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AVENTURA | 11-09-2017 09:10

El viaje soñado: en camper de Alaska a Ushuaia

Un encuentro fortuito despertó los deseos del autor, quien desde ese momento se puso en marcha para lograr su objetivo. Galería de imágenes.
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Venimos de Alaska...”, respondieron a mi pregunta. Una respuesta tan contundente, inesperada y reveladora, que, sin saberlo en aquél entonces, signaría en muchos aspectos el curso de mi vida. La “revelación” se dio de la siguiente manera. Un domingo como cualquier otro, a mediados de los años 90, almorzaba yo en un restorán sobre la Ruta 3, en San Miguel del Monte, lugar en el que me establecí hace más de 20 años en el campo. Me disponía a liquidar un apetecible plato de ravioles con estofado (especialidad de la casa), cuándo, por las ventanas que daban a la ruta, veo llegar una camioneta descomunal. Extra grande, ronca por su V8 y cargando en su caja una estructura con ventanas, puerta y escalera. Es decir, una casa móvil. Habitualmente llamadas “camper”, o en ese caso específico, “pick up camper”. Palabra que aún no existía en mi vocabulario, pero que pronto la investigué y asimilé.

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Era una chata distinta. Como dotada de un carácter explorador propio y dueña de sí misma. Podía percibir en ella un sinfín de páginas escritas en su largo trajinar por tierras lejanas. Estupefacto ante ese conjunto enigmático y nómada, completado por sus pasajeros / moradores, que se desmontaban para entrar al restorán, me vi obligado a posponer la, hasta ese momento, cautivante raviolada, para, sutilmente, acercarme al vehículo “todo en uno“ y escrutarlo en detalle. Desde adelante hacia atrás. Sus costados. Que bichos del más allá traía pegados en su parrilla. Y su patente que me ratificaba que la chata venía de otra América, la del norte.

Una vez saciadas mis inquietudes con la bestia metálica, respetuosamente me dirijí a sus pasajeros / moradores que comenzaban con su entrada de crudo y rusa. Sin intención de cortar la comunión con sus platos, les pregunté como desinteresadamente “…de dónde vienen?” A lo que me responden, al unísono y sin anestesia, “Venimos de Alaska”.

Atónito con la respuesta, una sudestada emocional me golpeó la razón. Miles de preguntas me surgieron y ninguna respuesta. Hubiese querido preguntar más. Saber detalles. Saber cómo, cuándo, porqué, dónde, quién… Hubiese querido ahondar, pero entendí que primero tenía que asimilar semejante “revelación”. Palabras como Libertad, Coraje, Actitud fueron las primeras que se me vinieron a la cabeza, mientras revolvía mecánicamente los ravioles ya fríos y, para ese entonces, faltos de encanto. Hoy, mientras escribo estas primeras líneas, me encuentro a la orilla de un río caudaloso pero manso, llamado Susitna, a 110 millas del Parque Nacional Denali. En la lejana Alaska. Sentado en mi silla mecedora de camping y tomando unos mates voy apuntando mis ideas. A mi lado, estoica y pasiva, descansando lo andado, mi chata. Que es mi compañera y es mi hogar móvil.

Hoy y acá, puedo entender la importancia que tuvo ese evento en el restorán 25 años atrás. Y cómo de manera consciente e inconsciente operó en mí en esta punta de años. Hoy me transformé finalmente en quien respondería, “…venimos de Alaska”.

Y así fue…, pude organizar y poner en marcha un viaje que anhelé y pensé durante muchos años. Un viaje en el que pienso recorrer todo el continente americano desde Alaska a Usuahia y que, según mis mediciones relativas, pauté en un año de duración. Un año de vida nómade, en él que lo cotidiano y lo familiar desaparecen repentinamente y en su lugar lo nuevo, lo desconocido, la permanente adaptación al movimiento y a los lugares y la incertidumbre general comienzan a dar forma a esta nueva vida. Una vida en los interminables caminos de las américas.

Fuera del orden que tuve que aplicar a mi vida cotidiana y al trabajo, que van juntos de la mano, la organización de mi partida conllevó unos cuantos meses de planeamiento. Qué vehículo adquirir. Que tipo de camper entre la variadísima oferta. Que equipamiento era necesario. Y, por sobre todo, dónde adquirir todos estos elementos. Finalmente, decidí comenzar la ardua tarea en Miami, Florida, Estados Unidos. Lugar más que amistoso para los argentinos. Y con el valioso dato de un par de mecánicos de nuestro país. Eso me aseguraba, en un punto, que el técnico entendiera exactamente para qué necesitaba el vehículo y de esa manera poder evaluar su estado y posibles ajustes o descartarlo definitivamente.

Nota completa publicada en revista Weekend 540, septiembre 2017.

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