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PESCA | 06-04-2017 09:30

Flechas de la crecida

Melincué casi con su volumen duplicado en virtud de la creciente, el pejerrey se ha esparcido y su búsqueda es un desafío que premia con buenos matungos.
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Acorde a los tiempos políticos, lo propio de la laguna de Melincué parece ser el cambio. Cuando hace cuatro años no hablaba nadie de ella y este cronista la volvió a poner en consideración en su primera nota en esta revista, el espejo lucía notablemente reducido, con una concentración de yodo y sales que dejaba a los pejerreyes con severos daños oculares (muchos de ellos tuertos o ciegos) y a la laguna con grandes terrenos de aguas someras prácticamente en seco. En ese momento donde solo dejaban pescar de orilla en este humedal Ramsar donde hiberna el flamenco andino, la pesca se hacía solo al vadeo o de orilla.

Laguna convocante

Aquel artículo citado que puso en la palestra al ámbito derivó en una nueva puesta en valor del espejo como centro turístico y un año después ya había bajadas de lanchas habilitadas, al tiempo que el espejo recobraba parte de su caudal. El resto lo hizo su privilegiada situación geográfica, pues al estar en el sur santafesino, a pocos kilómetros de dos provincias populosas como Buenos Aires y Córdoba, la fama de sus pejerreyes no tardó en convocar legiones de fanáticos de todos lados.

Hoy el panorama es opuesto al que atestiguamos aquella primera vez: la laguna pasó de las 17.000 hectáreas habituales a cerca de 30.000, el agua llega hasta la ruta 90, el camping está bajo agua al igual que algunos galpones y corrales, y solo funciona el Club Náutico Melincué como única posibilidad de bajar –no sin cierta dificultad– las embarcaciones al agua.

Buenos tamaños

El pejerrey en este cambio drástico de las condiciones del espejo se ha esparcido, y hay que encontrarlo. Pero eso tiene premio: cuando se da con la especie los portes suelen sorprender. En una jornada pescando a dos lanchas y en kayak, solo un par de pescados estuvieron por debajo de los 30 cm, y si bien no dimos esta vez con matungazos de más de 50, los hay y no es raro que se den, aunque el promedio habitual va de 30 a 45 cm.

El volumen de agua ha disuelto el yodo en una enorme masa hídrica y esto permite mejores condiciones para una nueva vida. Los pejes ya no son los únicos habitantes de este espejo, adaptados a este particular ámbito tras una fuga de la vecina laguna de Elortondo.

Hoy los dientudos y las dientudas, es decir las tarariras, son parte de la ictiofauna habitual del medio. Y la pesca de taruchas al vadeo no solo es rendidora, sino que sorprende por la calidad de los ejemplares.

Para llegar a Melincué desde Buenos Aires hay tres alternativas: ruta 9 hasta Villa Constitución y de ahí la 90 hasta la laguna (trayectoria unos 40 km más larga pero más ágil) o bien el más corto por ruta 7, luego ruta 31 hasta empalme con ruta 8 hasta ruta 90

y giro a la izquierda por la 90 hasta el espejo. La tercera opción, acaso una intermedia entre las dos, es tomar en Panamericana Ramal Pilar y seguir por ruta 8 hasta dar con la ruta 90.

En todos los casos, por la 90 debemos pasar el Resort Casino de Melincué, seguir un par de kilómetros hasta ver el camping (inundado por estos días) y en la siguiente bajada (cartel blanco indicador) acceder a la izquierda al Club Náutico Melincué, única bajada habilitada por ahora.

En esta ocasión, nuestro guía fue el joven Uriel Balbi, todo empuje y bonhomía quien, tras meter la chata en el agua y de-senganchar su bella lancha Cargo 6,30 (que permite una pesca comodísima) con motor de 90 HP, puso proa a la zona del viejo hotel Melincué –sepultado por las aguas crecidas– iniciando los garetes a unos 1.000 metros del mismo al tiempo que armaba la primera ronda de mate con facturas, parte de su servicio habitual.

En la segunda lancha el grupo, sus compañeros Juan Renna (timonel), Mariano Alegre y Eduardo Ocampo (ellos dos también guías locales) permitían un buen registro de lancha a lancha y nos intercambiábamos tips de pesca y profundidades de pique.

Boyas al agua

Melincué no presenta exigencias de equipo mayores a las de cualquier pesca palustre: caña a de 4 a 4,50 metros, línea clásica de tres boyas (rinde la bigotera si se plancha) que convenientemente deben ser blancas en la cara que da al agua y color a gusto para facilitar la visual del pescador, reel que permita un almacenamiento no menor a 150 metros de multifilamento, pues muchas veces la pesca se hace a distancia.

Sobre este punto, cabe consignar que si nos toca pescar sobre el reflejo, muchas veces dejaremos ir la línea más allá de nuestra visual y sentiremos el pique con una violenta corrida de multi entre los dedos. Será el momento de clavar. Los anzuelos no deben ser menores al nº 1, y allí encarnaremos una mojarra grande o un filet de dientudo de 1 por 5 cm.

En los dos grupos de pescadores fuimos variando profundidades hasta dar con las claves de la jornada. El pejerrey picaba de 20 a 25 cm y nunca estaba acardumado: siempre eran una o dos capturas y a seguir el garete con compases de espera. Los tamaños sí fueron buenos, dado que en un contexto de pesca discreta, varios ejemplares fueron de 35 a 40 cm.

Apertura de embarcaciones

Uriel nos contó que la jornada elegida para nuestra visita fue el primer día del año en que habilitaron embarcaciones, por lo que había que buscar parámetros para ver cómo se mueve el pescado este año. Hasta ese momento, los únicos que podían pescar embarcados eran los kayakistas. Y Balbi nos demostró su técnica de pesca desde suyo, logrando un puñado de ejemplares.

Tras disfrutar de una mañana de regios piques de pejerreyes entreverados con molestas llevadas de dientudos, nuestros anfitriones nos invitaron a comer un asado para reponer fuerzas. Pero antes de irme no quise perderme la oportunidad de pescar algunas taruchas al vadeo en este ámbito tan particular. Balbi me llevó a una zona de corrales inundados donde pastos emergentes parecían hablarnos de aguas bajas, pero no era así: un metro tenía el sector elegido para iniciar los intentos.

Ratas de superficie con antienganche fueron los artificiales usados. Y las tarus no nos fallaron: tras insistirle un rato a determinados sectores que Uriel Balbi ya conoce, empezaron los ataques feroces y nos pudimos dar el gusto, practicando devolución de esta valiosa especie.

Conclusiones de la salida

Melincué es una de esas lagunas que siempre nos desafían, porque su geografía y composición química cambian, y con ello también el comportamiento de sus peces. La temperatura no es un factor menor: sin dudas a principios de temporada el peje no se moverá igual que cuando el frío apriete. Y así, la búsqueda se transforma en la constante en un espejo que nos obliga a pensar cada estrategia de pesca en función de sus variantes. No es poca cosa y por eso nos gusta tanto.

La pasión de los guías locales que trabajan el ámbito todo el año, será el atajo para encontrar el camino al éxito. No lo dude, vaya y disfrute. El matungo de su vida puede estar esperándolo en este espejo santafesino.

Nota completa publicada en revista Weekend nº 535, abril 2017.

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Wilmar Merino

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