La Cumbre, poblado histórico de Córdoba distante 100 km de la capital provincial, tiene muchas actividades diferentes durante todo el año. Por ejemplo, desde el mirador de Cuchi Corral, una quebrada que tiene un descenso de 400 metros hasta el río Pinto, es ideal para hacer parapente en dupla. La sensación inigualable de sentirse pájaro por un rato mientras se aprovechan las corrientes de aire para deslizarse es maravillosa. El desembarco es cerca de una capilla antiquísima que permanece cerrada la mayor parte del año. Desde el mirador también despegan vuelos en aladelta. Por supuesto, tiene una vista inigualable.
Siguiendo con las actividades aéreas, hay más sorpresas en la zona: uno de los primeros acróbatas de Red Bull, Andy Hediger, maneja el Aeroatelier dentro del Aeroclub local (Ruta 38 km 67). Se trata de un “centro multidisciplinario de aviación donde una persona puede aprender a pilotar un avión, acumular horas de vuelo o tener su bautismo en planeador biplaza”, cuenta Lili, su esposa. Pero nada prepara al visitante para lo que va a ver apenas atraviesa las puertas de su gigantesco hangar: aviones biplaza ultralivianos, planeadores alimentados por carga solar, un trike y hasta dos windsuit, esos trajes con los que algunos deportistas vuelan como si fueran pájaros. Es fascinante verlos y enseguida uno quiere volarlos. Incluso tienen un Caravan (el único turbohélice del país) que tardó ocho años en llegar y que permite trasladar hasta 18 personas para hacer paracaidismo individual o en tándem. Sube más alto por lo que da hasta un minuto de freefly para hacer acrobacias en grupo.
La historia personal de Hediger es muy rica: hace 35 años que se dedica a diversas disciplinas aéreas en una carrera no exenta de accidentes. Sin límite de edad, el vuelo de bautismo, que dura unos 20 minutos, tiene un costo de U$S 75 mientras que el paracaidismo en tándem, U$S 270. Y después no queda otra que comer algo rico en Aeroposta, el restaurante y bar del lugar que tiene toda la onda. Si, hay que reponer energía y bajar la adrenalina.
También hicimos una cabalgata de la mano de Carmelo Capdevila (foto arriba), que es un clásico por estos pagos y tiene propuestas que van desde la más sencilla de una hora hasta una de dos días al cerro Uritorco. Precios desde $ 1.500 la hora.
Té inglés y restaurantes de renombre
Con tanta inmigración inglesa, el té es una ceremonia que se respeta hasta hoy, con scons calentitos, crema agria y mermelada, o tortas caserísimas. Los mejores representantes de esta tradición son Dani Cheff, confitería ubicada en pleno centro y fundada en los ’80, y Viva la Pepa, que está instalada en un vagón de tren. Ambas son altamente recomendables.
Aquí la gastronomía es un punto fuerte. En todos lados se come muy bien y tiene sus destacados: La casona del Tobozo es la más antigua, de los Rebaudino, que lleva 15 años sin cambiar la carta (variadísima) porque los clientes así lo piden; está la versión moderna y minimalista de Cristian en Mola, cuyas porciones no son grandes para que se pueda pedir varias cosas para probar. En este panorama, La Urraca (foto abajo) no se queda atrás y es lo opuesto, a pedido de sus comensales las porciones son grandes y todo es delicioso. Ambos tienen inspiración española.
El club house del Golf La Cumbre tiene dos espacios: uno tipo bar inglés y un restaurante con vista al court donde hasta una omelette es gigante. Finalmente, junto al Dique San Jerónimo está Dique Si, moderno, de estilo industrial y para comer adentro de un galpón o al aire libre, como en Nébula, un incipiente viñedo en el medio de la nada al que va mucha gente a almorzar o tomar el té al sol por su onda bien moderna.
La Cigarra, Júpiter y las obras de Mischung
Los artistas de estilos más variados encontraron en La Cumbre un espacio perfecto para armar sus atelieres y vender las piezas que van creando. Desde las piezas hechas en metal o metal y piedra de Matías Mischung que también se encuentran en los restaurantes, a los cuadros propios y las obras de colegas que exhibe María Victoria López Severin en La Cigarra, a la experimentación artística que desarrolla Martín Kovensky junto a su esposa, la fotógrafa Ana Guilligan (foto arriba), en Júpiter. Allí además de taller venden sus obras y se pueden apreciar sus etapas artísticas. Para visitarlos, conocerlos y, ¿por qué no? llevarse alguno de sus trabajos.
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