La mañana nos encontró camino a la playa Villarino en el golfo San José, una zona privilegiada por la abundante fauna marina y que completa la geografía caprichosa de la Península Valdés. Sus aguas son el santuario para miles de ballenas francas, que cada año las eligen para aparearse y tener sus crías. Dos grandes golfos coronan la península formando un refugio natural de las aguas del oceano Atlántico. Sus playas de fondos arenosos y no muy profundas son ideales para que las madres puedan enseñar a respirar a sus ballenatos recién nacidos, empujándolos a la superficie. Grandes colonias de pingüinos se apoderan de sus playas para hacer sus nidos; elefantes marinos, lobos marinos, orcas y delfines también comparten este lugar privilegiado. En ese
65 años de la primera cumbre en el Everest
extraordinario contexto natural estábamos a punto de iniciar una pequeña travesía en kayaks que quedaría grabada como una de las experiencias más enriquecedoras
en contacto con la naturaleza.
Mientras el sol de la mañana comenzaba a calentar las piedras que forman la extensa playa, avanzábamos por un camino arenoso rodeado de coirones en compañía de maras y guanacos que correteaban por la estepa. La camioneta manejada por Pablo, nuestro guía local y profundo conocedor del lugar, arrastraba el trailer con los kayaks para todo nuestro grupo.
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Una vez en la playa, luego de cruzar unas tranqueras y avistar un zorro colorado que se confundía con el paisaje, comenzamos a prepararnos para la aventura. A medida que acarreábamos los kayaks y alistábamos los equipos, crecía nuestra ansiedad. Mientras
preparaba mis cámaras para registrar la travesía, Ezequiel, un experimentado kayakista que estaba a cargo del grupo y con quien compartíamos nuestra primera aventura, se encargó de chequear que todo estuviera en condiciones. Una vez listos nos acomodamos dentro de los kayaks, aseguramos los cubrecokpit y nos empujamos
hacia el mar. El ruido del casco rozando las piedras pronto fue reemplazado por el murmullo del agua golpeando la proa. Unas cuantas paladas y ya estábamos inmersos
en ese paisaje tan envolvente.
Primeras paladas
El clima no podía ser mejor. La ausencia de viento nos permitía remar de manera fluida sobre un mar calmo y sin olas. Un cielo despejado con un intenso azul enmarcaba los marrones de la costa y se reflejaba sobre el espejo del agua. Sobre la costa, los acantilados dibujaban contornos erosionados durante miles de años. A la distancia, Luisa, la instructara que acompañaba a Ezequiel, divisó el lomo de una ballena y su rostro se llenó de emoción. Nacho y Coni, que compartían un kayak, se sumaron al avistaje.
Nota publicada en la edición 506 de Weekend, noviembre de 2014. Si querés adquirir el ejemplar, llamá al tel.: (011) 4341-7820 / 0810-333-6720. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.
04 de diciembre de 2014
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