Thursday 25 de April de 2024
AVENTURA | 25-02-2018 09:27

Entre parques por la costa oeste de EE.UU.

El autor deja atrás Canadá para regresar a los Estados Unidos y visitar la costa oeste. Un largo peregrinaje que terminará con su llegada a México. Galería de imágenes.
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Si bien en Inuvik (en los Territorios del Norte, Canadá) no llegué a ver el mar de Beaufort, al menos vi los afluentes que llegaban de él. Y con esto atemperé mi desazón por no haber alcanzado el último punto en el norte de Alaska, Prudhoe Bay, y hundir mis pies en aquel gélido mar.

Con la brújula clavada hacia el sur, transité buena parte de Canadá por la Cassiar Hwy, deteniéndome en pequeños pueblos y acampando en las orillas de lagos paradisíacos y desolados. Una vez sorteada la frontera de Canadá, en Estados Unidos planeaba realizar un trazado que fuera uniendo parques nacionales hasta llegar a México.

Reentré por el estado de Washington y mi primera parada fue en la ciudad de Tacoma, donde ajusté algunos aspectos de mi movilidad y recibí compras online que, con una efectividad prodigiosa, el correo me trajo en tiempo y forma. Una vez terminados los trámites, me dirigí a la costa del Pacífico.

Veinticuatro grados centígrados y un cielo despejado eran un marco ideal para desplegar todo mi poder de camping en las interminables playas que rodeaban Ocean City. Después de tres o cuatro días, en pleno ensueño de Robinson Crusoe, un agente de la ley y el orden, muñido de autoridad y luces sicodélicas, irrumpió en medio de la noche para forzar mi mudanza inmediata. Tras un manejo trasnochado y denso, terminé en otra playa, la de un supermercado. El murmullo suave de las olas fue reemplazado por el de los sonoros refrigeradores del edificio.

A pesar de las estrictas regulaciones, me sentía a mis anchas en Estados Unidos. La vida fluía lenta y confortable pero el tiempo de mi visa expiraba y mi fecha de salida se acercaba con rapidez. Es así que, como llevado por los demonios que atormentan a Dominic Toretto (en la película Rápidos y Furiosos), le propiné una buena dosis de gasolina al V8 y, de esta manera, arrancó mi raid desenfrenado a través de diversos parques nacionales que me irían llevando al sur.

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Paisajes infinitos

De la amplitud de las playas de Washington pasé al espeso bosque templado del Olympic NP. Su denso follaje y el musgo que cuelga de los arboles dan la impresión de estar en un parque jurásico. Después de dos noches de camping y alguna que otra caminata entre bosques y lagos, me dirigí al sudeste, hacia el Parque Nacional del Monte Rai-nier. A pesar de no haber subido a la cumbre del volcán Rainier (4.932 msnm), debido a falta de equipo técnico y compañeros, hice noche en el campamento base Muir. Glorioso atardecer y mate compañero como para arrancar la mañana siguiente.

Después de un extenso recorrido al sur, llegué al Crater Lake NP. Desafortunadamente, los incendios en la zona no me dejaron ver el lago alojado dentro del inmenso cráter. Pero ví lo suficiente como para justificar el desvío. Paso seguido, salté al Lava Beds Monumento Nacional, dónde, cómo un topo inadecuado y torpe, me introduje en oscuras cavernas naturales y claustrofóbicas. De la frescura y humedad de los túneles emergí al calor intenso y seco del desierto de California. Dos noches estrelladas y silenciosas marcaron una pausa reflexiva en mi trajinar.

Mono Lake, también situado en California, rompió abruptamente con el paisaje del desierto. Un pequeño paraíso escondido que presenta lagos de altura, cascadas cristalinas y montañas rebosantes de flores silvestres. Cuenta con una confortable y concurrida área de camping entre bosques, desde donde se pueden realizar caminatas, pesca, kayak y demás actividades al aire libre.

Continuando el camino, mi idea era seguir con destino a Los Angeles y de ahí organizarme para cruzar la frontera a México. Pero, una vez más, decidí hacer retoques al plan. Una razón tan grande como el Gran Cañón del Colorado me hizo variar el itinerario por enésima ocasión. Entonces, del norte de California viré hacia el Este, hacia Arizona, y comencé a recorrer una vasta zona de desiertos en Nevada hasta llegar a Bryce Canyon NP, dónde realicé una intensa caminata entre los escarpados pináculos rocosos. Continuando al Este, finalmente arribé a la madre de los parques: el Gran Cañón del Colorado NP.

Naturaleza divina

Estupefacto ante una de las mayores obras de la naturaleza, me tomé el tiempo para respirar hondo, restregar mis ojos para reenfocar lo inabarcable y sentarme con lentitud. Con respeto. Y ajeno a todo lo que me rodeaba para, de alguna manera, asimilar lo que tenía enfrente de mí.

Una vez pasado el trance inicial, enfoqué mis energías en poder pasar la noche acampando en mi casa móvil, para realizar a la mañana siguiente un exigente trekking hasta el curso del río Colorado. Por supuesto que no había ni un sólo lugar disponible para acampar, ya que las reservas se hacen con un año de anticipación. Pero la suerte estuvo de mi lado y un buen samaritano de Polonia me ofreció compartir su lugar pagando la mitad del precio. Así fue como tuve el gran privilegio de ver el amanecer mientras comenzaba el trekking de unas 8 horas de duración y a unos intensos 37 grados de temperatura.

Para culminar mi raid por los parques, visité el Joshua Three National Park. Un vasto desierto con acumulaciones de rocas redondas y pequeños árboles de Josué que le dan nombre al parque. En la tranquilidad de la noche, podía ver diversas fogatas de acampantes aquí y allá, y cada tanto descubrir algún coyote que emergía de su escondite diurno y comenzaba su tarea nocturna mientras largaba sentidos alaridos que quebraban el silencio.

Finalmente, después de un extenso derrotero, el borde de México estaba frente de mí. La famosa y no tan bien reputada Tijuana era mi puerta de entrada y anfitriona. Cierto desasosiego me corrió debido a la mala prensa que el vecino país tiene últimamente y, para peor, en esos días Mr. Trump insistía iracundo en la construcción de la muralla que dividiría aún más la frontera con México, lo que generaba tensión entre ambos países. Pero igual crucé para proseguir mi viaje.

Nota completa publicada en revista Weekend 545, febrero 2018.

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Marcelo Ferro

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