Saturday 27 de April de 2024
4X4 | 30-09-2019 15:49

Entre la Cordillera Blanca y Negra

Viaje a lo más recóndito y desconocido de este país: el Callejón de Huaylas. Lagunas turquesa, glaciares y personajes para descubrir.
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Recorrimos el norte peruano en alguna caravana; viajamos en avión hasta Lima y, desde allí en adelante, con SUV alquilados recorrimos otros sectores de ese hermoso país. Dejamos atrás la hermosa y caótica Lima, giramos al este, hacia la cordillera, y penetramos la Quebrada del Pato por Chimbote para bordear el estruendoso cauce del río Santa, ruta que atraviesa 35 túneles horadados en la piedra, sobre lo que era la traza del antiguo ferrocarril. Senda estrecha y peligrosa, uno de los sitios de filmación de la serie “Rutas Mortales”.

Nuestro rumbo era Ancash, cuna de antiguas culturas peruanas. Está ubicado en la zona noroccidental del Perú. Comprende tanto una franja costera, como nevados andinos resguardados en el Parque Nacional Huascarán, declarado Patrimonio Natural de la Humanidad por la Unesco en 1985. Un área de 340.000 hectáreas donde reinan los altos nevados como el que da nombre al parque, de 6.768 msnm, y sus lagunas turquesa: Parón, Llanganuco, Laca y Querococha. También los pintorescos pueblitos, todos al pie y entre la majestuosa Cordillera Blanca y la Cordillera Negra, lo que deviene en llamarse el Callejón de Huaylas. 
Luego seguir los vericuetos que el río Santa talló tras milenios de desandar entre los altos picos nevados, finalmente descansamos en una antigua hacienda cercana a Huaraz. Ya en la mañana, tomamos la ruta que asciende hacia la valerosa Yungay, para recorrer sus callejuelas. Llamada la ciudad mártir, se encuentra al pie del imponente nevado Huascarán y es hoy un santuario nacional, ya que allí perecieron miles de personas debido a un alud de nieve y barro ocurrido en 1970. 
Mientras avanzamos por la  carretera regional Yungay-Yanama, ganamos altura. Desde el camino podemos ver el imponente monumento que conmemora el luctuoso hecho. Nos detenemos junto a una lugareña que nos ofrece algunas artesanías. La naturaleza, millones de años antes, parece haber dejado una gran puerta abierta que invita a  penetrar el gigante macizo: las laderas de las montañas se abren abruptamente en un abra a baja altura, y hacia allí nos dirigimos. 

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Por la Quebrada de Llanganuco

Una vez que nos registramos en el puesto de control, seguimos adelante. Estamos a 3.850 msnm y las impresionantes y altas paredes de piedra que caen a pique desde cientos de metros comienzan a rodearnos de ambos lados. Atravesamos el abra. Cada tanto, pequeños saltos de agua forman cascadas que caen al vacío desde centenares de metros de altura; algunas se deshacen en millones de gotas de agua antes de llegar a destino y, al ser embestidas por el viento, forman casuales arco iris errantes. 
Ya estamos transitando la quebrada de origen glaciar Llanganuco (en quechua ancashino: “interior verdusco”). Allí nomás, los pétreos y altos farallones se comienzan a abrir: una espectacular e inmensa  lágrima turquesa parece haberse derramado y engarzado en la quebrada. En realidad son dos lagunas enlazadas: la Chinancocha  (en quechua: laguna hembra), ubicada a 3.850 msnm y separada 1.000 m de la segunda, Orconcocha (laguna macho), a 3.860 msnm, ambas flanqueadas por grandes formaciones montañosas: Huascarán (6.768 m), Huandoy (6.395 m), Pisco (5.760 m), Chacraraju (6.108 m), Yanapaccha y Chopicalqui (6.395 m). Ambas lagunas retienen las aguas que bajan del portachuelo de Atojshaico, y desaguan en el río que desciende hasta Yungay y nutre el cauce del Santa. 


A medida que avanzamos vamos viendo un estrechamiento. La segunda laguna se encuentra a mayor altitud y sus aguas penetran al vaso de la primera. Metafóricamente es un recurso que simboliza un apareamiento. El angosto camino, aferrándose con ansias a uno de sus lados, la recorre por su extremo norte al tiempo que las aguas se estrellan contra su base en olas de blanca espuma. Un bosquecillo de queñuas, con sus retorcidas ramas y troncos que se descascaran en finas capas casi traslúcidas, se ha ganado una porción de costa y contrasta por sus tonos rojizos con el color de la laguna, buen momento para unas fotos.  
Seguimos. El camino se abre paso entre las aguas. Un largo y fino istmo de greda atraviesa la segunda laguna para asirse a la costa. Llegamos, pasamos y el espejo queda atrás. Ahora, acompañamos el tortuoso cauce del torrentoso río que las alimenta. Curvas y contracurvas se suceden. Perdemos la cuenta admirados por los gigantescos y blancos glaciares que penden de los altos picos que nos rodean. Trepamos metro a metro: son 28 curvas cerradas y una ganancia de 527 metros de elevación en 8,5 km. Vehículos e integrantes de la caravana sentimos el efecto de la altura por igual. A algunos les cuesta seguir el ritmo luego de cada retome; a falta de reductora, a veces es necesario acariciar el embrague de más para lograr las vueltas de motor necesarias. Las tripulaciones respiran con dificultad. Finalmente, llegamos al punto del mirador panorámico. 
Descendemos y caminamos con precaución por el borde del morro, hasta que el esplendoroso paisaje de los altos picos nevados nos rodea y, allí abajo, ambas lagunas se destacan en el fondo de la quebrada con su profundo y vistoso color. Extasiados y a 4.750 msnm, algunos se sientan sobre una roca mientras otros se recuestan en total silencio sobre el pasto de altura a recuperar el aliento y, simplemente, contemplar. 
Descendemos. En el pueblo nos esperan con un plato típico: la pachamanca (una especie de curanto cocido con piedras bajo tierra pero con ingredientes de la altura). Al llegar, unos jóvenes nos reciben y acompañan al ritmo de bailes andinos y con vestimentas típicas del lugar. 

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La flor más grande del mundo 

Al día siguiente retomamos la ruta hacia el sur. Tras algunos kilómetros de asfalto, volvemos a la tierra y nos adentramos por el camino del glaciar, pero nuestra búsqueda es la pulla de raimondi, bello exponente de la flora alto andina, endémica de algunas zonas de Perú y Bolivia. Tiene la particularidad de ser la inflorescencia más grande del planeta y de autoincinerarse cuando florece, lo que ocurre cada 50 años. 


Las encontramos en un pequeño bosque y tenemos la fortuna de que muchas están en flor, parecen esperarnos para la foto. Vueltos a la ruta, de regreso de-sandamos sinuosos caminos hacia el oeste, hacemos un alto en la laguna de Querococha, seguimos ganando altura dibujando curvas una a una, y atravesamos nuevamente algunos túneles, entre ellos el de Kahuisch, que vino a romper el límite infranqueable que existía entre las formaciones montañosas. Antes de él, la montaña se superó por primera vez desarmando un vehículo de un lado y volviéndolo a armar del otro. Fue la primera vez que el valle se transitó en auto.

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Una vez atravesado el límite orográfico, comenzamos a descender hacia Chavín. Mientras lo hacemos, en un pequeño caserío que cuelga del borde del precipicio, un estallido de color y música nos sorprende. Sus vestimentas son tan bonitas y la alegría que se vive, tan contagiosa, que no podemos menos que detenernos. Muchos nos volvemos partícipes del baile. Incluso algunas mujeres de la caravana se atavían con las vestimentas locales. Seguimos, estacionamos en el pequeño pueblo de calles angostas. Una cabeza clava se asoma sobre una de las fuentes. Ingresamos al parque arqueológico que está ubicado en la confluencia de los ríos Huacheksa y Mosna, punto de paso preinca desde la costa hacia la selva. La región fue centro administrativo y religioso de la cultura chavín (años 1500 a 300 a.C.). Y eso se nota. En los muros exteriores del templo principal apreciamos una serie de cabezas clavas que oficiaban de guardianes mitológicos del templo. La  principal estructura se compone –entre otras– de una pirámide trunca y una red de túneles iluminados por haces de luz que penetran a través de ductos estratégicamente dispuestos, uno de los cuales lleva a la presencia del Lanzón monolítico, piedra tallada de 4,54 m de altura que representa una divinidad antropomorfa, posiblemente la más importante del panteón chavín. 
Al llegar a él, transitando el oscuro y estrecho túnel, no es necesario imaginar los que sintieron los antiguos. Ese halo misterioso está en el aire; una extraña sensación de veneración y respeto se apodera de nosotros y nos obliga a permanecer en 
silencio ante su imponente figura apenas iluminada. Una pregunta se lanza al vacío de mi mente: ¿cuántos más secretos 
de viejas civilizaciones guarda este maravilloso Perú? Me respondo que no lo sé, pero me convenzo de que seguiremos andando tras ellos

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Marcelo Lusianzoff

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