo fue a cuidarlo. Esta pareja viaja sin GPS ni Internet en el teléfono: “No nos gusta estar conectados todo el tiempo, es mejor no tener nada y, si necesitamos algo, buscamos Internet al otro día por Wi-Fi. Tampoco tenenos Instagram ni Facebook, viajamos para nosotros, no para los otros. Y si no tenés Internet, socializás más porque te acercás a la gente para hacer preguntas. Tenemos de todas formas mapas digitales off line”.
Al momento de cerrar la escritura de esta nota, Ludovico ya está martillo en mano, trabajando en los Alpes en una carpintería. Evacúo algunas pequeñas dudas por WhatsApp y capto que él trabaja mucho con un objetivo claro: juntar dinero para –ambos– regresar a los caminos por otro año, aún no saben dónde. La semana pasada terminaron una gira de 19.907 kilómetros y les quedan muchos otros por andar.
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