Friday 29 de March de 2024
4X4 | 18-12-2018 10:35

Al Uritorco en 4x4 y por sendas desconocidas

Pedregosa travesía en Córdoba, por una dura huella para unir un castillo español de fines del siglo XIX con la cumbre del místico cerro bajo el cual –se dice– está la ciudad intraterrena de Erks, "habitada por seres de otro planeta".
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La luna se asomaba por detrás del Uritorco, el más alto del cordón de las Sierras Chicas. Debajo, la tranquila Capilla del Monte, localidad enclavada al pie del famoso y místico cerro, pionera en el turismo mucho antes que otras ciudades más populares de hoy. Sus calles siempre sorprenden, siempre tienen más para ofrecer y cada temporada suman nuevos atractivos a los ya tradicionales ascensos al cerro, o a los paseos a Aguas de los Palos, Pueblo Encanto o el cercano parque Los Terrones. Comenzaban a prenderse las luces de sus calles cuando la hilera de camionetas pasó por debajo de su famosa calle techada, donde una a una fueron recibiendo un obsequio de bienvenida a la localidad. Luego, a pocas cuadras de allí, todas se estacionaron delante de las arcadas del original y sorprendente castillo mudéjar del Parque Temático Pueblo Encanto.

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La previa

En un comienzo de caravana distinto, allí disfrutamos en los salones principales del castillo de una exquisita cena gourmet, para luego gozar un espectácular baile flamenco al son de la guitarra, en su bellísimo patio andaluz adornado con coloridos y delicados azulejos sevillanos. Todos nos fuimos a descansar con el taconeo y el ritmo español aún resonando en nuestros oídos. La aventura comenzaría al día siguiente.

Tras formarse la caravana sobre la Ruta 38, tomando al senda de lo que fuera el Camino Real, comenzamos a transitar con rumbo Sur: Dolores y su molino adjudicado a Eiffel; San Esteban y su hermoso balneario; luego la subida por la pequeña y bella localidad de Los Cocos. La hilera de vehículos avanzó como una serpiente reptando por las subidas, bajadas, curvas y contracurvas que nos proponía el camino, siempre bajo la mirada apersianada de las antiguas mansiones, testimonio de un pasado esplendoroso. Llegados a Cruz Chica, en las cercanías de El Paraíso, la casa del afamado escritor Mujica Láinez, tomamos por intrincadas y estrechas callejuelas de tierra que nos permitieron arribar al cruce del vado del arroyo Cruz Chica.

Ansiedad, consejos técnicos y, tras pasarlo, una trepada que ya desde el comienzo pone en valor la potestad del uso de la doble tracción. Piedras sueltas y otras que asomaban desde las profundidades amenazaban permanentemente los bajos de los vehículos. Pese a esta dureza de la huella, en estos primeros tramos existen viviendas permanentes de personas que valoran la tranquilidad y el sosiego que esta condición de camino les garantiza.

Los crataegus estiraban sus ramas y en algunos tramos acariciaban, a veces con demasiada confianza, las carrocerías de las camionetas. El GPS nos dijo que íbamos subiendo metro a metro en la altura. Varios portones después, una bifurcación: a la izquierda se distinguía la Loma de la Rocía o “cerro de las antenas”, por los equipos que desde los años sesenta coronan su frente y permiten que la señal del cordobés Canal 12 llegue hasta más allá de los llanos riojanos.

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Tomamos hacia la derecha

El camino va siguiendo el filo de los cerros que unen pequeños y verdes valles de altura. Por momentos se suavizaba un poco; en otros tramos, las piedras hacían que debíeramos extremar precauciones para no romper una cubierta. Poco a poco nos acercábamos al filo que cae abruptamente en algunos casos, o como una suave alfombra verde en otros, marcando así el límite Oeste del Valle de Punilla que corre estrecho de norte a sur.

Del otro lado, las sierras de Cuniputo. Las gomas seguían intentando agarrarse al firme entre las piedras sueltas del camino. Un portón a la vera señalaba el descenso escabroso al dique los Alazanes (el más alto de Córdoba), que se veía ahí abajo. Un poco más allá, enmarcada en la quebrada de los cerros, la mancha urbana de Capilla del Monte, el dique El Cajón y atrás, casi rozando el horizonte, el dique de Cruz del Eje. Pese a la lejanía vimos algunos caminantes recorriendo su paredón. Tarea nada sencilla, ya que seguramente les había llevado casi tres horas de caminata llegar hasta allí desde la base del cerro.

La vista era espectacular. Fotos de rigor, desayuno gourmet con las acostumbradas y esperadas tortas caseras de Ceci, y seguimos. Quebradas, filos y más paisajes se sucedían uno tras otro. Algunas grietas hechas por las ansiadas y recientes lluvias obligaban a usar las planchas para sortear el paso. El dorado del invierno se había quedado prendido en los pajonales que tapizan el suave contorno de las sierras. El constante viento de las alturas jugaba con ellos y los mecía a su antojo. Varias tranqueras después llegó el momento de abrir la última, la del Puesto Pavón. Nuestros anfitriones están ubicados justo detrás de la cima del cerro, que se yergue delante y majestuoso, en una pose desacostumbrada para nosotros.

Subimos hasta el filo para tomar fotografías de la cima del Uritorco recortándose sobre el paisaje del inmenso valle. ¡Llegamos! Bajamos la loma a campo traviesa en hilera hacia una pequeña construcción de piedra con techo de chapa, levantada sobre viejos vestigios de otra que, años ha, albergara a abnegados mineros y que hace las veces de puesto.

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Uno de los mejores momentos

Cerca de allí, tres chivitos estaqueados y con brasas a su alrededor. El asado crepitaba sobre la parrilla y una largas mesas preparadas con una presentación inusual, que contrastaba con lo precario del puesto y lo inhóspito del paisaje. Luego realizamos una breve caminata para observar las viejas explotaciones mineras y los poblados del valle, que se veían diminutos allá lejos. El tiempo pasaba y llegó la tarde. Mientras degustábamos el almuerzo, brindamos por haber prácticamente “hecho cumbre” en el Uritorco. Era hora de regresar.

El tercer día nos encontró desde temprano ingresando por Cuchi Corral, recorriendo el valle del río Pintos; la base de lanzamiento de parapentes y, luego, realizando el descenso por las cientos de curvas hacia los vados, más allá del precipicio al que se asomaban las trompas de los vehículos en cada curva.

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Uno a uno, los vehículos crearon una fina lluvia que formaba bellos arcoíris bajo el sol al pasar los vados. Una parada en una vieja calera, cuya chimenea de piedra se asoma entre la vegetación; enseguida, “Las Parideras” con sus bellos y centenarios morteros tallados en la piedra. Nos acercamos a San Marcos Sierras, donde hicimos un alto en el pueblo reconocido por su miel, la comunidad hippie y sus artesanos. Paseamos a la sombra de los túneles verdes, angostas callejuelas con techos formados por la cerrada vegetación y sus ramas. Luego, unas últimas curvas por “el corte”, camino utilizado muchas veces en el rally mundial, que nos acercó a la pequeña y bucólica Charnbonier. La caravana se agrupó a la sombra de su capilla, construida en 1777 en la humilde casa de unos lugareños. El horno de barro todavía humeante delataba que el pan casero y las tortillas estaban listas. Enseguida salió el mate, mientras la tarde se iba y ya pensábamos en la próxima caravana.

 

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Marcelo Lusianzoff

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