Shasli no dice ni una palabra cuando su amigo le da un golpe en la nuca. Simplemente forma una pirámide con las manos. “Egipcio agresivo” significa ese gesto, que aquí, en el oasis de Siwa, lejos del Nilo y en el medio del Sahara, se entiende como un grave insulto. El joven sordo, que trabaja en un café, ha inventado su propio lenguaje de señas. Pertenece a la tribu de los berebere. Estos no solo tienen su propia identidad, sino que también tienen un vínculo especial con la naturaleza en el maravilloso oasis egipcio.
En bici por el Lago del Desierto
Por eso, para simbolizar la palabra “Siwa”, Shasli se inclina hacia adelante apuntando ambos brazos hacia el suelo fértil, como para señalar las raíces de su existencia. El mensaje parece ser: estamos aquí, y este lugar nos pertenece.
Siwa no sólo atrae a sus habitantes sino también a los viajeros. La isla verde con los lagos brillantes entre la arena infinita está lejos de las ciudades de El Cairo y Alejandría. Aquí los turistas se transportan a otro mundo y también a otra época.
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Fue así como la vida de Leigh Ann Titus comenzó a desarrollarse sin darse cuenta en este mundo paralelo, como dice la australiana. Antes trabajaba para una compañía petrolera, ganaba mucho dinero y se trasladaba en helicópteros. Hoy en día, Titus está sentada en un café cerca de la histórica fortaleza de Shalij, tomando un té bajo ventiladores que giran sobre las mesas azules. ”La energía en este lugar emana del suelo”.
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Es como una roca, señala con entusiasmo. Todo comenzó con unas vacaciones normales, según cuenta la mujer. Cuando a fines de 2010 visitó Egipto, no quiso abordar el avión de regreso. La australiana afirma que siguió una intuición y fue dar al oasis. En aquel momento comenzaron en El Cairo las sangrientas protestas de la “primavera árabe” y el país se encontraba en estado de emergencia. Tito no se movió del contemplativo Siwa. Primero por seguridad, luego por amor.
Se ha dicho mucho sobre la magia de los oasis, también muchos clichés. Sin embargo, cuando tras varias horas de viaje por caminos arenosos e irregulares a través del desierto, se divisan las primeras construcciones de arcilla y los palmares se elevan desde la arena del Sahara, el visitante piensa que las calcomanías del llamado Oriente deben haberse originado en Siwa. De repente, la hostilidad de la vida da paso a las palmeras, cuyas magníficas coronas forman una alfombra verde sobre la que se eleva un antiguo templo de barro. Más allá se ven los lagos de sal poco profundos, que reflejan cada día las puestas de sol.
Cuando cae la noche y la Vía Láctea se despliega muy claramente sobre la pequeña ciudad de aproximadamente 20.000 habitantes, el silencio es casi absoluto. Las cabañas ecológicas alrededor de los lagos a menudo no tienen electricidad, la escasa luz proviene de velas o antorchas. ”No hay internet, no hay teléfono. La gente viene aquí por la tranquilidad. Para no pensar en nada, no trabajar, no estresarse”, señala el gerente del hotel Mohammed Gigal.
Desde los levantamientos árabes en 2011, el turismo en Egipto ha bajado, especialmente en un lugar como Siwa, que está a sólo 50 kilómetros de la frontera con Libia. ”El Ejército cuida aquí y vigila el desierto”, explica Gigal. Las estadísticas demuestran que tiene razón: aunque las áreas alejadas de las ciudades en Egipto no siempre son seguras, en Siwa no se registraron conflictos o hechos de violencia en los últimos años.
El mito de Siwa se remonta a muchos siglos atrás. Según explica Baghi, el oasis fue un nudo importante para las caravanas que comerciaban después de la primera conquista del Valle del Nilo por los asirios hace casi 2.700 años. En ese momento, el área alrededor del Nilo no era segura y por eso prosperó el comercio de África central hacia el mar a través de Siwa. La influencia griega, que incluso se refleja en los jeroglíficos de las tumbas, se remonta a esa época.
A los bereberes les gusta distinguirse de los egipcios de la capital y de otros lugares. Sus costumbres, vestimenta o joyería provienen de Túnez, Argelia y Marruecos, al igual que sus antepasados. Siwa es un lugar extraño, exótico y diferente en casi todos los sentidos. Tiene templos y ruinas, comida abundante y dátiles que se pueden recoger directamente del árbol. Se pueden realizar caminatas y excursiones en el desierto, así como tomar baños en aguas termales, piscinas naturales o lagos de sal. Siwa es un lugar para viajeros y artistas, dice Titus, que tiene toda la intención de quedarse allí.
DPA
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