Pero señor...! Tiene Los Reyunos, las dunas del Nihuil, el Cañón del Atuel y mil lugares más, ¿y usted quiere ir en bici a un túnel lleno de murciélagos?”. La empleada de la oficina de turismo de San Rafael, Mendoza, no entendía el porqué de mi destino, pero su comentario fue la mecha quenecesitaba para encenderme.
¿Cómo empezó todo? Hace un par de años, leyendo un artículo de larevista “Todo Trenes”, disfruté un relato de la construcción del ramal San Rafael- Malargüe. En esa épocafue un récord construir un tramo de 176 km en sólo 7 meses, y una de lasdificultades fue excavar un túnel de 166 m en la Cuesta de los Terneros.En mi cabeza picaba esa idea, porque el lugar tiene 18 años de abandono (el último tren con destinoa Malargüe pasó en 1994).
Y fue así que durante mi estadía en San Rafael empecé a recabar datos. Nadiesabía nada. Entonces, manos a la obra: con la Merida empecé a recorrer la Cuesta de los Terneros.El trazado era imposible, aun cortandopor la ruta desde Villa 25 de Mayo se tornó intransitable ya quese llevaron las vías, los durmientes… ¡todo! Como el balasto (ripiodonde se apoyan los durmientes) es de piedra de río, a veces redonda, resultódificultoso pedalear allí arriba.
Me tomó tres mañanas completasadmitir que necesitaba ayuda, perotras visitar el ente de Turismo logré la derivación que buscaba.Fue la misma empleada que visitéinicialmente quien me brindóla clave: Martín, quien tiene una LandRover que llega a donde sea.Obviamente, lo llamé al instante y dijo conocer las cercanías del túnel, a las que accedía en su vehículo, pero me negué a tanta facilidad. Entonces ofreció contactarmecon Tiago López, Luis Ajala y José Luis Lucero, bikers locales que me acompañarían.
Algunos días después, al amancer, salimos con la Land Rover cargada de bicis. Cerca del paraje llamado La Lucha (ubicado en la ruta 144 hacia Malargüe), bajamos a la banquina para enfilar por el lecho de un arroyo seco. Como nos zarandeábamos bastante preferimos bajar nuestras monturas y seguir pedaleando. Parauna 4x4 el piso arenoso es cuestión de pisarla, para nosotros significó arrancar con ganas porque nos enterrábamos. Usando piñón chico y rara vez el mediano, seguimos a Martín por senderos rodeados deespinas pero de piso rocoso.La palabra “terreno plano” no existe en la Cuesta de los Terneros: subidas y bajadas constantes, grietas y pequeños hilos de agua se atravesaban en nuestro camino.
Circulábamos parados sobre los pedales, tirándonos sobre el manillar parasubir, y compensando con el cuerpo hacia atrás en las bajadas. En un momento, la senda se esfumóentre rocas y espinas, por lo que paramos a hidratarnos. Sobre el techo del Defender, Martín nos mostró cómo enfilar a la entrada del túnel.Los sanrafaelinos, con su técnica y experiencia tomaron la delantera. Yo los seguía, y más atrás, trepandocomo araña, venía el Defender. Subimos una cuesta y encontramoslas vías, sólo restaban un par de kilómetros, pero Martín tuvo queabandonar la aventura: un derrumbe bloqueaba la senda, por lo que retornaría a lauta 144 para encontrarnos del otro lado. Dos imponentes trepadas y bajadas y ya se adivinabael túnel, pero bajar a más de 30 km/h con piedra suelta y grande no permite distraer la mirada, porqueel riesgo de “comprar montaña” aumenta significativamente.
Raros olores nuevos
Bajamos las bikes hasta la vía y pedaleamos cientos de metros. Sobre la arcada se veían raros movimientos: eran chinchillones (vizcachas de la sierra) extrañados pornuestra presencia. Del túnel emanaba un olor extraño, más hediondoque raro. En el interior, la fuente: una capa de 10 cmde ¡excremento de murciélago! Cuatro metros de ancho, 166 m de largo y 10 cm de guanome generaron mucho asco. Buscando la famosa “luz al finaldel túnel” lo cruzamos tratando de no respirar. A pesar del ruido y el movimientode las bicis, no perturbamosa los murciélagos que colgabandel techo rocoso a 9 m de altura.
El interior muestra “roca viva”, lo que le da un aspectoimponente. Ya del otro lado seguimos por el único camino viable: el tendidoferroviario. Desde ese punto hayun leve declive, pero la dificultad se centra en las piedras redondasque entorpecen el apoyo y, paracolmo, no hay guardarail que proteja del precipicio, que en algunos tramos está a ambos lados.Tras 2,2 km por la vía divisamos un sendero hacia el este.
Descendimos a cascotazo limpio y derrapandobastante, con esa sensación de irresponsabilidadde ir “a las chapas” sin saber qué viene después de la próximacurva, lo que no tiene precio. Con la adrenalina a tope llegamosa un camino de tierra y tomamos rumbo sur hacia la 144. Efectuamosuna parada técnica en un antiguo puesto abandonado, donde repusimos energías mediante unas ricasraspaditas (el equivalente cuyanode las tortas fritas) que desaparecieron en segundos.El camino no tenía secretoalguno salvo los socavones. A lo lejos, una nube de polvo se acercabavelozmente. Era Martín que fondeó el Defender y entre la polvaredase escuchó: “¿Alguien pidió un remís?”.
Nota publicada en la edición 477 de Weekend, junio de 2012. Si querés adquirir el ejemplar, llamá al Tel.: (011) 4341-8900. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.
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