La expresión del título la había escuchado referida a la pesca de pejerreyes en los diques cordobeses, pero nunca la había practicado y, menos aún, en una laguna bonaerense. Y como me gusta presentar novedades apareció esa oportunidad.
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Todo surgió cuando Coco Cóccaro, guía de pesca de Las Perdices y Monte, me llamó para avisarme que en esta segunda laguna el pejerrey estaba casi al ras del fondo. Consciente de que el mejor periodista no es el que sabe de todo sino el que tiene el teléfono de quien sabe, llamé a Pablo González, especialista en pesca de pejerrey, que ganó varios torneos y campeonatos, y aceptó acompañarme. A ellos dos les debo los conceptos que acá transmito.
Luego de varios días lluviosos, San Miguel del Monte nos recibió con un día de sol y una
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temperatura de unos diez grados. El viento soplaba leve del sudoeste. A las diez de la mañana nos encontramos en el pesquero El Cristo y con la lancha de Coco cruzamos la laguna para anclarnos frente al club San Huberto.
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Últimamente, no había referencias de pesca en la laguna. Coco sospechaba que, por
comentarios y su experiencia en la vecina Las Perdices, el pejerrey comía a unos diez
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centímetros del lecho. Entonces, con Pablo, bajaron una sonda casera (tapón metálico a
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rosca) enganchada de un anzuelo. Cuando tocó fondo cortaron ese tramo de dos metros
de nailon y lo ataron a una boya yoyo de 18 o 20 milímetros. Nuevamente bajaron este trozo de nailon con el peso enganchado regulando el largo de la brazolada de modo que la boya yo-yo se hundiese unos diez centímetros. De esa manera, al sacar el peso y poner en su lugar la carnada (camarones de laguna, panzuditos o mojarras), la boya recuperaría su flotación y la carnada quedaría colgando a diez centímetros por sobre el fondo del lecho. Igualmente, a unos veinte a treinta centímetros del anzuelo cargamos una bolita de plomo para que la línea bajase más rápidamente. Nunca debe colocarse más cerca del anzuelo porque le quitará movilidad, algo importante en esta pesca tan delicada.
A pesar de los augurios
Una vez que estaba todo calculado lanzaron y empezaron los piques. En el primer lugar en que habíamos parado y contra todos los comentarios que nos decían que no íbamos a pescar nada porque “hay mucho pejerrey pero no come”, Coco, primeramente, clavó varios ejemplares. Pablo hizo algunas correcciones, cambiando rápidamente el color y el tamaño de sus boyas, y también comenzó a tener piques y concretarlos.
Nota publicada en la edición 502 de Weekend, julio de 2014. Si querés adquirir el ejemplar, llamá al tel.: (011) 4341-7820 / 0810-333-6720. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.
10 de julio de 2014
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