Thursday 25 de April de 2024
4X4 | 27-06-2019 13:11

Travesía 4x4 a Corona del Inca

Transitando por extensos arenales y pedregosos arroyos, superamos los 5.000 msnm para llegar al borde del cráter y admirar su pacífica laguna.
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Desde su descubrimiento gracias a fotos satelitales en 1980 no ha mermado en el interés de los aficionados por la laguna del volcán Corona del Inca Pillo. Esa fue la excusa de esta nueva aventura. Sumamos a Ariel Varas, guía local y parte de la Cooperativa Laguna Brava. Por legislación vigente solo se puede acceder a la Reserva debidamente acompañados de guías oficiales. Comenzamos a desandar el Paso de Pircas Negras, antes “de Los Toros” por el tránsito de los arrieros. Utilizado también por una de las columnas de la gesta sanmartiniana, la del uruguayo Francisco Zelada y el riojano Nicolás Dávila en el año 1817 con 350 soldados. 
Apenas dejamos el asfalto, atravesamos el puente sobre el río La Troya y nos detenemos. A mano izquierda, prolijamente alineadas en el suelo, piedras de colores negro, blanco y rojo, semejan una gran flor: es la reproducción de una gran estrella diaguita, utilizada con fines ceremoniales. A partir de allí, el camino comienza a transitar por la quebrada, que lo obliga a viborear entre los faldeos de cerros desgastados y erosionados, que entretienen con sus formas y el cauce mismo del río que corre tranquilo unos metros más abajo. 

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Con los primeros rayos del sol de la mañana, el entorno comienza a tener color. Así ocres, bordós, rojos, contrastan con la negra oscuridad de intrincadas quebradas todavía en sombras. Una vuelta cerrada da origen al paraje conocido como La Herradura. Un corte de la ruta ha hecho que se distinga una pirámide casi perfecta, con los vehículos pasando a sus pies. Más adelante, a unos 7,25 km de marcha, en el farallón, pequeñas huellas de dinosaurios se asoman ante quienes observan con detenimiento. Cada metro del camino podría ser bautizado por una característica o parecido particular. La belleza y la imaginación juegan a pleno en estos parajes. 
Así la huella va ganando altura y en el Km 25 entramos por la calle principal, otrora río del lugar que ha hecho que las veredas estén a un promedio de un metro de altura por sobre el nivel de calle. Es la pequeña población de Alto Jagué, donde abonamos el ingreso al Parque y nos registramos en la oficina de guardaparques. Cuando el odómetro llega a 90 alcanzamos el primer refugio, circular y semejante a un gran iglú de piedra con entrada en forma de caracol para evitar el ingreso del viento. Nos detenemos y rápidamente el desayuno de campo, con tortas caseras, es ávidamente consumido pese a la reiteración del cuidado de no cargar mucho el estómago para no ser víctimas del mal de altura. 

El paisaje como protagonista

Durante el recorrido vadeamos varias veces el arroyo La Troya para, luego del último cruce, comenzar a ascender rápidamente al Cerro Pilar. Una vez que rodeamos su falda, llegamos a la cima por la angosta huella de cornisa que todavía permanece en sombras. El paisaje es sobrecogedor, los cerros gritan con estertores de color al ser heridos por la luz del sol. Una vez que coronamos su altura, la visión es amplia y bella: al fondo, como una delgada línea tenuemente celeste, la Laguna Brava se recuesta sobre el seno de la extensa planicie y al pie de los cerros. Todos descienden de las camionetas para admirar el paisaje. 

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Pero no podemos perder tiempo, necesitamos cruzar el arenal antes de que el sol lo afloje. La laguna va quedando a nuestra izquierda. Algunas manadas de guanacos corretean dejando una estela de polvo en el aire. A medida que nos acercamos a la orilla, las siluetas de los flamencos van definiéndose y tomando más color. La rodeamos hasta su orilla NO. Allí está el refugio de la Laguna; a su lado el destapado, un esqueleto humano que yace cubierto por algunas piedras al borde de su entrada. Por las radios suena “El arriero va” y la piel se nos eriza de solo pensar en la valentía de aquellos que otrora usaban este recorrido para llevar su ganado a Chile. 

La última trepada 

La huella sigue en buen estado unos kilómetros más, hasta que llegamos en el 1.312 al desvío, que nos aleja de la RN 76 y nos llevará al Corona. Ahora el piso es pedregoso, pronto el cauce del arroyo Veladero se transformará en nuestra senda. Dos grandes rocas, una a cada lado, parecen oficiar de portal a la aventura. El cauce da lugar a los médanos. Por suerte, pese a la altura, las camionetas aún tienen fuerza suficiente para liar con el piso de arena suelta y, con algunas pequeñas quedadas, todas logran superarlo sin necesidad de bajar la presión de los neumáticos. 
Llegamos a un poco más de 163 km del recorrido. Como un gran embudo, la quebrada obliga a la caravana a meterse en un angosto y pedregoso cauce; debemos una y otra vez esquivar piedras y pasar de un lado a otro para seguir avanzando. Finalmente, la quebrada se abre y vamos dejando de lado el arroyo. Nos sorprende un fuerte viento que azota las carrocerías y las hace mecer. La senda discurre subiendo y bajando por faldeos de suaves cerros, por sus filos. Comenzamos la última trepada. Una de las chatas, con mando electrónico, no puede sacar la baja y debe seguir avanzando así. 

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El horizonte se pinta de picos nevados; vamos lentamente y con cuidado llegando a la orilla del cráter. Nos apeamos de los vehículos y acercamos hasta el borde.el borde.En lo profundo de la hondonada, la laguna de un azul precioso, se exhibe en su esplendor. El glaciar que pende de la ladera brilla bajo el sol. La alegría de todos por haberlo logrado es evidente, disfrutamos del paisaje, lo fotografiamos y contemplamos. Estamos a más de 5.000 msnm y cuesta respirar, pero todos sentimos la felicidad de haber conquistado uno de los íconos del offroad argentino. Ofertada al viento por las manos de algunos caravaneros, flamea nuestra bandera y los pechos se hinchan con orgullo

Cooperativa Laguna Brava, Tel.: (03825) 409879. Es conveniente  llevar tubo de oxígeno y realizar chequeo médico en caso de enfermedades de riesgo preexistentes, porque se superan los 5.000 msnm en algunos momentos.

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Marcelo Lusianzoff

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