Friday 19 de April de 2024
AVENTURA | 05-05-2022 07:00

Antártida: expedición a la tierra de los icebergs

El experimentado kayakista Marcelo Hostar se propuso llegar al Continente Blanco en velero, enfrentando el Cabo de Hornos y el temible Pasaje de Drake. Relatos en primera persona de una experiencia fantástica.
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Marcelo Hostar es un referente del kayak en la Patagonia. Asentado en San Carlos de Bariloche, organiza y guía diferentes travesías de las cuales podemos destacar el Encuentro Nacional de Kayakistas de Travesía en el P.N. Nahuel Huapi, que este año cumplió 19 ediciones. A nivel más personal también se plantea desafíos, como la siguiente expedición, de la cual nos da una resumida crónica.
“Sabía que para cumplir mi gran deseo de conocer la Antártida debía cruzar el Pasaje de Drake, que es donde se juntan los océanos Pacifico y Atlántico. Es decir que frente a este cabo se encuentran las aguas más tempestuosas del planeta. El tema era especialmente difícil, porque quería navegar hasta el Continente Blanco en un velero relativamente pequeño al lado de los cruceros o los grandes barcos especiales de investigación, como los rompehielos que empresas de turismo antártico rentan en el verano austral para sus viajes.

 

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“El Cabo de Hornos es el más meridional de la isla y es el límite Norte del Pasaje de Drake, que separa América del Sur de la Antártida. El nombre original proviene del neerlandés Kaap Hoom, que se debería haber traducido al español como Cabo Cuerno y no de Hornos. Pero así quedó. En inglés se lo llama acertadamente Cape Horn (por la forma de cuerno del Cabo). Más allá del nombre equivocado, el Parque Nacional homónimo es muy lindo y vale la pena visitarlo. Hay cruceros (como los de Australis) que salen tanto de Puerto Williams, en Chile, como de Ushuaia hacia este lugar. La isla de Hornos forma parte del archipiélago de las islas Hermite y pertenece al P.N. Cabo de Hornos. Nuestro derrotero es navegar por el canal Murray y la bahía Nassau para llegar al P.N. En la isla Hornos desembarcaremos en caleta Léon solo si las condiciones climáticas lo permiten. Lo mismo en Bahía Walaia, donde en 1833 y desde el HMS Beagle bajó a tierra Charles Darwin.

Cumpliendo el sueño antártico

“Quería llegar a la Antártida navegando a vela; pensaba que embarcarme en un crucero le quitaba mucho componente de aventura al viaje. Una amiga chilena tenía un velero que hacía el viaje. Averigué y me salía muy caro, como 11.000 dólares, pero además no llevaba kayaks a bordo. Continué buscando y surgió el nombre del Spirit of Sydney, un velero australiano de 60 pies y casco de aluminio diseñado como barco de regatas en 1986 y que desde 1994 navegaba a la Antártida todos los veranos australes. Me puse en contacto con ellos para arreglar el viaje y el tema principal fue, por supuesto, conseguir un descuento, ya que si bien podía llegar a tener el dinero, por el cambio en nuestro país es muchísimo... Todos los viajeros son generalmente extranjeros, americanos y europeos, sobre todo interesados en las aves y el resto de la fantástica fauna antártica: lobos y elefantes marinos, ballenas y la variedad de especies de pingüinos, especialmente el rey y el emperador. Finalmente me decidí y me embarqué en el Spirit of Sydney...

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“Con el hecho consumado busqué más información del Pasaje de Drake y del Cabo de Hornos. El resultado era inquietante. Ahora los pronósticos meteorológicos son detallados, una ventaja importante con respecto a los marinos del siglo XIX, pero una vez en altamar, hay que estar dispuesto a aguantar lo que venga, y eso incluye las peores tormentas del mundo, que pueden llegar inesperadamente. Y salvo que uno sea un experimentado navegante profesional, nada nos prepara para eso: podemos saber navegar a vela, pero una tempestad en la zona del cabo es otra cosa y tiene sus buenos peligros. Una ventana de buen tiempo de 4 a 5 días en el pronóstico, lo que dura el cruce hasta la Antártida, no asegura nada. No hay quien afirme que en el camino no nos vayamos a encontrar con la furia de Poseidón...
Finalmente salimos de Ushuaia a fines de noviembre del 2021. Ni bien dejamos el Canal Beagle y pusimos rumbo al Sur, comenzó el baile. El viento venía de popa y soplaba a unos 40 nudos. Las olas eran enormes, de 4,5 m o más, era difícil calcularlo y mantener el rumbo. Y en una de las guardias de navegación, una mala maniobra dejó el barco proa al viento. Una vela de proa –la genoa– se rasgó y no sirvió más. El pobre capitán, un polaco llamado Wojciech Voy Madej tuvo que trepar al mástil para asegurarla porque flameaba y se seguía rompiendo, empresa arriesgada que le costó flor de mareo. Pero lo logró y con la vela mayor y otra pequeña de proa llamada foque, continuamos la navegación. El viento bajó a unos 25 nudos y en cuatro días y medio llegamos a la isla Decepción, el primer punto de la Antártida en nuestro viaje.

La isla Decepción

“Tiene todos los elementos de una isla misteriosa que podría estar tranquilamente en una novela de Julio Verne: es solitaria, volcánica y en forma de herradura. Por un estrecho pasaje de 150 m de ancho llamado Los Fuelles de Neptuno se accede al interior, que es un cráter inundado. Es única en el mundo porque en realidad es la cima de un volcán todavía activo y con erupciones recientes en la década del ‘70 del Siglo XX. Al Norte de la entrada, en la Bahía de los Balleneros, están los restos de la estación Mekla, abandonada en 1933. Azotados por el viento hay barracones, depósitos de aceite oxidados, esqueletos de ballenas y restos de botes. Alguna vez, en la década de 1820, fue el centro de explotación ballenera más importante del mundo, que luego pasó a ser Grytviken, en las Georgias del Sur.

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“Entramos a la caldera inundada del interior y amarramos a la encallada estructura de un viejo buque factoría. Entonces llegó un velero francés de dos mástiles, más grande que el nuestro, y decidimos hacerle un favor cediéndole nuestro lugar. Este favor nos valió un reconocimiento que eventualmente terminó salvando nuestro viaje. Nuestro desalinizador estaba andando mal y producía poca agua dulce; estos nuevos amigos nos pasaron de las reservas de sus tanques la cantidad de líquido precioso que nos permitió completar la expedición y volver a Ushuaia.
“Un incidente inesperado ocasionó mi primera remada en solitario con un kayak. El gomón del velero había quedado mal atado y, con la fuerza del viento y la corriente, se soltó y alejó. Entonces salí al rescate y lo traje de vuelta a remolque. Con esto logré ser un referente para el resto de la tripulación, vieron que la tenía clara remando y me convertí en el guía no oficial de las salidas en kayak.

Bahía Paraíso y Pto. Lockroy

“El recorrido del Spirit of Sydney siguió unas 120 millas náuticas para llegar al Noroeste de la península antártica, a una región conocida como Costa Danko, donde terminamos pasando unos 14 días más, de los cuales remamos cinco con los kayaks. La diferencia con las salidas de los glaciares en Patagonia es que eran cortas. Nuestra base era el velero, remábamos un rato y volvíamos. 

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Teníamos cuatro botes, así que armé dos grupos de tres tripulantes para las salidas y les enseñé lo básico sobre el control del kayak. Una cosa que me llamó la atención era la increíble transparencia del agua, en los glaciares de Patagonia era lechosa, con sedimento, no se ve el fondo... en la península antártica sí y la parte sumergida de los icebergs ¡es de un color celeste brillante!

Pensando en regresar 

“Los últimos puntos que tocamos en el viaje antes de volver a Ushuaia fueron Bahía Paraíso y Puerto Lockroy. El primero es un puerto natural de la Costa Danko. En la base chilena Presidente Gabriel González, que bajamos a visitar, funciona la Capitanía de Puerto administrada por la Armada Chilena. Consultamos su centro meteorológico y el pronóstico adelantado no era bueno en la zona del Pasaje de Drake cercana al Cabo de Hornos, así que nuestro capitán decidió volver antes para evitar una gran tormenta. Puerto Lockroy o Base A es un puerto natural del islote Gordier que está en el archipiélago Palmer. Allí funcionaba una base británica que se cerró y, desde 1996, es un museo abierto al público en la temporada estival. En Lockroy ancló al lado nuestro un gran yate de lujo –“La Datcha”–, el primero del mundo en su tipo con características de rompehielos. Podía romper hasta un espesor de 40 cm con su eslora de 77 m.

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“Terminé este primer viaje a la Antártida y ya estoy pensando en volver. En velero no creo, porque la navegación en el Pasaje de Drake resultó muy dura. Salvo que reúna una tripulación argentina de navegantes conocidos y con experiencia en ese mar tan difícil. Hay empresas como la española Alegría Marineros, que tiene veleros más grandes, como una goleta de dos mástiles y 88 pies. Estoy estudiando las posibilidades de los cruceros, tal vez uno de los rompehielos que operan en temporada las empresas de turismo antártico. También me gustaría hacer un viaje a Groenlandia un lugar que me interesa mucho... El tiempo lo dirá”.

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Federico Svec

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