Si hablamos de los que viene para cuidar el medio ambiente, los autos sin emisiones de gases lideran los adelantos en la era de la sustentabilidad. Mientras hay países que ya no tienen en sus calles autos a nafta o gasoil, otros en camino hacia la electrificación todavía discuten el valor de una recarga.
El precio de la energía no favorece la penetración de los vehículos sin emisiones en algunos mercados, sobre todo europeos, que son quienes intentan dar el gran paso. Muchos se encuentran muy lejos de ser considerados como un país favorable al crecimiento de los vehículos electrificados. Las ventas de coches sin emisiones continúan siendo residuales, no solo por el elevado precio de estos modelos sino también por las incertidumbres que una red de recarga muy limitada genera entre los usuarios. Algo así como lo que sucede en nuestro país.
El precio de la energía tampoco representa un incentivo en esta transición de la movilidad con motores de combustión a la electrificación. La inversión que requiere la adquisición de un coche de estas características es elevada, un sobreprecio respecto a modelos equiparables de gasolina o diésel que se debe amortizar gracias al ahorro que supone la recarga de las baterías frente al llenado de los depósitos con estos combustibles.
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Argentina a años luz de la meta
Switcher, una compañía irlandesa dedicada a las comparativas de productos básicos para ofrecer las mejores alternativas a sus usuarios realizó un estudio tomando como base a los vehículos de este tipo. Según sus datos y el precio medio de la electricidad doméstica ha calculado el costo de la recarga de una batería media y el gasto que supone recorrer 100 kilómetros con un híbrido, apreciándose diferencias muy significativas entre unos y otros. Señala que las diferencias de precios entre los diferentes países se deben fundamentalmente a tres factores: la situación geopolítica de cada uno de ellos, el porcentaje de energías de origen renovable y complementos como los impuestos, las tasas y o también las subvenciones. Malditos impuestos! Que en tierra local sabemos cómo funcionan.
Los países más baratos
El país analizado con el precio de la electricidad más barata pertenece a los Países Bajos, que queda en 0,05 euros por kWh. Esto representa que recargar una batería media (en torno a los 50 kWh) cueste a sus ciudadanos 2,74 euros, mientras que recorrer un centenar de kilómetros suponga un gasto de tan solo 0,80 euros, referido a un consumo medio de 16 kWh en esa distancia. El estudio justifica que los Países Bajos ocupen esta privilegiada posición (superando entre los primeros a Kosovo, Georgia y Serbia) gracias a las subvenciones gubernamentales a la movilidad sin emisiones y el apoyo financiero a los ciudadano para la adquisición de este tipo de soluciones. "Llenar un tanque" no superaría los $ 1300 aproximadamente.
Francia, los sigue con condiciones ventajosas: con un precio de 0,21 euros el kWh, 12,65 euros la recarga de la batería y 3,71 euros el recorrido de 100 kilómetros. Una diferencia apreciable que refrenda lo acertado de las políticas medioambientales de ese país.
Países como España, ostentan un precio medio por kWh de 0,31 euros, que exige 18,63 euros para la recarga de la batería y 5,46 euros para recorrer 100 kilómetros. Son precios, obviamente, muy por debajo de los necesarios para desplazarse en la misma distancia con combustibles convencionales y motores de explosión, pero también lejanos para países sudamericanos. El esfuerzo de los países pasa por obtener subvenciones de sus Estados para promover el estímulo de dicha inversión, realidad muy lejana para nuestro país. No sólo por el precio de la electricidad sino por la escasa infraestructura pública de recarga.
Un detalle a tener en cuenta es que Dinamarca, con más de 200.000 eléctricos puros circulando, es el país más caro de los analizados. El costo general de la vida y la retirada paulatina de las ayudas públicas a esta tecnología provoca tal circunstancia, un fenómeno coyuntural de incentivos que puede llegar a repetirse en otros mercados por la carga financiera que supone para los gobiernos que los aplican. Consuelo que aleja la proximidad a un mundo más saludable.
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