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PESCA | 18-02-2018 09:05

Aguaisalito: El arroyo donde el pacú es rey

La correntina zona de Esquina recuperó una de sus especies más características. Con carnadas caseras se obtuvieron piezas de hasta 7 kg en una mañana gloriosa. Galería de imágenes.
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“Venite que pescamos seguro”, fueron las irresistibles palabras de mi amigo Matías Pavoni para ir lo antes posible a conseguir pacúes en su reinado, la ciudad de Esquina, en el sur correntino. Hacía unos cuantos días que rondaba en mi cabeza la idea de pescar pacú pero no me decidía en qué momento ir. De lo que sí estaba seguro, era de que quería intentarlo allí, un lugar emblemático para esta pesca pero con muchísimos altibajos en los últimos años. Por comentarios y algunas fotos que me enviaban desde diferentes pesqueros, sabía que ya habían empezado a picar y, día tras día aumentaba la cantidad de capturas por embarcación. El llamado a Río Lodge me terminó de convencer de que no debía esperar mucho tiempo más porque la pesca ya estaba instalada.

El pacú es un pez omnívoro, de cuerpo robusto con forma ovoide, con predominancia del color marrón por sobre el amarillo/dorado. A pesar del tamaño al que puede llegar, tiene cabeza chica y una boca con fuerte dentadura. Se lo pesca en ríos y arroyos interiores, principalmente los que tienen sobre sus costas árboles con algún tipo de frutas o manjares (como ser el aguaí o las chauchas del inga), sector propicio para que el pacú esté al acecho de la caída y comer de un solo bocado. Otros sectores donde se los puede ubicar son los arroyos o hilos de agua que se forman entre extensas poblaciones de camalotes o camalotillos, porque también se alimentan de sus raíces y de los pastos tiernos que crecen entre carrizales y camalotes.

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Tampoco hay que descartar las orillas de los grandes ríos, como el Paraná, Bermejo y Pilcomayo. Habitualmente su pesca se produce a plena luz del día, con raras excepciones de capturas nocturnas con artes deportivas. Pueden existir varias técnicas para obtenerlo, pero son dos las más influyentes. Una es la clásica a la espera, que se realiza anclando en el lugar elegido y tirando siempre hacia las costas; y la otra es al golpe, con la embarcación en movimiento y arrojando la carnada o los señuelos hacia la costa. Conviene lanzar la carnada en parábola para que caiga como un fruto del árbol y dejarla hundirse despacito. Si el pacú está al acecho, la tomará inmediatamente.

También con señuelos

Y si la idea es pescar con artificiales, utilizamos la misma técnica pero recogiendo el señuelo hasta que llegue a la embarcación. Muchas veces toma a mitad de camino. No hay una carnada excluyente, así que hay que reunir la mayor cantidad de opciones para tentarlo: el fruto de aguaí, coquitos, trozos de naranja, ciruelas, corazón vacuno y algunas veces tripas de pescado, maíz (esencialmente para cebar), masa elaborada de diferentes gustos (siempre con esencia de vainilla). Los equipos que vamos a utilizar son cañas de 1,80 a 2,10 m de largo con acción media y de punta fina. Los reeles pueden ser rotativos redondos o de bajo perfil, con capacidad mínima de 100 m de nylon de 0,40 mm.

También podemos utilizar multifilamento de 30 lb de potencia (13.600 g). Es conveniente llevar los dos tipos de cargas. El aparejo es muy sencillo: se utilizan plomos corredizos, preferentemente redondos, con pesos entre los 10 a los 40 g. Y los anzuelos del tipo Maruseigo en diferentes medidas, atados o empatillados, preferentemente con cable de acero, en un largo no mayor a los 15 cm. También podemos utilizar leaderes de acero armados y, en el mosquetón, el anzuelo de ojal que resulte más efectivo.

En esta oportunidad decidí viajar en micro hasta la ciudad correntina de Esquina, para embarcarme junto al matrimonio Matías Pavoni y Fany Salas, propietarios del complejo Río Lodge, lugar de ensueño a orillas del río Corrientes.

El micro llega de madrugada, por lo cual desde muy temprano ya estaba todo listo y, con un breve desayuno, nos largamos en busca de esta pesca tan singular como atractiva y difícil. Navegamos hacia el Norte en busca de la zona conocida como La Película, Aguaisalito, El Calzoncillo y algunos nombres más que le dan vida a toda esta parte del delta esquinense. La idea era recorrer toda la costa de uno de los pesqueros tradicionales pero, a la vez, más castigado del lugar. Matías había llevado varias clases de masas preparadas por él mismo, un secreto de pescador que nadie podría sacarle.

Primeros piques

Armamos todos los equipos utilizando reeles chicos cargados con multifilamento. Cada una de las cañas fueron encarnadas de manera diferente. Tiramos el ancla sobre los camalotes, recostando la embarcación, e hicimos los lances con diferentes distancias pero hacia la misma dirección. Los primeros piques fueron de bogas y bastantes continuos hasta que, en una clavada de Fany, su caña quedó muda y el pescado nadó rápidamente hacia la vegetación. Enseguida nos dimos cuenta de que se trataba de un pacú. Ansiosos por verlo y fotografiarlo, queríamos que todo sucediera ya. Con grandes atributos de pescadora, tardó lo necesario y pudimos izar a bordo un mediano ejemplar. El día recién comenzaba y ya teníamos uno.

Seguimos en el mismo lugar pero sólo picaban bogas. El guía decidió moverse unos metros aguas arriba, parecía que los había visto. Cayeron las líneas al agua y fueron tres capturas inmediatas, con un ejemplar que superó los 5 kg de peso. Perdimos otra cantidad de piques pero estábamos contentos: medio día de pesca y cuatro capturas concretadas. Seguimos recorriendo el Aguaisalito y vimos como algunos brotes de camalotillos se desprendían de los camalotales.

Alguna vez los viejos guías del lugar me comentaron que los pacúes comen desde abajo y cortan este tipo de plantas. Decidimos parar allí. Los piques de bogas eran espaciados y no había mucho más, hasta que Matías bajó la punta de su caña y, cual pointer que marca a su presa, estuvo listo para cañar. Arrastre firme en el pique y pacú clavado. La pelea duró un ratito más que los demás porque el peso era mayor y buscaba salvarse por los pastizales. Pero el pescador no lo dejó y pronto lo pudimos ver cerca de la embarcación, a través de las cristalinas aguas del lugar. Hermoso, chato, lechón del río que acusó casi 7 kg de bogagrip. Ya teníamos todo, muchos piques, seis pacúes concretados y particularmente mucho calor. El relevamiento estaba hecho y sólo nos quedaba volver hacia las cabañas. Con la música de fondo y la alegría a bordo, navegamos a velocidad crucero no pudiendo creer la tremenda jornada que nos había tocado. El reino del pacú había resurgido.

Nota completa publicada en revista Weekend 545, febrero 2018.

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Julio Pollero

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