Friday 26 de April de 2024
4X4 | 13-06-2019 13:16

Por paisajes irreales hasta el Salar de Uyuni

Desde La Quiaca empezamos una travesía para descubrir, entre la polvareda del camino, imponentes formaciones naturales y un hotel de ensueño en Bolivia.
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Es muy temprano en la mañana. Aún así desde que comienza a clarear, con interminable frenesí los bagayeros, perfectamente identificados con pecheras de diferentes colores, hacen largas colas: unos con carretillas, otros cargando sus cosas al hombro. El trámite, pese a los intentos de mejoras sigue siendo lento y engorroso: de oficina en oficina cada uno de los miembros de la caravana los va realizando en cada ventanilla. La señal del gendarme es la que da paso cuando sube la barrera. Así todos, lentamente, avanzamos por el puente para que estampen el primer sello de control de paso de los muchos que vendrán del lado boliviano. Los motores vibran ansiosos, Bolivia se abre ante nosotros. El Salar de Uyuni nos espera.

Escenario variopinto

Mientras algunos terminan, estacionamos en Villazón a la espera. Las veredas colmadas de productos y bolsas de coca se mezclan con ofertas de peluches y electrónica de marcas nunca oídas, o que se escriben y suenan muy parecidas a las más famosas. Los comerciantes contrastan: unos esperan pacientes sentados mirando tele mientras otros venden y algunos vocean frenéticamente sus productos. Todos debemos recurrir a una de las varias casas de cambio que se encuentran sobre la calle principal. Importante: si bien suelen recibir tarjeta de crédito, no aceptan dólares, moneda siempre desdeñada en Bolivia.

Caminamos, miramos, compramos hojas de coca para la consabida infusión. Y cuando todos están de este lado, emprendemos la marcha por territorio boliviano. Tras 65 km llanos por la asfaltada RN 14, nos topamos con el cruce del río San Juan de Oro –o Tupiza–. Del otro lado –a nuestra izquierda– sobresale el campanario de una iglesia. Entramos a la pequeña localidad de Suipacha. A una centena de metros de allí se libró la primera batalla ganada por el ejército patrio contra los realistas, primer paso de un joven y aguerrido Güemes para convertirse en uno de los padres de la patria, quien luego de escapar y ser perseguido por las tropas realistas durante días, los sorprende volviendo sobre sus pasos y cayendo sobre ellos por la madrugada.

Estacionamos frente a la plaza. Las construcciones están bastantes deterioradas. Las altas puertas entreabiertas de la iglesia nos permiten ingresar. Sobre uno de su lados, una humilde urna de madera contiene los huesos de los soldados caídos en batalla, casi todos tarijeños, salteños y jujeños hombres de Güemes. Así lo atestiguan varias placas conmemorativas.

0613 salar de uyuni

En el Km 80 llegamos al mirador donde el río Tupiza se une al San Juan de Oro. Parada y foto. En unos metros la carretera atraviesa un estrecho túnel, que se traga a la caravana con sus negras fauces de piedra. Del otro lado ya podemos ver la ciudad de Tupiza. Recargamos combustible y nos perdemos en sus callejuelas hacia el descanso, después de un poco más de 90 km en territorio boliviano.

Arena por todos lados

La mañana siguiente llegó, y a poco de salir una barrera atraviesa la ruta: un peaje en el que debemos sellar nuevamente, anotarnos y pagar. Para facilitarlo entregamos un listado de camionetas y personas, tarea que repetiremos en cada control. Dejamos la RN 14 y tomamos la RN 21. Tras 17 km entre chacras y un colorido cordón de formas talladas por la erosión, nos encontramos con el “Atractivo Turístico La Poronga”. Fotos, risas y a seguir el camino que comienza a trepar. Pasamos por el paraje en el que, según la leyenda, Butch Cassidy y Sundance Kid asaltaron un tren con el envío de la nómina de una mina (más al sur está la población de San Vicente, donde encontraron la muerte y estarían enterrados).

0613 salar de uyuni

El paisaje es inmenso. Tras 100 km, una tormenta de arena casi no nos permite ver el camino, y menos aún las camionetas que nos preceden, por lo que buscamos refugio. Pasando sobre el cauce del río entramos a Atocha. Frente a su plaza de la avioneta, el viento sopla muy fuerte. Realizamos un picnic en la sala de ingreso del hospital, tras lo cual volvemos a la ruta. Al salir de la zona urbana, la visibilidad es casi nula por la cantidad de arena que levanta el viento, lo que nos obliga a bajar el ritmo: vamos casi a tientas.

Por fin la tormenta de arena cesa: estamos en las cercanías de Uyuni. Pasamos de largo la ciudad para llegar a Colchani y al borde del famoso salar. La falta de visibilidad nos ha retrasado y el hotel de sal es por ahora sólo un pequeño punto de luz, el único en una negra vastedad. Es el momento en que agradezcamos tener varios faroles auxiliares, que son necesarios para encontrar la huella correcta entre tantas ante la falta de referencias. Quienes lo ven por vez primera se sorprenden y disfrutan ante el original tipo constructivo. Enormes bloques de sal conforman las paredes del edificio: las sillas, las mesas y el piso son de sal. Cena y a descansar (sobre camas de sal).

Navegando por el salar

El tamaño del salar –la inconmensurable planicie blanca– nos conmueve a través de los grandes ventanales del salón donde desayunamos. Una vez en las camionetas, descendemos del pequeño morro donde se emplaza el hotel, la caravana de vehículos semeja reptar como una serpiente gigantesca dejando su huella hasta que pisa el suelo firme y salino. Comenzamos a transitar con la sensación de libertad, de poder andar por donde uno quiera. No obstante, hay que transitar con precaución por las altas velocidades que pueden llevar algunos locales o visitantes. No son raros lo choques, ha habido varios. Incluso en un caso se han comido una de las islas, de frente.

0613 salar de uyuni

Las Land Crusier cargadas de gringos de las empresas turísticas locales comienzan su ir y venir diario. Nosotros llegamos al ojo de agua que fluye desde debajo del salar. De allí profundizamos el objetivo aún más adentro de la masa salina. Poco a poco, como emergiendo del horizonte, se levanta en altura más y más la escultura hecha en sal con motivo del Dakar. Un poco más atrás, la plaza de las banderas y el primitivo hotel de sal, el primero que hubo por estos lares.

Subimos a las camionetas y ponemos rumbo oeste hacia Incahuasi. Podemos ir por donde queramos, pero es notable cómo la costumbre y una inexplicable sensación de seguridad nos empuja a seguir huellas ya marcadas. En medio de la nada paramos a sacar unas fotos de las acostumbradas, las risas corren por doquier. Serán más de 50 km de andar para que el perfil de la isla se destaque en la línea imperturbable del horizonte. Arribados, estacionamos y descendemos. Una vez pago el ticket de ingreso, trepamos hasta el mirador por la senda hecha entre viejos corales milenarios. La vista es privilegiada, y al norte, más allá de la gran extensión blanca, observamos al volcán Tunupa, de hermosas tonalidades ocres y rojizas. Vale la pena quedarse un rato y contemplar la inmensidad, así que aprovechamos para almorzar.

Siguiendo la huella

Más tarde, luego de rodear la isla, ponemos rumbo suroeste. Los bordes del salar siempre están húmedos y es fácil encajarse, por lo que sí o sí hay que buscar el terraplén o la huella para salir de él. Lo contrario será una sorpresa desagradable. También es común encontrarse con palos y marcas que son utilizados para orientarse en las épocas en que el salar se inunda: una razón más para no relajarse en el manejo.

0613 salar de uyuni

Tomamos la salida conocida como Mala Mala (no tiene terraplén y siempre está con barro), que no posee vegetación alguna y se encuentra rodeada de pequeños cerros. Finalmente llegamos a Gruta Galaxia Dos Estrellas (en honor a los lugareños que las descubrieron): cuevas de curiosas formas muy interesantes de visitar. Allí somos guiados por sus descubridores: dos pastores. Cada uno de los asentamientos y parajes que rodean al salar tiene sus atractivos, productos artesanales y oportunidad de fotos magníficas; podemos estar dando vueltas por allí varios días. En este caso, la caravana vuelve al suelo salino y lo atraviesa con rumbo sur-norte. La altura es constante: 3.600 msnm, y las camionetas parecen haberse acostumbrado, o lo hemos hecho nosotros a su andar más lento.

Ponemos rumbo fijo al pie del volcán, que parece estar omnipresente, y más de 50 km después llegamos a la banda norte del salar, al poblado de Coqueza. Frente a su iglesia, en la pequeña plaza adquirimos las entradas para acceder a la cueva que se encuentra en la ladera del volcán. El camino es angosto y pedregoso. Trepa la montaña entre plantaciones de quínoa. Una de las SUV recalienta. Nos detenemos y vemos que el automático del electroventilador no funciona: lo ponemos directo. Lejos de todo es la única solución para continuar.

Llegamos tras una breve caminata y nos adentramos en la cueva: parece una carcajada detenida en el tiempo. Los cuerpos momificados nos miran fijamente. El estacionamiento, un balcón a la inmensidad del salar, nos hace sentir pequeños y afortunados de poder disfrutarlo. El hotel Luna Salada es apenas un punto lejano a lomo del pequeño cerro, casi como una estrella guiándonos en el cielo con promesa de ofrecernos descanso y guarecernos del frío de la noche. El sol parece ahogarse en la línea del horizonte salino. Hacia allá vamos. Mucho más de la bella Bolivia nos espera.

Podés leer más notas como esta en la revista Weekend de junio de 2019, n° 561.

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Marcelo Lusianzoff

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