Fui a Ushuaia en búsqueda de sorpresas, de cosas nuevas para disfrutar pues no era mi primera visita a la zona. Elegí el otoño para ver con mis propios ojos esas tonalidades rojas, doradas y verdes que aporta la naturaleza y de las que tanto me habían hablado los lugareños. Y aunque ahora es invierno y estamos en plena temporada de nieve, hay experiencias que se pueden seguir disfrutando.
Lo primero que encontré fue una que combina trekking y un suculento almuerzo de cinco pasos junto al canal Beagle. La excursión, propuesta por Tierra Turismo y comandada por Coco, comienza cuando nos pasan a buscar por el hotel muy temprano. Recorriendo caminos llegamos a la Estancia Harberton, la más antigua de la isla. Pero no íbamos hasta el casco sino que nos desviamos, bajamos del vehículo y nos sumergimos en una caminata sin dificultad de una hora, hasta encontrar la cascada Lasifashaj, nombre que significa en idioma selknam “tierra mayor”. Es parte del río del mismo nombre, caudaloso y con una bruma que salpica bastante aunque estemos lejos. Pese a tener un color marrón por la turba que lo tiñe, su agua es potable y de hecho cerca hay pequeñas empresas que se dedican a envasarla para la venta.
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Después del paseo, cafecito reconfortante y algunas vituallas incluidas, de ver caballos salvajes que nos observaban tanto como nosotros a ellos, volvimos en la camioneta. Coco tomó por la Ruta J hasta Puerto Almanza. Se trata de un pequeño poblado de pescadores, de un lado están las casas y del otro la costa. Algunos de estos pescadores reciben en sus hogares a comensales ocasionales y les preparan delicias caseras para compartir. Pero hay una propuesta aquí que es especial por muchas razones y conocerla justifica una empinada bajada hacia la orilla, apoyados en bastones, enfrentando el viento y el oleaje, y metiéndonos en la calidez de la casita de Diana Méndez, la primera capitana de la zona que durante 10 años llevó pasajeros cruzando el canal desde y hacia Chile. Hoy confiesa que extraña la adrenalina de esta actividad pero tiene otras cosas con qué entretenerse.
Capitana y cocinera
Durante la pandemia, separada de su marido, armó un rancho ocultándose de la policía junto al agua. Con el tiempo recibió ayuda para legalizar su situación. “Al principio tenía todo lleno de alambres y ramas, para que no me vieran ni del agua ni de arriba, de la ruta. Después me descubrieron y acá estamos, visibles. Los chicos de la agencia Tierra vinieron hace un par de meses, conocieron el lugar, me propusieron traer visitantes para que les cocine (como hacía en Puerto Pirata, un restó marino de la costa) y les dije que no -cuenta la mujer-. En esta etapa de mi vida quería olvidarme del turismo y dedicarme al mar, a pescar centollas y a cultivar mejillones. Ellos insistieron mucho. Entonces hablé con el Instituto Fueguino de Turismo y con la provincia, les conté la idea de abrir el rancho para poquitas personas y me dieron el ok. Recibo comensales tres días por semana y para ellos es una experiencia nueva. Así nació Beagle Foodie”.
Su casita es mínima pero no se siente el frío de afuera. Todo es casero y recolectado por la propia cocinera y su pareja, Fabián Naica. El almuerzo es muy exclusivo, solo seis personas que son las que caben alrededor de la mesa, con un largo pan casero tibio a modo de bienvenida. Diana nos recibió con una sopa de vegetales y pescado que se cocinaba en un fuego junto al canal, que estaba muy picado. Tomarla nos devolvió el alma al cuerpo. Hacía mucho frío. Después entramos a la casita verde y, mientras conocíamos su historia personal, algunos la ayudaron a preparar los platos riquísimos, vistosos y abundantes, que merecieron un bis: ceviche de salmón (salvaje) con uvas (espectacular), cazuela de centolla (extraída por Diana) a la crema con un alga frita encima, postas de róbalo con un pesto particular, puré de zanahorias ahumadas y crocante que resultó maravilloso, y panqueques rellenos con dulce de leche y salsa de frutas finas preparados en el momento. Todo se sirvió con presentaciones rústicas y fue acompañado por muy buenos vinos. El toque gourmet estuve presente en todo momento.
“Nunca empiezo a cocinar hasta que llegan las visitas, normalmente a las 12, así cada uno hace su aporte. El otro día preparamos el ceviche de salmón con ajo, que nunca había hecho, por sugerencia de un comensal. Mi propuesta es re básica, super sencilla, y trato de incorporar elementos locales como algas, y lo que hay en nuestra tierra, no solo en el mar -explica- Es agradable compartir las experiencias porque siempre llega el momento en que empiezan a contar sus vidas. Es lindo poder conocernos y generar lazos. Además en verano esto es hermoso y más cómodo, pueden comer afuera y tienen todo el canal para ellos”.
Terminada la comida, la charla sigue y cuesta despedirse de los anfitriones. Son muy cálidos y receptivos, los abrazos no se hacen esperar y hay que remontar la cuesta para subir a la ruta, mientras seguimos saboreando en la imaginación todo lo disfrutado y comentando cada mínimo detalle.
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