Friday 26 de April de 2024
4X4 | 03-04-2019 16:17

Mina La Mejicana: una travesía perfecta para iniciarse en el off road

Es todo un clásico para los aficionados del volante y el turismo aventura. Una ruta llena de postales a través del empinado y árido terreno de La Rioja.
Ver galería de imágenes

Como en toda actividad hay íconos. En el off road argentino, la mina La Mejicana subsiste casi intacta como uno de los ABC de quien se inicia en la actividad del turismo aventura. Hacia allá fuimos, porque siempre es bueno volver. Apenas llegamos a Chilecito -La Rioja- por RN 40 desde el sur, a metros de efectuar la rotonda de ingreso, unas líneas de gruesos cables de acero atraviesan la ruta. Si giramos la vista a la derecha, vemos la Estación Nº 1 del Cablecarril. Una obra faraónica, hazaña de la ingeniería y excusa para el camino que vamos a disfrutar, declarada Monumento Histórico Nacional en 1982. Si miramos hacia la izquierda, el cable se pierde montado sobre columnas de hierro en el horizonte y se dirige a las cumbres del Famatina.

Visitar la estación Nº 1 y la 2º puede ser una buena forma para ir entendiendo mejor lo que veremos a través de la huella. Pero, recién llegados, es hora de disfrutar de la hospitalidad de alguna de las bodegas locales. Pasear por entre las líneas de sus prolijos viñedos y saborear algún plato regional. La Estación Nº 1 se levanta como una raquítica estructura de acero que se sostiene sobre finos pies metálicos. Semeja el esqueleto de un edificio al que se le han arrancado las paredes. Se yergue orgullosa, no es poco estar en pie luego de tantos años.

Una escalera caracol que se retuerce sobre su eje parece haber crecido bajo su vientre y se destaca entre tantas líneas rectas de la construcción; servirá para ascender al piso superior para ver, prolijamente alineadas, una veintena de vagonetas, tomándose con largas manos de hierro del todavía firme cable de acero. Parecen esperar pacientemente su turno para comenzar el derrotero a las alturas.

Como telón de fondo de su anunciada aventura, el cordón del Famatina se levanta desafiante en el horizonte, el más alto de las Sierras Pampeanas. En este museo de sitio podremos conocer la historia de la mina y su magnífica obra de la ingeniería, descubrir las diferencias de cada tipo de vagoneta según su uso específico, como así también ver fotografías de época y elementos de uso cotidiano de la actividad.

Montañas y planicies

Hacia la Estación Nº 2, la caravana se encolumna nuevamente y recorre menos de 9 km. En la zona de Santa Florentina trepamos a un pequeño cerro por un camino que viborea sobre su ladera. Nos encontramos con una sólida construcción de piedra, rodeada por un enmarañado de hierros oxidados de caprichosa forma. Se la llama El Durazno y hay un viejo e inmenso motor a vapor, gigantescas poleas y anchas bandas de cuero que parecen detenidos en el tiempo. Sólo esperan la decisión para comenzar a girar y dar vida al gigante de acero. El día pasa, los motores con un último estertor callan y es hora de descansar.

Amanece sobre Chilecito. La ciudad se va haciendo más y más pequeña en nuestros espejos retrovisores una vez que hacemos la rotonda norte y pasamos el puente sobre el río Los Sarmientos. La RN 40 es un largo tobogán que se delinea como un grueso hilo negro sobre el llano del Antinaco y contornea firmemente el cordón pedregoso de la oscura sierra que lleva el curioso nombre de Cordón del Cintillo de la Reina de los Incas. Al otro lado de la planicie, que con los años va perdiendo su paisaje desértico y de arenal ganando el verde de las plantaciones, se ve el brazo oeste del Velazco. Gigante rocoso que permanece impertérrito dejando que suaves nubes acaricien sus cumbres, escondiendo así sus filosas cimas.

0403_mina_la_mejicana

Una vez que el pequeño cordón va decreciendo en altura, tras girar hacia el oeste encontramos la quebrada del río Capayán y llegamos al cruce de la RN 40 y la RP 11. Del otro lado comienzan las primeras estribaciones de las Sierras del Paimán. Tomamos a la izquierda; los vehículos avanzan una tras otro mientras el camino se contornea siguiendo la base de los cerros. Lo hace entre nogales y fincas de árboles frutales. La colorida Iglesia de Famatina, de estructura similar por sus arcos a un pequeño cabildo, nos saluda al paso. Será obligatorio parar al regreso para llevarse nueces y dulces.

El Monumento al Minero, principal actividad histórica de la región, marca el fin del asentamiento urbano. La cinta asfáltica es ancha y está en buen estado. Al fondo, tras unos cerros menores, se recortan sobre el cielo las cumbres nevadas del cordón del Famatina (su nombre proviene de Huamatinag, “madre de metales” en lengua kakan). Dejamos la ruta en cercanías del paraje de El Carrizal. El asfalto pasa a ser parte del pasado mientras el camino comienza a ser acompañado por un antiguo canal de piedra; un brioso torrente de agua con profundo color amarillo corre por él, a modo de arteria principal, alimentando las sedientas acequias de las fincas aguas abajo.

Una barrera corta el paso. Desde hace años los vecinos y fuerzas vivas de la zona se han establecido aquí para no permitir la explotación en gran escala y el paso de las grandes empresas que pretenden trabajar nuevamente el yacimiento del Famatina, poniendo en peligro la sustentabilidad de la región en cuanto a la producción de vegetales. Una vez que se corrobora que somos visitantes que sólo pretendemos llevarnos las imágenes de tan bellos paisajes y la emoción del desafío a la altura de sus cimas, el paso se libera amablemente y seguimos adelante.

0403_mina_la_mejicana

Continúa la marcha

El camino se estrecha y comenzamos a bordear el río Amarillo, que hace gala de su nombre ya que es intensamente ocre. Corre en una amplia quebrada, pero fuera de la temporada de lluvias sus aguas son apenas un colorido y curioso hilo retorcido en el ancho cauce de arena y piedra. En un momento, el camino desciende hasta el lecho del río Achavil y se transforma en un largo vado a cruzar. Allí nos encontramos con una escena que parece sacada de un programa de TV: un humilde pirquinero que en forma manual, palada a palada, trata de arrancarle un gramo de oro a toneladas de arena. Charlamos con él y nos cuenta la dura vida, el esfuerzo y el sueño de encontrar la esquiva gran pepita que haga la diferencia y premie su paciencia.

A 2.000 msnm

La caravana se pone en marcha y seguimos. Comenzamos a subir y, en el medio de la cuesta, nos detenemos para observar unos hermosos petroglifos, tallados en grandes piedras que se ocultan tras la rala vegetación y protegidos por coloridos cardones en flor. Más adelante la caravana desanda una huella blanquecina, que se amolda a las curvas propuestas por los faldeos de los cerros. En una pequeña trepada y a nuestra derecha, la montaña parece haberse desnudado y abierto su entrañas. A 2.569 msnm explota como un arco iris de colores. Nos detenemos a sacar algunas fotografías en lo que se denomina “El Pesebre”. El ascenso continúa. Cuando casi llevamos 65 km de recorrido desde la plaza de Chilecito, una profunda y larga grieta parece cortar de un tajo el paisaje en dos partes. Es el “Cañón del Ocre”, de 60 metros de profundidad, donde aprovechamos para saborear un desayuno de campo mientras se sacan fotografías.

Al fondo, el cauce es recorrido por un filo hilo de agua, que semeja por su color y mansedad a una pacífica corrida de oro líquido. A partir de ahora, el Amarillo será protagonista. Iremos subiendo por la quebrada del río; cruzándolo en innumerables ocasiones de derecha a izquierda y viceversa; o transitando directamente por su cauce esquivando grandes piedras o filosas rocas, arrastradas por su corriente. Esto hará que su contenido de limonita y sulfatos ferrosos en suspensión, tiña los bajos de los vehículos y todo lo que salpique y manche con su característico color. En el km 67,8, el Amarillo recibe un afluente de aguas claras, es La Confluencia, de foto obligada.

 

Un paisaje deslumbrante

La huella se desenvuelve entre el río y zonas de trepadas, las aristas de los pedregullos atentan contra la integridad de nuestras cubiertas. En el km 77 la cuesta se pone brava, con retomes, piso bastante roto y es el fin del camino para algunos SUV. Deben ser abandonados allí, superados por la altura y la tracción necesaria. Luego, una blanca construcción se comienza a ver al final del camino. Es la Cueva de Pérez, donde funcionaba la administración de la mina. Allí el camino se abre en dos. A la izquierda, la estación Nº 8 y a la derecha la 9. La ascensión a la 8 es corta y empinada. Muchos se quedan a la mitad, por calentamiento. Un poco más arriba tenemos una explanada desde donde se puede ver Chilecito y el filo de un cerro cortado para permitir el paso del cablecarril. Si decidimos llegar a la estación en sí, hay que tener en cuenta lo estrecho y peligroso del camino y la dificultad de dar vuelta el vehículo.

El paisaje es deslumbrante y los cerros que nos rodean se visten de variados colores. Vueltos a Cueva de Pérez, pasamos por vertientes que se suman a la que da nacimiento al río, con una cascada cercana a la Nº 9. La caravana, en forma serpenteante, encara para allí. Luego de unos metros de andar se comienzan a ver hierros, vagonetas, ruedas y engranajes esparcidos en los alrededores, así como el comienzo de una hilera de construcciones en piedra. La rodeamos y estacionamos debajo de una estructura de hierros enmarañados. Lentamente por la altura, nos dirigimos a la negra boca de la mina. Está prohibido el ingreso por razones de seguridad. Desde la boca se ve el piso, que tiene una gruesa capa de hielo. Las luces de los teléfonos y cámaras descubren pequeñas exudaciones que gotean en color turquesa. Recorremos la estructura de la Estación, respetando los más de 4.400 msnm. Una vagoneta quedó balanceándose en el filo, a punto de lanzarse al vacío. Sueña con volar hasta el valle. Allí se quedará mecida por el viento de las alturas, como testimonio del esfuerzo hecho por los hombres para arrancarle la riqueza a la montaña.

Extasiados por el paisaje, decidimos que es hora de descender, Chilecito nos espera con su hospitalidad y la buena costumbre de saciar nuestra sed con el sabor de un buen torrontés.

 

Datos útiles: Vivir y Viajar

También te puede interesar

Galería de imágenes

Marcelo Lusianzoff

Marcelo Lusianzoff

Comentarios

También te puede interesar

Más en
Mirá todos los autores de Weekend