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VIAJES | 18-05-2020 15:51

Kapuscisnki, el periodista viajero que fascinó a García Márquez

Cronicó a África, América Latina, Asia y la Unión Soviética como nadie. Su mirada antropológica se combina con una pluma que arroja de cabeza al lector en otros mundos.
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Gabriel García Márquez definió a Ryzard Kapuscisnki como el “verdadero maestro del periodismo y uno de los mejores cronistas del siglo XX”. Este polaco que vivió de niño la pesadilla nazi en su Polonia natal fue, por sobre todas las cosas, un gran viajero. Y su obra es una serie de libros de crónicas ya legendarios que comenzaron a gestarse en 1964 cuando fue a la India llevando en su valija el libro Historia escrito por Heródoto, creador de esa disciplina. Sus crónicas de India, China, Egipto e Irán están en su libro Viajes con Heródoto (2004), donde incluye ensayos sobre el viaje, planteando que aquel viajero curioso nacido en Halicarnaso -Grecia- creó al mismo tiempo otras dos disciplinas: la mirada antropológica y la crónica periodística.

Kapuscisnki cita el párrafo inicial del libro de Heródoto, quien se presenta a sí mismo de esta forma:

Heródoto de Halicarnaso va a presentar aquí los frutos de sus investigaciones llevadas a cabo para impedir que el tiempo borre la memoria de la historia de la humanidad, y menos que lleguen a desvanecerse las grandes y maravillosas hazañas, así de los griegos como de los bárbaros. Con este objeto refiere una infinidad de sucesos, varios e interesantes, y expone con esmero las causas y motivos de las guerras que se hicieron mutuamente los unos a los otros”.

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El periodista polaco desmenuza este párrafo para ponerlo en dimensión. Heródoto se dispone a hacer una crónica de su tiempo de una forma muy novedosa. Hace 2.440 años cada persona era casi la única depositaria de la memoria social: para conocerla y recopilarla, había que ir a buscarla y sentarse a escucharla. Y si vivía lejos, había que emprender un viaje: “a partir de esta situación nace la crónica”. Todo eso que ahora es historia e incluso mito, en aquel tiempo era un presente considerado la pura verdad, la cual se transmitía de una generación a otra a través de relatos orales junto al fuego.

Lo que más le llamó la atención a Kapuscinski fue la osadía de Heródoto: “cuán convencido de su misión e importancia debe estar un hombre para decir que hace algo de lo que depende ´la memoria de la historia de la humanidad´. ¿Y cómo podía él saber que existía tal cosa? Su predecesor, Homero, había descrito la historia de una guerra concreta, la de Troya… ¿Pero de ahí a la historia de la humanidad? Estamos ante un nuevo horizonte, una nueva manera de pensar... el autor de Historia se presenta desde el principio como un visionario del mundo, un escritor capaz de pensar a escala planetaria… como el primer globalista”.

Además, Herótodo se propone exponer “con esmero las causas y motivos de las guerras”: quiere saber por qué se enfrentan griegos y persas, si siempre ha sido y si será así. Estudia las costumbres egipcias y busca conocer al otro para compararlo con su adversario, prefigurando una ciencia que surgiría veintitrés siglos después: la antropología.

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Kapuscisnki murió en 2007 luego de haber cubierto como corresponsal 27 guerras y revoluciones para la agencia estatal de noticias de la Polonia comunista. Para ello viajó 40 años por África y América Latina. Reporteó los procesos de descolonización del África en los años 60 y dictaduras militares sudamericanas en los 70. El trabajo con el que se ganaba el pan consistía en enviar fríos cables de noticias por telex, una tecnología cara en su época que lo obligaba a una extrema brevedad en su escritura. Al mismo tiempo, llevaba libretas con anotaciones donde estaban sus impresiones de todo lo que veía: “lo más importante de la noticia siempre quedaba afuera”: el porqué. Sus viajes duraban años y al regresar a Polonia, se dedicaba a procesar esas libretas en las que hacía un trabajo paralelo, una especie de doble vida profesional.

De eso salió la que es para muchos su obra maestra: Ébano. Allí hilvana a través de breves escenas muy visuales, sonoras, gustativas, olfativas y táctiles, un gran viaje por África desde la perspectiva de un barrio popular y un callejón, desde rutas y aldeas, siempre con énfasis antropológico. Sus relatos de alto vuelo literario convierten al lector en viajero: la sensación es la de atravesar África desde un ángulo singular:Siempre he evitado las rutas oficiales, los palacios, las figuras importantes, la gran política. Todo lo contrario; prefería subirme a camiones encontrados por casualidad, recorrer el desierto con los nómadas y ser huésped de los campesinos de la sabana tropical”.

El siguiente párrafo de Ébano escenificando un caluroso viaje en bus hacia Kumasi -República de Ghana- ilustra su estilo. El polaco relata un dialogo con su compañero africano de asiento, quien no había dicho palabra hasta ese momento: “Llegando a Kumasi se decide a confesarme algo. En efecto, tiene problemas. Está enfermo. No siempre, no sin cesar, pero de vez en cuando, periódicamente, sí lo está. Ya ha ido a ver a varios especialistas ghaneses pero no le han ayudado. El asunto consiste en que en la cabeza, dentro del cráneo, tiene animales. No es que los vea, piense en ellos o les tenga miedo. No, nada de eso. Se trata de que estos animales están dentro de su cabeza, allí viven, corren, pacen, cazan o, simplemente, duermen. Cuando se trata de animales dóciles, tales como antílopes, cebras o jirafas, lo soporta todo muy bien, incluso resultan agradables. Pero a veces viene un león hambriento. Como tiene hambre y está furioso, ruge. Entonces, el rugido de ese león hace que le estalle el cráneo”.

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Su último libro fue Imperio -1994-, resultado de viajes por la URSS en diferentes décadas, centrándose en su proceso final de descomposición. Para ello recorre quince repúblicas soviéticas incluyendo Asia Central, donde transmite la idea del desierto a través de sus nómadas: “Un turcomano que ha vivido tanto como para llevar una barba blanca lo sabe todo. Tiene una cabeza llena de sabiduría y ojos que han leído en el libro de la vida. Conoció el sabor de la riqueza cuando le dieron su primer camello. Conoció las miserias de la pobreza cuando se le murió el primer rebaño de ovejas. Ha visto pozos secos, de modo que sabe lo que es la desesperación, y ha visto pozos llenos de agua, de modo que sabe lo que es la alegría. Sabe que el sol da vida, pero sabe también que el sol trae la muerte, cosa de la que no es consciente ningún europeo. Sabe lo que es la sed y lo que es la saciedad. Sabe que cuando hace mucho calor, hay que taparse con ropa de abrigo, una chaqueta y un gorro de piel de cordero, y no quedarse en carnes, como hacen los blancos (…) Los que crearon grandes obras siempre fueron vestidos. En Sumeria y Mesopotamia, en Samarkanda y Bagdad, a pesar del calor infernal, la gente siempre ha ido vestida. Se crearon allí grandes civilizaciones, desconocidas en Australia o el ecuador africano, donde la gente iba desnuda al sol (…) En Turkmenistán, al desierto podían ir aquellos que tenían rebaños (…) el nomadismo era privilegio de ricos (…) Para el nómada, pasar a la vida sedentaria fue siempre el último recurso, una derrota vital (…) solo por la fuerza se le puede obligar a tener una vida sedentaria: un imperativo económico o político. Es un hombre que no conoce precio a la hora de pagar la libertad que le da el desierto”.

En Irán, Kapuscisnki cubrió la caída de El Sha en su libro homónimo y la revolución islámica, ayudando a entender la complejidad del proceso en que el poder se fue transfiriendo poco a poco a los clérigos barriales, a medida que aumentaban las masacres por parte del Estado.

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Kapuscisnki se sintió identificado con la vida de Heródoto y su metodología, acaso su mayor fuente de inspiración. Eso demuestra en Viajes con Heródoto:

“Heródoto viaja con el fin de encontrar una respuesta a su pregunta de niño: ¿cómo es que en el horizonte aparecen naves? ¿De dónde han salido? ¿De qué puerto han zarpado? O sea que lo que vemos con nuestros propios ojos, ¿no es aún el límite del mundo? ¿Hay otros mundos todavía? ¿Cómo son? Cuando crezca, querrá conocerlos. Aunque más vale que no crezca del todo, que conserve un poco de ese niño curioso que es, pues sólo los niños plantean preguntas importantes y de verdad quieren aprender. Y Heródoto, con su entusiasmo y apasionamiento de niño, parte en busca de esos mundos. Y descubre algo fundamental: que son muchos y que cada uno es único. E importante. Y que hay que conocerlos porque sus respectivas culturas no son sino espejos en los que vemos reflejada la nuestra. Gracias a esos otros mundos nos comprendemos mejor a nosotros mismos, puesto que no podemos definir nuestra identidad hasta que no la confrontamos con otras. Por eso, después de hacer este descubrimiento -otras culturas como espejo en que mirarnos para comprendernos mejor a nosotros mismos-, cada mañana a la salida del sol, incansablemente, Heródoto reanuda su viaje”.

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Julián Varsavsky

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