Aunque parezca increíble, los autos eléctricos arrancaron en la historia de la movilidad mucho antes que los autos de combustión interna. Tras la tracción a sangre de los caballos y las máquinas a vapor, entre 1832 y 1835, el escocés Robert Anderson inventó y construyó uno de los primeros autos propulsado por células eléctricas no recargables. Mientras tanto, en los Países Bajos, Sibrandus Stratingh diseñó y construyó vehículos eléctricos a escala reducida.
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Para tener una dimensión del adelanto, recién en 1872 Nikolaus Otto, un ingeniero alemán, fabricó el motor que al poco tiempo se aplicaría a todo tipo de vehículos, basado en el ciclo termodinámico de cuatro tiempos de combustión interna de encendido provocado, que hoy utiliza nafta. Y en 1892, sobre esa base, Rudolf Diesel, otro alemán, patentó el motor que llevaría su nombre y que fue el primero que quemaba aceite vegetal, más tarde gas-oil, y hoy biodiésel.
Sin embargo, esta ventaja no fue aprovechada por quienes impulsaron el uso de los autos eléctricos a pesar de que Francia e Inglaterra fueron de los países más entusiastas con el tema. Las razones fueron casi las mismas que las que se observan en la actualidad: prestaciones limitadas, poca autonomía y tiempos de carga demasiado largos. En aquellos años la velocidad no pasaba de los 20/30 km/h y la autonomía, con suerte y viento a favor (literal) llegaba a los 50 km.
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El golpe de gracia se lo dio en 1908 Henry Ford y su modelo “T”, con motor “a gasolina”, junto con la línea de montaje en serie que posibilitó la fabricación masiva.
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Además, la industria del petróleo tomaba cada vez más fuerza y penetración en los mercados mundiales.
Así, los autos eléctricos quedaron en un letargo hasta mediados de la década del '60, cuando aquellos esfuerzos individuales pasaron a ser realizados por las empresas
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automotrices con prototipos y nuevas aplicaciones tecnológicas.
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Esta tendencia se aceleró notablemente con la primera crisis del petróleo en 1973, despertando en la conciencia colectiva el riesgo de depender del petróleo. Y luego
vino el temor al “efecto invernadero”. Esta vez los mayores desarrollos se dieron en los
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Estados Unidos y Japón, y también se retomaron en Francia.
Como fue 100 años atrás, la clave de los autos eléctricos radica en la acumulación y recarga de energía mediante baterías. Siempre los esfuerzos estuvieron en obtener baterías más livianas, más compactas, con mayor autonomía, con la capacidad suficiente para generar los caballos de fuerza necesarios para que el motor tenga un desempeño
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adecuado, mayor velocidad de recarga, y un costo de reposición razonable. Y debe ser reciclable.
Nota publicada en la edición 508 de Weekend, enero de 2015. Si querés adquirir el ejemplar, llamá al tel.: (011) 4341-7820 / 0810-333-6720. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.
27 de enero de 2015
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