Monday 18 de March de 2024
TURISMO | 20-01-2019 05:22

La Rioja verde y desconocida

Entre Olta, Tama y Chamical, la Quebrada de los Cóndores propone paisajes fértiles, historia, cabalgatas y el encuentro con las grandes aves.
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Llegar a Olta desde las siempres concurridas Buenos Aires o Córdoba, implica trascender una barrera geográfica, histórica y cultural, pero sobre todo, una concepción distinta de los tiempos, la velocidad, las necesidades de estos pueblitos ausentes del imaginario citadino. En la estación, roja del polvo inmediato y del que domina el horizonte, nos espera Jorge (Whatsapp: +549 3826 405981), guía de la quebrada. “Antes de subir podemos dar una vuelta por El Chacho”, dice sin más. Habla del museo ubicado en Loma Blanca en honor a Ángel Vicente Peñaloza, acaso el caudillo nacional más emblemático, símbolo mismo de La Rioja junto a Facundo Quiroga y Felipe Varela. Y dice subir, porque nuestra travesía ocurrirá en gran parte sobre aquella extraña y fértil montaña que ahora vemos desde lejos, pero que irrumpe en medio de estos paisajes con curiosa singularidad: la temperatura baja 10 grados, todo es verde y fértil, y arroyos y vertientes de aguas cristalinas le otorgan vitalidad. En medio de ese universo, cobijada por sus cerros, la estancia de la Quebrada de los Cóndores (www.postaloscondores.com.ar / FB: postaloscondores) es el refugio de las colosales aves andinas.

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Caminos y caminitos

“Hay alboroto hoy porque están preparando los desfiles gauchescos y el fogón para un nuevo aniversario del asesinato”, cuenta el guía sobre la movida que hay en Olta, pero también en Tama y Chamical, para homenajear a El Chacho. Allí cerca, otro Peñaloza es protagonista: se trata de Gabino Coria Peñaloza que, inspirado en un sendero local compuso la poesía del tango “Caminito”, a la que Juan de Dios Filiberto puso música en 1926.

La posta sigue, ahora sí, a la estancia de los Vega, sede de la quebrada. La travesía, piedrones, curvas y algunos precipicios de por medio, dura poco más de una hora, tiempo perfecto para saber sobre el camino, los parajes y sus costumbres, hasta que la chata se apaga. Juan y José (Joyo), nos reciben allí con el mate de bienvenida y las llaves de una habitación con más de 200 años de historia. Son los hermanos herederos del lugar, tan distintos entre ellos que se complementan magníficamente. Mucho ha cambiado desde nuestra última visita: ya hay 36 plazas (habitaciones con fachadas originales, paredes de 70 cm y algunas con cocina), una piscina espectacular, cable y otros servicios. Lo que no ha variado es la hospitalidad. “¿Quieren un mate riojano?”, dice Joyo advirtiendo la porteñidad de los visitantes, mientras echa cucharadas de azúcar y yerba sin restricción. El que avisa no traiciona. Al rato, Juan ya está afeitado para salir a dar clases a nueve chicos de distintas edades de la escuelita que está a 10 km. Todo aquí habla del camino, y las distancias se miden en esfuerzo y no ya en kilómetros. Nomás pensar cuando desde Tama se traía todo tras cinco horas a lomo de burro, incluida la heladera Siam que fue ensamblada por un técnico para hacerla funcionar a querosén. Si hasta hubo una imagen publicitaria de la marca donde decía: “Hasta acá llegamos”, junto a una fotografía de la heladera en plena montaña, según cuenta Joyo.

Simplemente estar aquí es ya un regalo. Y para ver las aves apenas hace falta asomarse por la ventana de alguna habitación. Joyo y Jorge son guardafaunas desde principios de este siglo, y en el cerro contiguo a la casa cuidan a dos cóndores rescatados que, a pesar de no poder volar, hace años dan pichones que son llevados luego al Ecoparque en Buenos Aires para ser cuidados, estudiados y reinsertados. Pero la gracia está en la compañía que estos reyes del cielo hacen en cada recorrida, por discreta que sea. Junto a Miguel, otro de los guías, salimos hacia el arroyo Santa Cruz, que corre junto a la estancia y forma infinidad de piletones y suaves cascadas.

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Circuito chico

Siempre en compañía de los cóndores, pasamos el día al tranco por el circuito chico, entre ganado vecino, aromas de las distintas plantas aromáticas y piedras curiosas, hasta que un abra nos permite ubicar los llanos riojanos, y aún más lejos, la salina cordobesa. Comida casera de la mano de Joyo y mates con hierbas serranas completan un gran primer día.

A 16 km de la estancia, Walter Torres (Cel.: +54 9 382 6432469) espera para otra sorpresa que esta quebrada se reserva. Se trata del mirador ubicado en el Paraje Las Higueras, donde Torres se reparte como guía, delegado comunal y corredor de montaña. Su casa está llena de medallas y trofeos, y es punto de partida para los jóvenes que están aprendiendo a ser guías del sendero que lleva a los balcones de Las Pirquitas. Allí puede verse a los cóndores subir, superarnos y planear hasta perderse. La excursión tiene una duración de medio día y está abierta a la familia, con cabalgatas por la zona para chicos y hospedaje en la casa de los Torres. Se organizan caminatas con chivito asado e incluso campamentos si se trata de grupos. Siempre, teniendo conciencia de que los cóndores apenas superan los 200 ejemplares en la zona, por lo que es clave su conservación y, para ello, el respeto al medioambiente.

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Al filo

Son las 10, y hemos dormido como los dioses, otro de los (¿inexplicables?) atributos del lugar. Apenas el amanecer nos interrumpió con el relincho de los caballos, ya listos con sus grandes guardamontes para salir a andar. Habrá que desayunar ensillados, descubriendo rincones y y paisajes de campo y sierra que se confunden y mixturan, mientras la estancia va quedando atrás.

Vamos en busca del gran mirador, aunque las nubes amenazan con arruinar todo. Pircas de lugareños para contener al ganado permiten el primer descanso, junto al agua fresca de los arroyos. El resto, de ahora en más, será viento. Dos horas después, la excursión llega a su meta a los 1.800 msnm, cuando las bardas y el abismo nos separa de las ciudades lejanas.

No hemos tenido suerte hoy, y apenas llegamos al filo nos resguardamos en la cueva, porque los cóndores hoy ni asoman. Aprovechamos para hacer fueguito y desplegar las viandas que Joyo cargó con pan, queso, chorizos y arrollados caseros. Y maravillosamente, descansar.

Nota completa en Revista Weekend del mes de Enero, 2019 (edicion 556)

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Pablo Donadío

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