Los famosos parques nacionales en las Montañas Rocosas de Canadá ya estaban en parte totalmente sobrecargados antes del coronavirus. Después de la pandemia, la demanda de destinos lejos de las masas puede llegar a ser aún mayor. Aquí van cinco recomendaciones sin bullicio y lejos de las zonas más visitadas de Canadá.
1. El paraíso detrás de las montañas
Quien llega a Calgary, en la provincia de Alberta, en general suele ir directamente al icónico Parque Nacional de Banff. La dirección es correcta, pero mucho más originales son las “Rockies” a 20 minutos de Banff. En Canmore, tomar primero el empinado Three Sisters Drive cuesta arriba. A media altura, el asfalto se convierte en un tramo de gravilla lleno de baches, que desde allí se llama Smith Dorrien Trail.
Arriba, el camino pasa por un desfiladero sombrío y luego se levanta el telón: por delante se extiende el Spray Lake, profundamente azul, flanqueado por picos de casi tres mil metros cuyas pendientes escarpadas están marcadas por los surcos que dejan el deshielo y las
avalanchas. No se ve ni un coche, ni una cabina de teleférico, ni un alma.
Por el contrario, las posibilidades de descubrir alces, osos y lobos son tan buenas como en el vecino Parque Nacional de Banff. Como parte del Parque Provincial de Spray Valley, el valle forma parte de un puente verde, en el que los animales se desplazan entre los parques provinciales en el sur y Banff.
2. En busca de la inmensidad
En los agrestes “Badlands”, el viajero se siente una y otra vez como un explorador. No se sabe bien cómo será el destino porque existen muy pocas buenas imágenes de este rincón del sudeste de Alberta. Esto no ha cambiado a pesar del famoso Museo de Paleontología Royal Tyrrell en Drumheller, con sus fósiles de dinosaurios. Los “Badlands” siguen siendo lo que siempre fueron: 90.000 km2 de una inmensidad ondulada y vacía, con cauces llamados “coulées”, tres o cuatro pequeñas ciudades sin mucha actividad y decenas de pueblos en medio de la nada, cuya existencia está crónicamente amenazada.
Sin embargo, el lugar esconde otros platos fuertes, más allá del cielo estrellado y de la siempre visible curvatura terrestre en el horizonte. Allí están, por ejemplo, el Parque Provincial Writing on Stone poco antes de Montana, que forma parte del patrimonio natural de la Unesco por sus pinturas rupestres, y el Parque Provincial Dry Island Buffalo Jump, que se abre como un inmenso agujero delante del coche. A los costados hay ciudades fantasma como Orion, Empress, Rowley y Manyberries. La gente de aquí vivió muchas fatigas y es humilde, resignada y hospitalaria.
3. La ruta árida de Québec
Un lugareño dijo una vez que, quien quiera vivir allí, debería ser fuerte. Físicamente, porque hay que trabajar duro, y psicológicamente, porque el invierno es condenadamente largo y entonces no hay nada que hacer, además de entretenerse con bricolaje y Netflix. De Montréal hasta la península de Gaspé son solo ocho horas en coche, lo que para Canadá no es mucho, pero al llegar, el viajero se siente como en el fin del mundo. La península es extensa pero no llega a los 130.000 habitantes, concentrados en pequeñas urbanizaciones con gasolinera y un kiosco en
la costa que en la región llaman “dépanneur”.
El terreno es montañoso y tan difícil de transitar que que la ruta 132 solo lo bordea con numerosas curvas. Pero lo hace con bravura, serpenteando por una costa empinada de cientos de metros de altura donde rompen las olas del Atlántico y rodeando pequeñas bahías hasta llegar a Percé. El bonito centro turístico en el extremo este de la península de Gaspé es conocido por sus avistamientos de ballenas y la Roca Percé, un monolito del tamaño de un buque transatlántico. La ruta 132 es una alternativa más atrayente que el famoso Cabot Trail en Nova Scotia.
4. Cuesta abajo hacia el Pacífico
Es casi un milagro que aquí no haya habido más coches que se despeñen hacia el abismo. Estamos hablando de “The Hill” (la colina). Así denominan los locales al trayecto de la Highway 20 que va de Anahim Lake a Bella Coola en el Pacífico, en la provincia de Columbia
Británica. Llamarlo así es una verdadera subestimación. El terreno inhóspito hace que la carretera se convierta en una pista de grava de un solo
carril, con muros de roca a la derecha y un profundo abismo a la izquierda. El conductor reza pidiendo que no venga un camión transportando madera en sentido contrario.
Ya en los primeros 6,4 kilómetros, la ruta trepa 1.219 metros. Desde el valle hasta el Heckman Summit, 21 kilómetros más adelante, es necesario vencer 1.828 metros de altura. Una inclinación de hasta el 18 por ciento presiona al conductor contra el asiento del coche y lleva a pisar fuertemente los frenos al volver a descender. El exceso de adrenalina tiene su recompensa. El Bella Coola Valley, con sus tupidos bosques y rocas escarpadas de 2.000 metros, parece salir del parque estadounidense de Yosemite, pero sin turistas.
5. Pradera impresionante
Un cielo infinito y un mar de hierba que se encrespa suavemente con el viento. Ni un árbol ni un arbusto hasta donde alcanza la vista. Solo se divisa algo en el horizonte a diez o veinte kilómetros, es imposible calcular la distancia. En el Parque Nacional Grasslands se silencian las conversaciones ante este inmenso vacío. Ubicado en el sur de la provincia de Saskatchewan protege uno de los últimos espacios de pradera intacta en Norteamérica. Casi no hay senderos con indicaciones para recorrer la zona. La administración advierte al visitante de que le esperan aislamiento, terreno áspero y poco firme, problemas de orientación y “buffalo wallows”, en los que se tropieza fácilmente. Los hoyos ovalados recuerdan a los búfalos que pasaron por aquí alguna vez y que se revolcaron en el lodo.
No hay campings dentro del parque, pero se puede acampar donde se quiera, siempre y cuando se lo haga lejos de los recorridos de los guardaparques y no se encienda fuego. Pero eso no es un problema: de noche, el cielo estrellado es más que suficiente.
dpa
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