Thursday 25 de April de 2024
TURISMO | 05-02-2020 18:09

El templo correntino donde la muerte es un santo

Cerca de Solari se rinde culto a San La Muerte con una estética Iron Maiden entre botellas de whisky, Cristos, gauchitos Gil, calaveras con vincha roja y vestidos de novia colgados del techo.
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Voy por la Ruta Nacional 119 rumbo a la ciudad de Solari, Corrientes, y me detengo frente a lo que parece un templo consagrado al rock pesado. Me atrae una vitrina junto al edificio central con una estatua como salida de la tapa de un disco de Iron Maiden. Atravieso el portal y veo guitarras eléctricas colgando del techo, esqueletos con guadañas tamaño humano y en miniatura, estandartes negros con versos a San La Muerte y velas encendidas formando la cruz en un ataúd.

Imagino lo que falta en este templo -las estaciones de una Vía Dolorosa y un hombre enclavado en plena tortura- y el choque se me atenúa un poco. Avanzo algo pasmado por el hallazgo y paso frente al panteón local de santos oficiales y paganos: una barroca sobrecarga alimentada por los fieles con Cristos, Vírgenes de Itatí, San Jorges con lanza y dragón, y rojos Gauchitos Gil.

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A simple vista, esto es un vale todo a la hora de ofrendar. No queda un centímetro sin decorar. Sobresalen las bebidas: una amplísima gama de vinos que va del tetrak-brick a los más finos, latas de cerveza, whiskies Made in Scotland de tres marcas top y un botellón con cinco litros de champagne Chandon. Las bebidas no están todas juntas, sino entremezcladas con calaveras de vincha roja, fantasmales vestidos de novia que se mueven con la brisa, botines de fútbol y trofeos, bicicletas, casas en miniatura y facones de campo.

Me permito hojear el libro de pedidos: “San La Muerte te pido la libertad de mi hijo que no es malo”; “…que me ayudes a comprarme la casita que siempre quise”; “…que alejes de mi hija a ese vividor que la lleva por las malas”. La mayoría son mensajes cortos y concretos; otros meditadas cartas de varias hojas.

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En una tienda dentro del templo se venden amuletos del santo de negro prefigurado en hueso, palo santo, fibra de vidrio y plomo. “El Gauchito Gil también sale bastante”, me dice el vendedor-cuidador mostrándome encendedores, calcomanías, y plumas del cuello de un búho que equivalen a las flechas de Cupido. Me pregunto si el templo será un mero negocio y también por qué no me pregunto esto frente a las santerías de la catedral de Lujan.

Me acerco a Roberto Pardo, un hombre grueso, dueño del terreno y el edificio: “Nosotros tenemos un puestito en el santuario del Gauchito Gil en Mercedes. Una noche de lluvia, a las 3 de la mañana, se le apareció allí San La Muerte a mi hijo. Estaba con cinco vendedores y lo vieron. Mi hijo pidió que no tuvieran miedo y se pusieron a rezar. Al otro día él se aferró a un San La Muerte y dijo ‘este santo es mío´. Más adelante fuimos en familia al templo de San La Muerte en Empedrado y mi esposa le prometió a mi hijo hacerle una capillita. Años más tarde compré este terreno con un ranchito donde tenemos ahora un comedor. También vendí mi casa y me hice la nueva acá’”.

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La capilla original se fue agrandando con donaciones de fieles que se detenían junto a la ruta. Uno donó el tinglado, otro hizo un aporte para agregar luz eléctrica y miles dejan limosna. Pardo insiste en aclararlo: “Esto es de la gente y para la gente. Los baños no los cobramos; solo las velas. A mí no me traen nada, todo lo que dejan es para el santo, yo soy un siervo. Los 15 de agosto hacemos un asado gratis para 1.500 personas. Y para el 8 de enero pasado –fecha del Gauchito Gil– pasaron por acá 1.500 personas: el 80 % de los devotos del gaucho siguen a San La Muerte. Hay fieles que avanzan arrodillados desde la ruta sobre las piedritas, entran con crisis de llanto y se desmayan: llegan con la mochila tan cargada de problemas que explotan”.

La charla con Don Pardo avanza reposada, entre esqueletos y flores de plástico. Él se define como un católico que no va mucho a misa, pero reza todos los días. Se persigna al entrar al templo y opina que el Papa debería canonizar a los numerosos santos de la religiosidad popular correntina, comenzando por San La Muerte. Estas son sus razones: “Hay recelos porque cada quien cuenta la película a su manera; acá ves una cosa así tétrica y a muchos les da miedo. Porque confunden a San La Muerte con La Muerte; no sé si sabés que La Muerte es una mujer y San La Muerte un hombre (era un monje jesuita sanador durante la Colonia). Por eso a la primera la dicen La Parca, La Pelada o la Santa Muerte. Pero nosotros somos siervos del santo”.

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Julián Varsavsky

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