Nacida en 1898 en Nome, Alaska, criada por misioneros metodistas, madre soltera e indigente, el destino quiso que con apenas 23 años, Ada Blackjack fuera elegida para ser la única tripulante mujer de una arriesgada expedición que buscaba conquistar el Artico
Si bien su diminuta altura que no alcanzaba el 1,50 m., sumada a su total falta de experiencia en ese tipo de arriesgados viajes y al terror que sentía por los osos polares no la hacían candidata para esa expedición, el joven explorador canadiense Allan Crawford que se dirigía a bordo de su barco Victoria hacia la remota isla Wrangel, ubicada a 160 km. al norte de la costa de Siberia, donde pensaba vivir durante dos años para, así, poder reclamar el territorio para el gobierno británico, la eligió por sus grandes habilidades como costurera.
En el atardecer del 9 de septiembre de 1921, Blackjack se unió al equipo que zarpó de la ciudad de Nome,- donde vivía junto a su hijo Bennett, que sufría de tuberculosis-, a bordo del legendario barco Silver Wave que, tras una semana de travesía, finalmente iba a llegar a la isla Wrangel.
A primera vista, la isla no lucía tan mal como Crawford y su tripulación se lo imaginaban: el clima era relativamente templado y el afloramiento rocoso estaba cubierto por líquenes y musgos. Apenas pusieron un pie sobre la isla, Crawford mandó a sus hombres a izar la bandera británica al tiempo que enterraron una proclama que rezaba “por Su Majestad George, Rey de Reino Unido“.
Si bien durante los primeros meses todo marchaba tal cual se los había asegurado el célebre explorador canadiense Vilhjalmur Stefansson, quien fue el mentor del viaje, lentamente, el estado de ánimo en el campamento comenzó a cambiar. Y todo pareció llegar a su fin cuando las oportunidades de caza desaparecieron ante la irrupción de un invierno ártico que les trajo 61 días de oscuridad y muchísimo frío.
Pero, a pesar de todas las dificultades, Ada confiaba ciegamente en la llegada del barco con víveres y más personas que les había prometido Stefansson al momento de partir. Pero, para eso era fundamental sobrevivir al invierno y esperar la llegada del verano.
Sin embargo, cuando arrancó el otoño, Ada y el resto de la tripulación se dieron cuenta de que el barco de apoyo nunca iba a llegar. Los víveres empezaron a acabarse, los osos polares que una vez habían sido tan abundantes parecían haber desaparecido, y las misiones de caza se estaban volviendo cada vez más infructuosas.
Sabiendo que la muerte estaba cada vez más cerca, en enero de 1923 Crawford decidió emprender, junto a dos de sus tripulantes, Milton Galle y Frederick Maurer, el viaje de regreso a través del entonces mar totalmente congelado en busca de ayuda, dejando a Blackjack y al quinto integrante de su grupo, Lorne Knight, quien estaba muy mal de salud, en el campamento, con la promesa de que iban a regresar en pocos días con víveres.
Pero, lamentablemente, eso nunca sucedió y, tras la muerte de Knight, el 23 de junio de ese mismo año, Ada se dio cuenta de que nadie vendría en su rescate. Lejos de rendirse, Ada decidió continuar con el más que nunca difícil trabajo de mantenerse con vida en ese inhóspito y solitario lugar y empezó a escribir en una suerte de calendario que fabricó con el papel de la máquina de escribir de Galle cada cosa que hacía, remarcando un sueño: regresar junto a su hijo.
Después de escribir una nota cada mañana detallando su paradero en caso de que aparecieran los rescatistas, colocaba trampas para los zorros y aprendió a cazar pájaros y focas. No fueron tiempos para nada fáciles ya que cada oportunidad perdida significaba un destino cada vez más incierto.
Cuando el viento se llevó un bote de piel que Ada había fabricado con mucho cuidado, se largó a llorar como una niña. Sin embargo, tampoco se rindió y encontró consuelo en su fe cristiana, tal cual lo señaló en su diario el 23 de julio: “Doy gracias a Dios por vivir“. No fue hasta el 20 de agosto de 1923, casi dos años después de haber llegado a la isla Wrangel, que la terrible experiencia de Ada finalmente iba a llegar a su final feliz cuando la tripulación de la goleta Donaldson se acercó a su campamento, ante sus lágrimas de sorpresa y felicidad.
Cuando los rescatistas le preguntaron dónde estaban sus compañeros de equipo, ella solo pudo responder: “Aquí no hay nadie más que yo. Estoy completamente sola“. De regreso a Alaska, la prensa se peleaba por tener las declaraciones de la mujer a la que habían bautizado como “la mujer Robinson Crusoe” quien, gracias al salario que había cobrado por la expedición pudo llevar a su hijo a la ciudad de Seattle para que le dieran tratamiento médico.
Años más tarde, tuvo a su segundo hijo, Billy, pero los problemas de dinero la obligaron a dejarlo tanto a él como a Bennett en un hogar de caridad durante nueve años. Finalmente se mudó a Alaska para trabajar como pastora de renos y vivió hasta los 85 años.
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