Friday 29 de March de 2024
4X4 | 26-12-2019 11:12

Paso de Lara, el nuevo desafío en el mundo del 4x4

Una reciente huella en los Valles Calchaquíes nos permite atravesar la “Sucursal del Cielo” y descubrir increíbles paisajes de Tucumán y Salta.
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Sin lugar a dudas, los Valles Calchaquíes –compartidos por Tucumán y Salta en el derrotero del río Santa María– son uno de los destinos turísticos más bellos de la Argentina. Bien recompensado será el viajero que hasta allí llegue y, además, pueda degustar de los varietales propios de la región en alguna de las centenares de bodegas –generalistas o boutique– que fueron cambiando la fisonomía del valle a través de estos últimos años. La vía más utilizada para quienes vamos desde el centro o el sur del país es por el hermoso trazado de Tafí del Valle. Años atrás se comenzó a hablar en el mundillo del 4x4 de una nueva traza: el Paso de Lara.

El camino de esta nota, en principio, uniría el sector de Colalao del Valle (Tucumán) con Tolombón (Salta) en pleno Valle Calchaquí. Allá fuimos, pero el primer intento se frustró, porque habiendo traspuesto ya las cumbres, sorteados algunos pasos muy angostos e ir descendiendo al río, una importante rotura en la huella impidió el paso de nuestra camioneta. Desde allí solo era viable en moto o cuatri por un sector muy empinado de la montaña. Así que regresamos explorando otras huellas.

Para nuestra alegría, en las cercanías del colegio rural Nº 379 se veía una gran topadora detenida, rodeada de montañas de piedras y tierra; lo que demostraba que había estado en plena tarea. Allí nos enteramos de que la autoridades de Tucumán seguirían la huella por su territorio, uniendo San Pedro de Colalao del Valle con su homónimo Colalao del Valle, en el sector Calchaquí. Habría que esperar... pasó el tiempo y finalmente nos avisaron que la huella estaba abierta. Y luego de un primer paso en solitario, allá fuimos en caravana.

Entre pueblos escondidos

Después de algunos cientos de kilómetros de asfalto nos despedimos del Ruta 9 en el Km 1.344, para ingresar cerca de Choromoro. Si bien se puede entrar unos kilómetros más adelante en forma más directa a San Pedro de Colalao, este trayecto de tierra pasa por pequeños asentamientos y entornos paisajísticos muy agradables: faldeos de cerros tapizados de verde fulgurante por el piedemonte de las laderas orientales del cordón Calchaquí. En San Pedro de Colalao uno descubre que se trata de uno de esos pueblos bellos, escondidos y tranquilos que es obligatorio conocer. Famoso por ser uno de los primeros destinos turísticos de Tucumán, y llamado “La Sucursal del Cielo”, su centro social y comercial gira alrededor de la plaza principal. Guarecidos bajo un cielo de estrellas y acomodados en un pequeño hotel descansamos para, al día siguiente, emprender el camino de altura.

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A espaldas de la población hacia el oeste, el alto macizo Calchaquí se yergue desafiante. El cielo diáfano prometía una buena jornada. Dejamos la zona urbana para comenzar a desandar los caminos, adentrados en un paisaje que transcurre entre cerros cubiertos de verde y ríos caudalosos; uno de ellos con su arrullo es compañía para el desayuno de campo. Antiguos secaderos de tabaco, algunos tambaleantes por su edad y otros modernos y coloridos, acompañan el derrotero. La caravana avanza por la RP 311 durante 18 km: desde la plaza del pueblo hasta que un cartel nos indica un desvío hacia nuestra izquierda: es el comienzo de la RP 312 (su cartel indica “intransitable”).

Camino a las cumbres

El camino inicia con una primera curva hacia la izquierda, que no es sino el principio de una larga seguidilla. Le siguen luego amplios giros en ambas direcciones. En tan sólo los primeros 12 km, curva a curva, habremos de subir 1.000 metros de altura, hasta los 2.600. Vemos el valle verde que hemos desandado por un lado y la huella que sigue ascendiendo por el otro. El primer tramo es acompañado por arboledas que se van raleando de a poco, hasta que desaparecen. Algunos paisanos a caballo nos saludan. Ascendemos metro a metro. Al paso, algunos puestos desperdigados en los faldeos de altura, hasta que llegamos a una bandera flameando que nos emociona. Un cartel en el piso indica el desvío y la ubicación del colegio donde concurren los niños que habitan en esta inhóspita altura. Una estructura bastante moderna promete el saber y la protección necesaria para ellos.

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Nos desviamos hasta allí, pero solo encontramos el eco vacío de corridas y risas: no es época de clases. La serpenteante línea de camionetas prosigue. A esta altura del recorrido, el verde que tapizaba los cerros ha desaparecido por completo y se ha devenido en amarillos y ocres. El camino se transforma en huella, llaneando la meseta de altura. Cruzamos un vado, la senda es más y más angosta. Aproximadamente en el Km 46 desde el comienzo de la ruta, alcanzamos la altura máxima del recorrido: apenas por encima de los 3.600 msnm. Cada tanto un pequeño desmoronamiento que angosta el camino o un derrumbe hace que pasemos sobre él, motivo que requiere de extremo cuidado. La ansiedad por el avistamiento de los valles a la vuelta de cada curva nos carcome, hasta que llega: al girar hacia la derecha aparece en todo su esplendor. Es el mirador de Santa Cecilia, los Valles Calchaquíes están a la vista. Jugamos a darle el nombre a cada una de las pequeñas poblaciones y de los asentamientos urbanos que se ven a la distancia.

Sorpresas en el descenso

Nos ponemos en marcha y, tras unas curvas cerradas, dos tramos muy angostos apenas alcanzan a cubrir la trocha de las camionetas. Sus derrumbes hacen necesario el uso de un guía que ayude a poner cada rueda en el lugar correcto de la huella para hacer el paso de la forma más segura posible. La radio y las señas preestablecidas de spotering resultan fundamentales para no desbarrancar. Algunas acompañantes optan por bajarse del vehículo ante la proximidad de las ruedas a una barranca de centenares de metros que se diluye en el valle.

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Superado el escollo, la huella sigue angosta y perfila el faldeo de los cerros en descenso permanente. Al final del zigzag aprovechamos el cauce de un río seco para almorzar y, de paso, solucionar el problema de una camioneta que venía dando problemas con su parte eléctrica. Cambiamos entonces su batería con la de otro vehículo para que siga en marcha, lo que nos ha retrasado un poco. Yasyamayo, un pequeño asentamiento de pocas casas, nos ve pasar. La huella culmina en una larga recta de varios kilómetros que, a tan poco de llegar a destino, nos depara la desagradable sorpresa de –nada más ni menos– cinco pinchazos: pequeñas piedras o toscas no han tenido piedad de la cubiertas. Algunas son posibles de reparar con los tarugos de rigor; pero otras sufrieron un importante tajo por lo que no queda más remedio que quitar y poner el auxilio.

Finalmente, todos nos reunimos para superar el último escollo. El arenoso y ancho cauce del río Santa María, que nos separa del refrescante vino torrontés. Recomendamos bajar la presión para asegurar el cruce. Algunos hacen caso omiso y quedan enganchados a lo pocos metros. Eslinga y afuera. Quienes desinflaron, logran atravesarlo sin problemas. Al llegar a la Ruta 40 los carteles anuncian la presencia de varias bodegas que no podemos resistir. Sentados a la mesa, mientras las copas se van llenando del dorado elixir obtenido por arte del hombre a partir del fruto que madura amablemente bajo el sol calchaquí, la sed de la aventura y los paisajes persiste. Por ello, entre todos, ya comenzamos a soñar con la próxima travesía.

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Marcelo Lusianzoff

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