Va en gustos. Según algunos, la mejor época para ir a Tierra del Fuego es otoño. Los amantes de la fotografía se deciden por los rojos, amarillos y naranjas otoñales fueguinos. El rojo irradia de las hojas de lenga que van muriendo en los árboles, sin caer. Los amarillos y naranjas encienden las enramadas de los ñires. Y la escala se amplía junto a lagos y arroyos con el verde perenne de los coihues y el blanco de las nevadas que cubren, apenas, la cima de la montaña.
Para abordar estos bosques encendidos comenzamos con una excursión desde el aire. Nos colocamos auriculares aislantes y el helicóptero se eleva sin avanzar, como colibrí. El Robinson 44 gira en su eje 180° y va hacia el puerto de Ushuaia: veo el arquetipo de los puertos remotos del mundo, el último antes del fin con cascos oxidados, en épocas normales cruceros como edificios flotantes y pesqueros cual cascarón de nuez.
Encaramos hacia el monte Olivia y los rojos se extienden viboreando por los valles en paralelo a los ríos. Ushuaia con sus árboles fueguinos parece a punto de ser devorada por las llamas. Al rato nos posamos en la cima del cerro Le Cloché, una planicie por donde caminamos unos metros hasta el borde de un gran balcón natural con vista al mar y los bosques. Vemos la bahía de Ushuaia a orillas del canal Beagle y el Presidio del Fin del Mundo.
Regresamos a bordo para remontar vuelo y rodear la cima del monte Olivia con sus 1.500 metros. Entonces sobrevolamos el glaciar Ojo del Albino y nos internamos por el valle de Tierra Mayor hacia el centro invernal Cerro Castor y dar la vuelta a la base.
A rodar el otoño
Si la idea es observar el otoño con mínimo esfuerzo, desde Ushuaia existe un city tour en bus double-decker estilo inglés que lleva a puntos panorámicos frente a las variaciones en rojo del paisaje, como los miradores de Las Hayas y La Misión. Pero el city-tour, por supuesto, es una aproximación al paisaje. Luego habría que ir hacia el norte de Ushuaia, donde se levantan las últimas estribaciones de los Andes.
Para explorar la sucesión de valles tallados por el paso de los glaciares, las agencias de viaje ofrecen salidas en combi, bus y 4x4. Se parte en la mañana para atravesar los valles de Carbajal y Tierra Mayor. Luego la carretera trepa la montaña hasta el Paso Garibaldi, el único cruce de los Andes dentro de la Argentina (sin pasar a Chile). Allí se ven desde un mirador los lagos Fagnano y Escondido. A la vuelta se visita el centro invernal Tierra Mayor para un almuerzo de cordero patagónico al asador.
Los rojos del glaciar Martial
Una caminata relajada para internarse en el rojo vegetal es un trekking al glaciar Martial, a 7 km de Ushuaia. La opción más relajada es llegar hasta la mitad del cerro entre los árboles a todo color y tomar algo en una casa de té. Nosotros partimos desde la base bordeando un arroyo entre bosques de lengas y ñires. La subida es un poco empinada pero corta, a lo largo de una antigua pista de esquí. Tardamos 40 minutos hasta la plataforma del punto panorámico. A partir de allí, seguimos caminando una hora y media hacia arriba, hasta el pie del pequeño glaciar de altura.
La otra aproximación otoñal es en el Parque Nacional Tierra del Fuego, entrando con el Tren del Fin del Mundo. Luego se abre un abanico de caminatas y hay que elegir. Una de las mejores en otoño es la senda Costera que va desde Bahía Ensenada y termina cerca del río Lapataia (6 km de dificultad moderada). Otra caminata –muy fácil y bella– va desde el lago Roca al centro de visitantes, a lo largo de río Lapataia por un kilómetro.
Laguna Esmeralda
Salimos a explorar por tierra los valles. Un auto nos lleva por la RN 3 entre dos paredes de fuego para hacer un trekking a laguna Esmeralda, exigente pero acaso el mejor. Un cartel a la vera de la ruta señala el comienzo del sendero, 20 kilómetros al norte de Ushuaia en el Valle de Tierra Mayor. Hemos preferido venir acompañados por la guía oficial Iris Alderete. Entramos a un bosque con grandes lengas y coihues, cruzando puentes de madera sobre arroyos. Los rojos y naranjas son porque las hojas van perdiendo su clorofila. El árbol se alista para invernar: al no tener hojas que alimentar, la savia se concentra en la base del tronco. Las lengas y ñires tienen hojas pequeñas y frágiles que no resisten el frío ni el peso de la nieve; en cambio las del coihue son gruesas y firmes: duran todo el año. El 80 % del bosque lo ocupan las lengas. Por eso el paisaje enrojecido remite un poco a la floración de los sakuras en Japón. Los ñires con su aroma a canela son el 15 %: algunos se tornan amarillos y otros naranja. Pero a veces uno puede tener los dos colores a la vez.
Donde hubo un glaciar...
En una hora de caminata salimos del bosque a una planicie pelada y anegadiza: es un gran turbal, una formación sobre depresiones del terreno creadas por el paso remoto de un glaciar. Aquí se acumula agua de lluvia estancada. Por las bajas temperaturas, la materia orgánica casi no se descompone. Crecen juncos, gramíneas y musgo que, al morir, se acumulan en el terreno y apilan hasta tapar la laguna y convertir a la zona en un acolchonado terreno inundable. Es necesario llevar botas bien atadas: en un mal paso se la podría perder.
Al fondo del valle se levanta la gran cadena montañosa. Trepamos sin esfuerzo a un pequeño cerro para caminar por su filo rocoso, que lleva a una descomunal hoyada con una laguna redonda e inmóvil color esmeralda en el centro. Llegamos casi con el último aliento y nos sentamos en la orilla sobre troncos para un picnic de antología en un anfiteatro multicolor. Iris mantuvo en secreto su plan. Junto a su hogar en medio del bosque, en las afueras de la ciudad, ella tiene la Casa de té Chloe. Allí ofrece un servicio muy cuidado y ha decidido revivirlo para nosotros en un contexto agreste: coloca un mantel sobre el musgo verde de una roca con nieve, destapa un termo y sirve en vasitos el blend “Té del fin del mundo”, hecho con partes de un árbol costero llamado canelo: mezcla la corteza molida –es muy especiada– con su fruto seco, cuyo sabor lo acerca a la pimienta. El té es apenas picante y ayuda a recuperar las calorías bien gastadas junto con muffins y scones, obra de sus pequeñas y delicadas manos. La sutileza de la escena –con algo de ceremonia del té japonesa– completa la poética de este anfiteatro rojo, naranja, blanco y esmeralda.
Excursiones en helicóptero
- Un sobrevuelo de 7 minutos a la ciudad, el Monte Olivia, Bahía de Ushuaia y Los Veleros cuesta $ 10.810.
- Un vuelo de 15 minutos incluyendo los lugares de la opción anterior más los valles Carbajal, Tierra Mayor y Laguna Esmeralda cuesta $ 19.740. Mínimo dos pasajeros.
- El vuelo de 15 minutos con descenso en el cerro Le Cloche cuesta $ 23.500.
- Más info: www.heliushuaia.com.ar
Mapa de la zona
- Cómo llegar: desde la Ciudad Autónoma de Buenos Aires hay 3.080 km hasta Ushuaia. Al final de la RN 3 hay que cruzar a Chile (Ruta 255) y tomar un ferry que conecta con Tierra del Fuego.
- Laguna Esmeralda: se puede ir con un guía contratado en una agencia o también de manera independiente; el sendero está señalizado.
- Es de complejidad media y se tardan al menos cinco horas entre ida y vuelta.
- Más info: Instituto Fueguino de Turismo, www.findelmundo.tur.ar. Redes sociales: @turismoTDF
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