Friday 19 de April de 2024
4X4 | 29-08-2019 16:40

Camino al volcán Galán, entre senderos de lava

Nos lanzamos a atravesar la hollada volcánica más grande del mundo en plena puna catamarqueña.
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A medida que el sol se asomaba por el oeste, trepándose al tomarse con sus dedos de luz de los picos nevados de las montañas, al este crecía el resplandor blanquecino del volcán Robledo. Más al norte, confundiéndose con las tinieblas de la noche, apenas se podía distinguir la silueta del Carachi Pampa y sus renegridas y pedregosas laderas que bajan para fundirse en el fondo del extenso valle. El Peñón aún se encontraba en silencio y sólo la suave brisa de la mañana al pasar por sus alamedas, vestidas de un negro trasluz, inquietaba el silencio reinante. Debemos apelar a la memoria para recordar cómo se destacan con su verde en la sequedad del paisaje. Sólo hasta que se oye girar el primer arranque, lento y perezoso por el frío; luego de unos giros y unas tosidas de humo negro, se logra despertar el desparejo ronroneo del motor diésel. La primera camioneta está lista para partir. El coro disfuncional de voces, saludando por la mañana, rememorando alguna anécdota que provoca una respuesta de risas, se va acallando a medida que comienza a sonar el ritmo repetitivo de puertas cerrándose. Se forma una línea delgada y larga de camionetas que sale a la ruta; a 3.400 msnm comienza el derrotero hacia el cráter de  uno de los súpervolcanes más famosos del planeta

Nos ponemos en marcha

Apenas unos metros de asfalto y dejamos la ruta hacia el norte por una huella arenosa y salpicada de pequeños trozos de lava negra. Una primera trepada sin dificultad nos lleva al borde de un enorme tobogán que se pierde en la inmensidad de una ancha quebrada que, a lo lejos, se estrecha entre altas cumbres. Las camionetas se deslizan por la pendiente en una hilera serpenteante y colorida que se destaca sobre la monotonía del suelo. Por momentos el camino semeja el dibujo de dos largas y delgadas líneas paralelas, dibujadas sobre un inmenso y gran pizarrón negro desde el centro del valle, que por momentos se acerca al pie de los faldeos orientales.
Bordeamos el piedemonte, esquivando filosas piedras hambrientas de pillar desprevenido a nuestros neumáticos. El altímetro del GPS marca 4.078 msnm, las camionetas sienten el rigor de la falta de oxígeno y su rendimiento de potencia merma ostensiblemente. Algunas lo hacen con estertores de negro humo saliendo de sus escapes. El odómetro indica 25 km de recorrido. Los altos picos parecen querer impedirnos el paso, abalanzándose en picada con sus perfiles sobre nuestro camino. Penetramos por un angosto paso y, al salir, nuevamente nos encontramos con un ancho valle. 

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Las Sierras de la Laguna ostentan orgullosas sus picos nevados. Casi 10 kilómetros más adelante, un gran cartel de madera anuncia la llegada a la laguna Grande y su pertenencia a la Reserva Provincial Laguna Blanca. Sus tranquilas aguas de tonalidad entre celeste y verde pálido se ven salpicadas por una cantidad enorme de puntos rosas: parinas y grandes flamencos pululan en ella buscando su alimento. Algunos, advertidos de nuestra presencia, se alejan batiendo sus amplias alas para levantar un corto y majestuoso vuelo que los lleva sólo una decena de metros más allá. Descienden interrumpiendo la delgada y tranquila superficie del agua, hendiéndola al estirar sus finas y largas patas con un leve chapoteo que provoca innumerables círculos concéntricos, tantos como aves a su alrededor. Es un buen momento para que los miembros de la caravana desciendan de sus vehículos para tratar de captar esta magia en fotos y para que disfruten de un desayuno de campo con tortas caseras. 

Zozobra al borde del cráter

Bordeamos la laguna, que va quedando atrás, mientras encaramos de frente un alto cordón montañoso. El piso ha perdido su tonalidad negra para ganarse un color arcilloso y rojizo. Comenzamos a acompañar el perfil montañoso hacia el este, es la pared sur del Galán, de 5.000 m, escarpada e imposible de pasar. Poco a poco parece descender y ser más amigable para permitir el paso. 
La huella comienza a subir y las camionetas, tozudamente, tratan de aferrarse al arenoso suelo para trepar. Ponemos la baja para encontrar la fuerza de empuje necesaria y llegamos al borde mismo del cráter. La magnificencia del paisaje hace que nos apeemos de los vehículos y el momento valga una fotografía grupal a 4.758 msnm. 
En el centro del cráter se ve el gran domo del cerro Galán; es lo que queda de su cumbre luego de que se desplomara sobre sí misma. Lo que vemos es la lava solidificada que quedó como un negativo de su interior. También algunas corrientes de agua termales, que como venas se esparcen sobre la superficie y casi imperceptibles huellas de otros aventureros en varias direcciones. Nosotros lo atravesaremos de sur a norte.

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Ya andando sobre los suaves y arenosos faldeos del interior de la caldera, avanzamos rodeados de los blanquecinos filos en línea recta; atravesamos un arroyo y llegamos a la laguna Diamante, de un tono bellísimo y profundamente azulado. Buen momento para disfrutar del entorno y del picnic gourmet para recuperar fuerzas. Estamos rodeados de un cordón de montañas con sus cumbres nevadas. Seguimos la huella, desviamos el rumbo dejando la principal hacia el este. Atravesamos el río Aguas Calientes, que trae bastante caudal; a nuestro paso las gotas se descomponen con los haces del sol en los colores del arco iris. Al pie de unas elevaciones de toba, el barro bulle. El volcán aún deja sentir sus latidos en las profundidades. La hora avanza y debemos buscar la salida del cráter. 
Seguimos. Algunas extrañas y gigantes formaciones talladas por el viento y los años, Las Peñas del Galán, merecen más fotografías. El suelo varía entre pedregullo de piedras de toba y arenisca suelta. Superamos unas suaves quebradas y nuevos riscos. Alcanzamos la traza del río Pato, que va a desembocar al salar; vamos por buen rumbo. Nos acompaña por un trecho. Pronto el suelo cambia y la toba da paso a la superficie salina. A lo lejos comenzamos a divisar las instalaciones de explotación del  Salar del Hombre Muerto. Una estrecha franja de tierra, rodeada de agua, nos devuelve a la RP 43. Su derrotero es el final de una hermosa aventura. Habrá más, pero por ahora Antofagasta de la Sierra nos espera para darnos cobijo y descanso. 

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Salar del Hombre Muerto

Su superficie es de 588 km², a 4.000 msnm. En su subsuelo, el agua subterránea es una salmuera saturada de cloruro de sodio, litio, potasio, sulfato, borato-bórax y otros como el rubidio, el cesio y el bromo. La producción de litio comenzó en 1997. Su explotación –se calcula– será viable hasta el año 2037 aproximadamente.
Las instalaciones pueden producir hasta 18.000 toneladas anuales.
El litio extraído se exporta en un 100 %. Las sales de litio se transportan por camión a la estación ferroviaria del Salar de Pocitos, por el paso fronterizo de Socompa llegan hasta el puerto de Antofagasta; allí los minerales se cargan en navíos para viajar hasta los Estados Unidos y Asia oriental, entre otros lugares. El depósito de litio Salar del Hombre Muerto es uno de los más importantes del mundo.

 

 

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Marcelo Lusianzoff

Marcelo Lusianzoff

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