Nellie Bly ya era una periodista famosa cuando en 1889 le dijo a su editor en el diario New York World -dirigido por Joseph Pulitzer- que se le había ocurrido una crónica: dar la vuelta al mundo en menos de 80 días, para ganarle al personaje Philleas Fogs de la novela La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Verne.
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El editor le dijo que ya había pensado en producir ese viaje y tenía en mente a un periodista hombre, pero que lo iba a consultar con la dirección del diario cuyo veredicto fue tajante:
–Es imposible para ti hacer un viaje alrededor del mundo. Primero porque eres una mujer y necesitarías protector, y además, aunque pudieras viajar sola, necesitarías tanto equipaje que sería imposible ir rápido”.
Pero más tajante fue Nellie Bly con el ímpetu de sus 25 años:
–Muy bien, manda a un hombre y que salga ya... Yo partiré el mismo día, lo escribiré para otro diario y llegaré antes.
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Pulitzer sabía que su periodista hablaba siempre en un sentido literal: se había internado largo tiempo en un manicomio simulando estar loca para reportear y escribió que “aunque suene extraño, mientras más sensatamente hablaba y actuaba allí dentro, más loca me creían”.
El director no quiso correr el riesgo de perder la primicia y la mandó a ella. Las crónicas fueron saliendo por entregas durante el viaje y en un libro llamado Alrededor del mundo con Nellie Bly, editado en Argentina por Los Lápices Editora (2018). Allí contó cómo resolvió su equipaje: en un bolsito empacó dos sombreros, tres velos, ojotas, artículos de baño, tinta, lapicera y papel, agujas e hilo, una bata, un blazer, una petaca de acero, una copa, dos juegos de ropa interior, pañuelos y un frasco de crema. Su único vestido fue uno negro que llevaba puesto bajo un abrigo a cuadros. El gerente le entregó 200 libras y monedas de oro. Le ofrecieron incluso un revolver, pero no aceptó.
El 14 de noviembre de 1889 a las 9.40 de la mañana, la periodista se embarcó en el gran viaje de su vida a lo largo de 40.070 kilómetros. El diario Cosmopolitan envió a otra periodista a dar la vuelta al mundo ese mismo día sin que Bly lo supiera, pero en el sentido contrario.
Casi una semana después Bly atracó en la costa inglesa para tomar un tren a Londres y otro barco a Francia por el Canal de la Mancha. Nadie había dado la vuelta al mundo en el tiempo que ella se proponía. Así y todo, tuvo la osadía de hacer un breve desvío del camino más lógico para ir hasta Amiens y visitar a Julio Verne.
Según cuenta Bly en su crónica, Verne fue muy amable y le hizo preguntas sobre la ruta que seguiría. Frente a un gran mapamundi que el escritor tenía en la pared -marcado a mano cuando escribió su libro 17 años antes-, compararon el itinerario de la novela con el que tenía planteado la periodista, quien se atrevió a bromear ante una pregunta del gran maestro:
–¿Por qué no piensa usted ir a Bombay como mi personaje Phileas Fogg?
–Porque estoy más interesada en ahorrar tiempo que en salvar a una joven viuda.
Brindaron con vino y el comentario final de Verne no dejó traslucir un gran optimismo sobre esta aventura viajera:
-Si lo logras te aplaudiré con las dos manos.
La siguiente parada de tren fue Brindisi -sur de Italia- y luego navegó el Mediterráneo hasta Egipto para cruzar el Canal de Suez. Entonces surcó el Mar Rojo y el de Arabia hasta recalar en Yemen. Sin detenerse salvo para esperar algún vehículo, atravesó el océano Índico con escalas en Ceilán, Malasia -donde compró un mono que llevaría hasta el final del viaje-, Singapur y Hong Kong, siguiendo casi siempre la línea de puertos del imperio británico.
En sus tiempos muertos Bly salía a investigar. En la ciudad china de Cantón fue a conocer un juzgado y se sorprendió de ver jueces fumando opio. Luego quiso ver el lugar donde se hacían las ejecuciones públicas. No llegó a verlas pero recogió testimonios. Sus zapatos se ensuciaron de rojo y el guía se lo aclaró: “Ayer once hombres fueron ejecutados aquí”.
A la periodista la impactó el ensalzamiento con las mujeres. Su guía le explicó lo que sucedía con alguna declarada culpable de un delito: “Cuando una mujer es condenada a muerte se la ata a una cruz de madera y se la corta en pedazos de a poco para que no muera rápido. Los hombres son decapitados de un solo golpe, a no ser que sean los peores criminales; se busca que la muerte de la mujer sea lo más indigna posible”.
A Bly le preguntaron si quería ver cabezas decapitadas y dijo que sí:
-Le di una propina a un hombre que me indicó el guía. Ese hombre se acercó a unos barriles junto a las cruces de madera, metió la mano y ¡sacó una cabeza!... Si un hombre de dinero era condenado a muerte, podía con poco esfuerzo comprar un sustituto. Los chinos eran muy indiferentes respecto a la muerte, parecía como si no le tuviesen miedo.
Al llegar a Japón la periodista no pudo evitar los juicios etnocéntricos de la época: “Los japoneses eran lo opuesto de los chinos; eran las personas más limpias de la tierra, y los chinos los más desprolijos… los japoneses eran las personas más gráciles y las chinas, las más torpes; los japoneses tenían pocos vicios, los chinos todos los vicios del mundo”. También la sorprendieron el refinamiento de las geishas y el vestir en general: los hombres habían adoptado las ropas occidentales mientras que las mujeres seguían usando kimonos por ser más cómodos que la moda victoriana. Incluso los niños le parecieron singulares: “eran diferentes a cualquier otro niño que haya visto jugar antes. Parecían siempre contentos y nunca peleaban entre ellos ni lloraban”. |
Con los tiempos al límite, Bly desembarcó en San Francisco un día antes de lo planeado -para un total de 75 días- y fue recibida como una heroína. De todas formas le dieron un “empujoncito” final hasta Nueva York: los trenes regulares estaban suspendidos por exceso de nieve así que el diario contrató una locomotora chárter con un solo vagón para el tramo final de 4.147 kilómetros, el cual cubrió en 69 horas. En cada estación por donde pasaba la recibían miles de personas con bandas musicales.
A Phileas Fogg le sobró un día -aunque en un principio creyó llegar tarde- y ganó su apuesta. Bly, en cambio, se adelantó dos días y medio al plan original (su competidora llegó cuatro días y medio después que ella). La viajera victoriosa entró a New Jersey por el lado opuesto del que había partido, el 5 de enero de 1890 a las 3:51 pm luego de 72 días, 6 horas, 11 minutos y 14 segundos. Julio Verne le envió un telegrama con el prometido aplauso.
El diario hizo un negocio redondo: los relatos telegrafiados impulsaron las ventas a niveles insólitos para aquellos tiempos sin TV, incluyendo un concurso para que los lectores acertaran el tiempo exacto de duración del periplo de la viajera, del que participaron medio millón. Las ganancias fueron monumentales pero Nellie Bly solo recibió palabras de reconocimiento. Ofendida, renunció.
Durante la Primera Guerra Mundial Bly agrandó su leyenda: fue la primera mujer corresponsal de guerra. Es decir que esta pionera del feminismo –en un momento en que la mujer no tenía derecho ni a votar-circunvaló el globo ella sola estableciendo un record mundial -independientemente del género del viajero- demostrándole al mundo que una mujer puede viajar sola por todo el orbe, sin custodia y con un simple bolsito de mano y una libreta de anotaciones que alimentaría una de las crónicas más famosas del siglo XIX.
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