Brama… Basta con oír el eco de esa palabra para erizar la piel de cualquier cazador de raza. Entre caldenes destrozados, peleas viriles y cerros perdidos, el imponente colorado hace de estos montes una apología natural, irresistible a la tentación de cualquier amante de la actividad cinegética.
Paciente, perspicaz y casi aletargado, el bowhunter se aproxima a su presa, temblequeando, medio dudoso y con el corazón a mil revoluciones por segundo espera el momento adecuado para soltar su único y soñado disparo, después de haber caminado en cámara lenta, con suaves movimientos casi imperceptibles a través de cientos de metros de malezas, bosques y pantanos.
El trofeo yace frente a él, con presencia, elegancia y cierto encanto salvaje, momento más que preciso para volcar toda su práctica. Tensa su arco, contiene la respiración mientras fija la mira en el animal y suelta el flechazo. Con la incertidumbre de saber si su disparo fue certero observa la reacción del animal: cataratas de emociones se hacen presentes, la satisfacción es inigualable, un tipo de sensación indescriptible, festejos y abrazos.
Hacia el lodge
Decidimos aprovechar los pocos ocasos que quedaban de berrea para intentar acechar uno de estos imponentes animales con arco y flecha, difícil tarea ya que los períodos de brama se están acortando. Con falta de frío y sobre la fecha de culminación de la temporada, nos dirigimos a una de las zonas pampeanas más enriquecida de trofeos colorados: Quehué.
Nota completa en la edición 489 de Weekend, junio de 2013. Si querés suscribirte a la revista y recibirla en tu domicilio, clickeá aquí.
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