Friday 26 de April de 2024
TURISMO | 21-01-2019 02:04

Viaje a Qatar, el país más rico del mundo

Vida de jeque árabe por unos días en lujosos hoteles y escapadas al desierto, entre arquitectura de vanguardia diseñada por starchitects. Cómo es vivir en este lugar.
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Aterrizo en Doha y la primera imagen dentro del aeropuerto es un gran hall central con hombres de túnica blanca mirando –sin mucho asombro– vehículos de vanguardia para rifar a 150 dólares el número: un Porsche 911 Turbo S dorado y una moto Harley-Davidson que parece salida de la película Blade Runner.

La escena me desorienta un poco –gente que viste igual desde hace siglos y tecnología de punta– pero, con el correr de los días, comenzaría a entender mejor. Un rasgo central de las sociedades islámicas es que se vive hacia adentro, en casas casi amuralladas, no por seguridad sino para tapar la visión desde afuera. También los cuerpos se ocultan tras largas túnicas –blancas los hombres, negras las mujeres– que los tapan desde los tobillos a las muñecas. Y ambos géneros se cubren la cabeza por igual.

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Entendiendo la cultura

Los pudores que promueve el Corán son también una invitación a la modestia y al autocontrol de los excesos mundanos, incluyendo la proscripción total del alcohol. Y así como la prohibición de imágenes humanas en las mezquitas generó el intrincado arte geométrico del arabesco, en el país con el PBI anual per capita más alto del mundo (U$S 100.000), una de las pocas posibilidades de ostentar riqueza se cuela a través del diseño de los rascacielos: Doha –la capital– es una muestra de la mejor arquitectura del mundo, con obras de starchitects como Santiago Calatrava, Jean Nouvel, Zaha Hadid, Norman Forster y César Pelli.

El hecho es que, con cierto disimulo, el lujo brota por algunos intersticios de la sociedad, vivido casi siempre puertas adentro. Bajo la túnica de los hombres asoman sandalias Hermés y de un hombro de las mujeres suelen colgar carteras Gucci y Louis Vuitton.

El segundo espacio urbano donde se expresa el singular concepto del lujo arábigo –siempre contenido y refinado, incluso recatado– es en los megashoppings que hay por toda la capital. El más singular es el Villaggio –contracara del zoco tradicional–, que reproduce un barrio veneciano donde los palazzi contienen a las marcas de la moda internacional, hay una pista olímpica de patín sobre hielo y canales de agua con góndolas. De hecho, en Doha hay dos venecias: el Villaggio y otra construida en una isla artificial llamada The Pearl, con tiendas y un conjunto residencial surcado por canales venecianos donde, en lugar de góndolas, se ven personas remando de pie sobre una tabla de surf, esa modalidad deportiva llamada stand up.

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Evolución en tiempo récord

Un dicho que muchos qataríes repiten con cierto orgullo reza que “nosotros pasamos del camello a la 4x4 en 40 años”. Y esto es casi literal, a juzgar por lo que se ve en las fotos de la capital en 1960, cuando era un pueblo de pastores y pescadores de perlas con un zoco (mercado) de adobe, reconstruido ahora manteniendo su aspecto original, donde se venden virtuosas alfombras que parecen mágicas, cofres como para guardar un tesoro de las Mil y una noches, y halcones para cetrería que valen miles de dólares.

Las 4x4 blancas para ir el fin de semana al desierto –un eco de los abuelos beduinos de todo qatarí– dominan el gusto popular. Pero además hay un desfile permanente de Ferraris, Lamborghinis, BMW y Bugattis. Porque el dato es literal: cada uno de los 300.000 qataríes llega a millonario en la adultez. Todo nativo recibe un sueldo desde que nace y de adulto tiene garantizado –si lo desea– un muy buen trabajo estatal. Además, el emirato le paga los estudios en el extranjero y subsidia todos los servicios: el emir de Qatar socializa las regalías del gas y el petróleo entre sus súbditos. Por eso el país es un canto al consumo y al lujo bajo techo (la incandescencia del clima es difícil de aguantar al aire libre). Qatar, entre otras cosas, es un país 100 % refrigerado: uno aquí pasa más frío que calor. Incluso los estadios del próximo mundial de fútbol tendrán aire acondicionado.

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Cómo viven

Por todo esto el emirato es un país construido para el ocio y el goce de personas con mucho dinero y tiempo libre, siempre dentro de los límites del islam. En los shoppings se ven pequeños grupos de hombres por un lado y mujeres por el otro –como un gran juego de ajedrez– que no pueden tomar siquiera un café juntos a menos que estén casados. Tampoco se les permite ir a comer entre amigos de distinto sexo –mucho menos tomarse unos tragos– ni bailar. Plazas no hay por el calor y la arena que llega del desierto, así que los pasatiempos nacionales son tres: las carreras de camellos jineteados por robots, ir al shopping o instalarse un fin de semana en un hotel muy lujoso a 15 cuadras de casa, entre amigos o en familia. Por esta razón hay una profusión tan grande de hoteles que son obras de arte habitadas con restaurantes creados por algún famoso chef, como Morimoto en el Mondrián.

Pero los qataríes también se divierten viajando y a lo grande: para eso crearon su propia aerolínea de bandera, que les permite ir sin escalas casi a cualquier rincón del mundo, incluyendo la Argentina. Doha es un hub hacia todo Asia que utilizan miles de argentinos para ir a los paraísos tropicales.

Doha es también el paradigma de un nuevo tipo de ciudad hipermoderna que brota en el desierto regada con petrodólares, visible como una fortaleza de rascacielos alineados sobre la costa de una bahía. Desde la ventanilla del avión se la ve como una suntuosa megalópolis en plena nada, una ciudad-oasis de puro asfalto y concreto sin una mota de verde. A la distancia, desde una navegación en barco tradicional de madera, los edificios parecen un haz de tubos de órgano gigante, construido sobre una planicie dorada junto al mar, como si el genio de la lámpara hubiese creado esos fulgurantes colosos de vidrio y titanio con un simple gesto de la mano. Alrededor no hay más que desierto hasta donde se nubla la mirada, un ambiente de dunas infinitas que pugnan por volver y recuperar con sus arenas ardientes el territorio arrebatado por el hombre.

¿Qué justifica cruzar el Atlántico y África completos durante casi un día de viaje? En primer lugar, el viaje hacia alguna playa del sudeste asiático o una gran ciudad de ese continente. Uno podría conectar de inmediato hacia el destino final, pero la gracia está en aprovechar la escala para sumergirse en la cultura de la península arábiga y su contraste tan sideral con el mundo occidental. Aquí uno se interna –además– en el desierto para observar atardeceres sentado en una alfombra saboreando dátiles y frutos secos –la comida de los beduinos–, mientras el viaje deriva hacia una experiencia lúdica: uno termina haciendo, por unos días, la misma vida de esos bon vivants arábigos con cero estrés que se entregan a un dolce far niente pero en modo qatarí.

 

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Julián Varsavsky

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