"Es chica, no levanten el fondeo que la traigo”, dijo Dani mientras bobinaba el reel con la vara levantada. Richard miró la caña #6 completamente arqueada y pulsante, y respondió: “Esa no es nada chica”. Clavó la vista en el río donde entraba la línea y agarró el copo. La resistencia fue fuerte, pero la pelea no acorde a esa oposición. Cuando la vimos aflorar en el remanso, cerca de las ramas de un sauce de la costa, no pudimos creer lo que veíamos. Una marrón adulta, oscura, grande, bien grande, ¡enorme!, nadando con relativa tranquilidad y con una mancha clara en la boca. Richard acercó el copo y la bestia soltó algo y se fue. Ese algo, esa mancha blanca en la boca, era la trucha que Dani había calificado de “chica”. Que no era tan pequeña pero que había sido casi engullida por la otra bestia.
Aquí no termina la cosa. Dani dejó la truchita en el agua y la marrón grande volvió a atacarla y metérsela completa en sus fauces. Otra vez arrimarla, otra vez soltó. Y una tercera vez más, lo mismo. Estaba encarnizada y no le importaba la cercanía del bote ni de nosotros. No la pudimos meter en el copo y se terminó yendo. Al no pincharse nunca con la mosca, jamás descubrió el engaño y por eso atacaba, comía y no ejercía toda la violenta defensa que podría haber desplegado. Pero la vimos, la tuvimos cerca y nos maravillamos con la situación y el tamaño de esa trucha de categoría trofeo en el río Futaleufú.
Habíamos llegado a Chubut con Diego de Salas y Daniel García Maradona por invitación del Intendente Municipal de Trevelin, Hector Cano Ingram y de Fernando Vargas, mentor de este relevamiento, dispuestos a navegar el Futafeufú, ese importante curso de cuenca Pacífica (sus aguas van al mar del lado chileno).
Tradicional con garantía
El río Futaleufú es un clásico de la región y merece la pena dedicarle tiempo. Ofrece tantas posibilidades, modalidades de pesca y estrategias como para satisfacer tanto al mosquero más sutil como al pescador de spinning pesado que busque capturar grandes salmones chinnok en la época de remonte, hacia fines del verano.
Sabemos que las truchas viven permanentemente con hambre y, aún sin hambre, sabemos positivamente que no dejan pasar oportunidades de comida fácil. También sabemos qué es lo que comen. Insectos en sus formas acuáticas, larvas, alevinos, huevos de la propia especie o de otras, moluscos, crustáceos, sanguijuelas, lombrices, insectos terrestres que llegan al agua desde las orillas –o son arrastrados por el viento, la lluvia o caen de la vegetación costera–, como cascarudos, hormigas, grillos, langostas, abejas, mariposas, gusanos y bichos más grandes, como lagartijas, batracios y ratones.
Truchas: marrones y arco iris en Filo Hua Hum
También sabemos adónde puede llegar a estar. En qué lugares del río: procurando resguardo de la corriente, protección de posibles amenazas, aguas oxigenadas y –fundamentalmente– chances de alimento. Sabiendo todo esto, debería ser fácil pescarlas. Pero no es así. Con truchas chicas es más sencillo resolver el acertijo del pique, son más cantidad, tienen mucha competencia entre ellas, por eso son menos recelosas y más activas. Pero cuando la trucha sobrepasa el kilo, comienza a volverse más desconfiada, cautelosa para comer y más calculadora. Se rige por la ecuación de costo-beneficio. No se mueve si lo que puede llegar a comer le implica un gasto energético superior a la ingesta que compense ese desplazamiento. Si la mosca pasa cerca, no duda. Si para tomarla tiene que abandonar el resguardo de una piedra o de un tronco y someterse al rigor de un torrente muy fuerte, tal vez la deje pasar aunque la vea. Sus movimientos se vuelven justos y precisos. No se expone, no malgasta energía y se pone recelosa. Se alimenta de lo que es más accesible y abundante o de un buen bocado que la compense sobradamente. Se pone selectiva, elige mejor sus lugares, sus presas y sus momentos. Y una trucha adulta -de dos kilos o más–, se alimenta de todo lo que dijimos, más todo aquello que tenga apariencia comestible, con tal de que sea de buen tamaño. Un pez de esa categoría jamás llegaría a grande comiendo únicamente pequeños insectos.
Ya en el agua
Habíamos botado las balsas por la bajada de botes de “Río Al Límite”, un poco antes de llegar a Los Cipreses, en el Km 63 de la RN 259 (de ripio en ese tramo), donde se puede dejar el vehículo y el tráiler. A fuerza de remo fuimos actuando río abajo, primero embarcados, con un par de capturas de marrones medianas con líneas de hundimiento y estrímeres, ya que el río estaba muy crecido. Este curso no depende tanto de los aportes hídricos de la naturaleza, sino del agua que libere el complejo hidroeléctrico Futaleufú para satisfacer la variable demanda eléctrica.
Buscando alternativas, decidimos desembarcar en la margen opuesta del río y caminar un poco las orillas. Los lugares para actuar de costa o vadear a veces son bien puntuales y conviene perder un poco de tiempo pero posicionarse adecuadamente y trabajarlos bien. Las truchas están al acecho, a la sombra de las ramas de un sauce, al pie de una barranca, atrás de una piedra o en un veril, y hay que moverse con sigilo para no delatarse y espantarlas.
Richard dio aquí lecciones de cómo trabajar una orilla vadeando, con tiros certeros, arriesgando moscas entre las ramas pero logrando el objetivo. Dos marrones bastante buenas con estrímeres en anzuelo #6 (una Muddy Buddy y una Matuka) y una arcoíris chica con una ninfa de damsel capturamos así.
Una vez que volvimos a actuar desde la balsa, pudimos redondear una gran jornada de pesca con varias capturas repartidas en las cuatro cañas, destacándose Daniel con dos marrones que se inclinaron por el mismo patrón de mosca (una Woolly Bugger negra con flashabou celeste) en un lapso de 20 minutos y la trucha que fue atacada por la gran marrón que describimos al comienzo de esta nota.
Nuevo día, más pesca
Para la segunda jornada cambiamos de estrategia y sumamos al equipo a José Luis Contreras, buen amigo, gran pescador y excelente ninfero. Bajamos una lancha en Las Torres, cerca de La Aldea Escolar, y fuimos bajando el río, actuando en algunos puntos clave. También alternamos pesca embarcada con vadeo y pesca de costa con buenas respuestas, con ninfas, estrímeres y hasta con moscas secas. Lo más destacado del día fueron tres arcoíris de muy buen tamaño prendidas con ninfas, sin indicador de pique, a trucha vista desde la costa (dos con un perdigón con lana roja y otra con una Pheasant Tail con cabeza de tungsteno). Y por la tarde el que le encontró la vuelta a la pesca costera fue Diego, que casi a última hora y bajo una incipiente llovizna, se despachó con una seguidilla de cinco truchas actuando desde arriba de una barranca.
El Futaleufú es un río muy bien poblado, con muchas chances de capturas y con algunos secretos que la única manera de descubrirlos es pescándolo. Y si es con la asistencia de un guía conocedor del ámbito y de las conductas de sus truchas, se allana mucho el camino. Por eso insistimos en que actuar con un buen profesional de la pesca facilita mucho las cosas y acelera los tiempos de aprendizaje.
Párrafo aparte: vale la pena mencionar que el buen estado y población de salmónidos, tiene mucho que ver con la tarea del cuerpo de Guardapescas de la Provincia de Chubut, que con más pasión y compromiso que recursos, cuida, protege y fiscaliza los distintos ambientes donde se practica la pesca deportiva. Un beneficio que no sólo afecta positivamente a los pescadores. Guías, cabañeros, lodges de pesca, gastronómicos y demás prestadores de servicios también sacan partido de la afluencia del turismo pesquero. Ojalá, para bien de todos, se pueda seguir sosteniendo en el tiempo esta política conservacionista, con el convencimiento de que todo lo bueno que hacemos o que damos, vuelve.
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