Tuesday 19 de March de 2024
AVENTURA | 16-06-2017 08:45

Cómo es viajar en el reino del silencio

Todas las sensaciones de un primer vuelo en globo. Datos para vivir esta apasionante experiencia. Galería de imágenes.
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En uno de mis tantos viajes transitando el Acceso Oeste, al pasar por Luján no pude sacar la vista de un enorme globo que volaba muy lentamente sobre los campos y estancias de la zona. Inmediatamente dije en voz alta: “Qué bueno debe estar volar así y tener la posibilidad de ser protagonista y observador a la vez de ese hermoso paisaje, lejos de los ruidos y costumbres de trasladarnos en vehículos por tierra”. No terminé de hablar que mi señora me dijo: “Si querés hacerlo, es tu regalo de cumpleaños”. “¡Listoooo –dije–, estoy arriba!”. Tenía pensado festejar mis 55 años brindando en ese globo que una vez vi pasar y ahora me tocaba disfrutar. Pero el mal tiempo nos jugó una mala jugada, así que tuve que guardar mi ansiedad para cuando mejoraran las condiciones climáticas, más que nada del viento.

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Nos pusimos en contacto con Adrián Barozza, responsable de este emprendimiento desde hace una década y con 25 años de experiencia en la actividad. El nos iba a tener al tanto sobre en qué momento podríamos volar. Pasaban los días, el clima mejoraba, pero lo que no cambiaban eran las condiciones del viento, ya que con más de 15 kilómetros no se puede realizar el vuelo por un tema de seguridad. Llamadas de por medio para coordinar el día, muchas veces por cuestiones personales, otras por trabajo, no podíamos concretar la fecha. Hasta que recibí un llamado después de 40 días: “Este miércoles dan un viento ideal para volar. ¿Venís?”. Mi respuesta fue un: “sí, obvio” contundente. Y ya en mi cuerpo se activó la alarma nuevamente de la ansiedad por ver cómo seguía esta historia. Llegó el día y la adrenalina comenzó a invadirme. Transitamos los 65 km que nos separan de la Ciudad de Buenos Aires para llegar al Country Santa Inés, de la familia Naveira. Se trata de una comunidad que se creó en 1860, dentro de “Comarcas de Luján”, de 550 hectáreas. Está ubicada a metros del Aeroclub de Luján.

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Preparativos y ansiedad

Una vez ingresados al predio nos acercamos a la vieja casona con paredes de adobe y piso de barro, que está siendo restaurada pero manteniendo las características originales. El establecimiento tiene muchísimos árboles que sirven de contención para el armado del globo. Luego de los saludos y charla, nos dirigimos con la pick up y el tráiler con el globo a la zona elegida para el armado, sabiendo que íbamos a tener un viento del sector sur y que el vuelo iba a ser en dirección norte-noreste. Adrián y Alejandro comenzaron a bajar el globo, la canasta, los quemadores y el ventilador para el inflado, haciéndome participar en todo momento de la experiencia del montaje, sumando así un poco de nerviosismo extra. A los pocos minutos arribaron Rocío Laureano y Federico Romero, que se iban a sumar a la partida. En primer lugar extendimos el globo (mide 25 m de largo), luego comenzamos a inflarlo con el ventilador hasta llegar a un 75 % de su capacidad, para terminar colocando la canasta con los quemadores y empezar en pocos minutos a inflar con calor para que comience a elevarse. El globo está equipado con dos tubos de gas propano, que le dan una autonomía de una hora de vuelo, como así también dos quemadores en caso de que eventualmente falle uno.

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La experiencia resultó ser tan emocionante como lo que todavía faltaba por cumplir. Cuando todo estaba revisado y en orden, subimos los cuatro e iniciamos un leve ascenso casi imperceptible. El viento soplaba solo a 5 km, así que sería un vuelo muy suave y placentero. El globo se eleva con solo un grado centígrado de diferencia térmica con el ambiente cuando deseamos subir, y para bajar se deja enfriar un grado. Fueron necesarios unos cuantos fogonazos para llegar a los 200 m de altura. Con un despegue increíble mirábamos hacia atrás y los costados. Y cuando observábamos adelante, nos daba la sensación de estar volando como un pájaro, sólo nos faltaba agitar los brazos. Es una sensación increíble: silencio absoluto, paz, quietud, un suave desplazarse. Adrián hacía de guía turístico. Nos señalaba un viejo castillo medieval donde aún viven los nietos de sus dueños; obviamente observamos la Basílica de Luján en una vista única, pasamos por un río Luján con mucho caudal de agua a punto del desborde... Fue un momento donde mi ansiedad quedó de lado y pude disfrutar del atardecer. El sol casi escondiéndose nos regalaba nuestra sombra acompañándonos sobre los campos. Fotos, filmaciones para el recuerdo y, por momentos, el silencio grabando con nuestras retinas algo que tal vez fuera la única vez que viviéramos.

La vuelta a tierra

Después de media hora de vuelo comenzamos un lento descenso, en uno de los campos vecinos elegido por el piloto. Adrián nos comentó que hay dos maneras de aterrizar. La primera, si hay poco viento, consiste en golpear dos o tres veces la tierra y quedar parados. La segunda es que el mismo viento nos arrastre unos pocos metros y la canasta quede volcada y tengamos que salir gateando. ¡Por suerte se dio la primera! Un gran aplauso para Adrián por el viaje y el aterrizaje.

Una vez en tierra, comenzamos rápidamente a desinflar el globo y desarmarlo ya que en minutos llegaría la pick up de apoyo que nos venía siguiendo por caminos lindantes a los campos para llevarnos de vuelta al predio. Recorrimos aproximadamente 7 kilómetros en 30 minutos de viaje. La experiencia fue tan atrapante y mágica, que una vez allá arriba, si bien el tiempo parece detenerse, todo pasa demasiado rápido.

Llegando casi la noche tomamos algo caliente y comentamos este hermoso viaje. Adrián nos explicó que la única variante que maneja el piloto es hacia arriba y abajo, que no tiene incidencia tanto hacia la izquierda como hacia la derecha. Y menos puede pensar en retornar, por esa razón debe tener previstos con antelación varios puntos de aterrizaje, dependiendo hacia adónde lo lleve el viento. La sensación de sentir la inmensidad de la tierra, ver el infinito horizonte sumado a un hermoso atardecer, no tiene precio que lo pague. Por todos estos motivos, cuando vuelva a pasar por Luján y vea ese globo, voy a decir con justificada emoción: “¡Yo estuve ahí!”.

Nota publicada en revista Weekend 537, junio 2017.

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