Wednesday 24 de April de 2024
4X4 | 21-05-2019 12:55

Desafío de altura por la Ruta de los Seismiles

Nos aventuramos en 4x4 por la segunda zona más alta del mundo después del Himalaya, entre páramos, lagunas de colores y picos de más de 6.000 msnm.
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El sol parecía agarrarse con sus largos y finos hilos de luz de las cimas de los cerros, para asomarse y comenzar a clarear el día pintando de colores las quebradas hasta entonces en tinieblas. Mientras, los vehículos avanzan por la cinta asfáltica hacia el norte cordobés. Cuando ya se encendían con fulgor los terrones rojizos que caen en picada sobre los anchos arenales del río Soto, un café y las típicas tortas sirvieron de excusa para la charla y un primer alto en el camino. Una pausa necesaria para nosotros y las 4x4, por delante nos quedaba una larga travesía por la Ruta de los Seismiles.

Más tarde contemplamos las últimas estribaciones de las sierras que parecían hundirse en la mansedad de la planicie de las Salinas Grandes: los brillos, cual chispas inquietas, jugueteaban y se mecían inquietos en la superficie de las lagunas de estación. Los caudillos riojanos inmortalizados en una escultura con atenta mirada nos vieron avanzar por los llanos.

Al mediodía, el crepitar de los carbones bajo el costillar tendido en el asador nos encontró reponiendo fuerza entre vides y cerros de ásperas cumbres. Aún faltaban unas decenas de kilómetros para que el suelo catamarqueño nos diera cobijo y así cubrir los casi 600 km de este primer día.

Algunas filas de piedras asomándose entre los arenales a orillas de la ruta, parte de las ruinas de Batungasta (pueblo de brujos) y la quebrada del río La Troya abriéndose entre los cerros, nos alertaron de la proximidad de nuestro destino. Como la boca de un gigante en expresión de asombro, el arco de entrada a Fiambalá engulló los vehículos. La tarde era joven: algunos optaron por la visita a una de las históricas bodegas locales y otros desandaron 14 km para relajarse en la aguas cálidas de las famosas termas. La noche nos encontró alrededor del fuego nuevamente. En la paila, el chivito se cocía lentamente en borbotones, mientras el grupo charlaba ávidamente de lo que depararía el día siguiente y nosotros advertíamos del comportamiento en la altura para evitar el soroche.

Cuando comenzaron a prenderse las luces de los vehículos encolumnados en caravana, el cordón de Fiambalá todavía en contraluz le impedía al sol extenderse en todo su esplendor; apenas se asomaba en tímidos ramilletes sobre el cielo. Ya en marcha, la rotonda nos dio paso a la ancha RN 60 y el paso de San Francisco se ofrecía como nexo hacia la huella que nos llevaría hasta las cercanías de una de las cumbres más altas de América.

Hacia los Seismiles

Utilizado ya por el pueblo diaguita de uno y otro lado de la cordillera de los Andes, este sitio fue en 1479 testigo del paso del inca Túpac Yupanqui en la expansión del Tahuantinsuyo. Y en 1536 fue atravesado por Diego de Almagro para pasar desde el Tucumán hacia Chile, gracias a ser practicable durante gran parte del año.

0521 ruta de los seismiles travesia 4x4

A medida que vamos desandándolo, el río Abaucán (en lengua kakán, “señor guerrero del alto”) corre quebrada abajo. Llama la atención el color de las piedras de canto rodado, desperdigadas en aparente desconcierto sobre el arenal, o aflorando de las paredes de las barrancas que quedaron al paso de la construcción de la ruta.

Tras aproximadamente 20 km pasamos el paraje de Loro Huasi, con sus altos paredones perforados y rodeado de coloridas geoformas. Las amarillentas placas de sedimentos quebradas y elevadas por movimientos orogénicos hace millones de años –como aguzadas y gigantes flechas– señalan el cielo en misteriosa procesión El Valle de los Dinosaurios.

Cada tanto, algún rancho de veranada (utilizado por los pastores para guarecerse cuando llevan sus animales en verano a pastar) se asoma entre un tímido verdor, escasísimo a estas alturas. La hora avanza y algunos picos se encienden intensamente cuando el sol, que ha seguido su derrotero, los roza decididamente provocando su fulgor mientras los faldeos más bajos siguen en las sombras.

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Al llegar a los 43 km de ruta, el cerro Punta Colorada se alza como una enorme brasa en el paraje Las Angosturas, donde el camino transcurre a sus pies viboreando por una cornisa en la angosta quebrada, mientras el río lo hace de igual manera encajonado entre ásperas paredes de piedra. Foto obligada.

El ascenso finaliza momentáneamente a los 62 km, cuando llegamos a la boca del gran valle de Chaschuil, a unos 3.000 msnm. Allí yace –a la sombra de un pequeño cerro– un rancho de techo de paja y tirantes atados a tientos que frecuentemente usamos para un alto en el camino. Luego de años de abandono nos sorprende que su corral esté habitado con animales y su chimenea, humeante. El valle se extiende de sur a norte, solo perturbado por la ruta que lo hiere como una larga cicatriz grisácea y un pequeño cerro rojizo que se levanta en su centro.

Avanzamos. Pequeñas construcciones con techo a dos aguas se levantan cada tanto al costado del camino. Son refugios que sirven de resguardo para sorpresivas tormentas o para campamento de aquellos que gustan de la pesca en los riachos de altura.

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Por la Quebrada de la Coipa

Un cartel nos indica el desvío hacia el oeste y dejamos la comodidad del asfalto. Debido al frecuente uso del camino durante los últimos años por quienes utilizan estos picos como preparación para la altura en sus expediciones al Everest o de similar magnitud, la huella está en mucho mejor estado que años atrás; hasta hay cartelería, cuando antes era muy estrecha, pedregosa y sin señalización alguna. Atravesamos un vado y pasamos en cercanías de otro puesto. Decidimos que es un buen momento y lugar para disfrutar de un té de coca o café, acompañado por tortas caseras. Renovamos las advertencias para que no nos afecte el soroche: no agacharse, no correr...

Comenzamos a trepar hasta que llegamos a una segunda vega del río Del Rincón. Allí empieza un ascenso zigzagueante que desafía la brusca pendiente a superar y algunas camionetas ya comienzan a lanzar negras bocanadas por sus escapes debido a la altura. Llegamos al Portezuelo de Las Lágrimas. Luego seguirán algunos descensos y ascensos por las desnudas quebradas, mientras grupos de vicuñas corretean por sus empinadas laderas.

Pasamos frente a otro refugio, tipo conteiner. Más adelante, otro. Y desde allí el descenso a un amplísimo valle a 4.200 msnm. En su seno, la laguna Aparejos, donde un nutrido grupo de flamencos se alimentan y suman color al ya intenso paisaje.

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Junto al camino, un vehículo de overland. Nos detenemos por si necesitan algo: son una pareja de holandeses recorriendo América del Sur que habían pasado la noche en la altura y regresaban. Seguimos por el valle de casi 10 km de extensión que podemos ver de punta a punta. Al finalizarlo, volvemos a trepar y superamos en el abra los 4.700 msnm. Cuando sorteamos unas suaves laderas con un brillo inesperado, como una joya engarzada entre los tonos rojizos de los cerros nos sorprende y emociona el celeste intenso de la laguna Azul.

Último esfuerzo

Nos detenemos. Más y más fotos... Ya falta poco. Una trepada empinada entusiasma a todos: las chatas embalan, los motores se esfuerzan al máximo. Deben aferrarse a la arenilla. Patinan. Algunos con el último envión llegan a la cima. Sorteamos un sector de apachetas (también haremos la nuestra) y, finalmente, llegamos al Balcón del Pissis. Delante nuestro se abre un paisaje inmenso y maravilloso. Los celulares, máquinas de fotos y ojos tratan de captar cada detalle, color y contorno. Es imposible. La laguna Negra, a nuestra izquierda. Y al fondo, como una gran esmeralda refulgente, la laguna Verde. Más allá, los altos picos nevados del Ojos del Salado (6.893 msnm). Algunos recurren al oxígeno. Descendemos a orillas de la laguna Negra, fotografiamos los flamencos, y la bordeamos hasta los amplios arenales que nos harán llegar al campamento base del Pissis, que se asoma imponente por arriba del resto de los picos marcando el rumbo.

Cruzamos algunas aguadas y entramos al cauce de un río de temporada, trepamos una de sus bandas y luego tomamos por una quebrada que se va angostando. Finalmente llegamos al campamento Mar del Plata. Lo recorremos. Es muy poco lo que hay. Bajo una carpa improvisada se encuentran víveres y elementos útiles de emergencia o para alguna expedición. Un monolito y su placa de bronce recuerdan la muerte de un joven alpinista inglés y lo arriesgado del desafío de las alturas. El texto (en inglés) dice: “Más vale vivir un día como un león, que la vida entera como un ratón”.

Algunos comienzan a sentir el soroche, el tubo de oxígeno pasa de chata en chata. Es hora de emprender la vuelta. El regreso nos encontrará recorriendo la Ruta del Adobe y levantando nuevamente las copas para festejar el éxito de la travesía en una vieja finca del 1800 renovada para el turismo. Entre plato y plato, entre brindis y brindis, la frase leída al pie del gigante Pissis, como un eco lejano se repite en nuestra mente.

 

Podés leer más notas como esta en la revista Weekend de mayo de 2019, n° 560.

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Marcelo Lusianzoff

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