Recibimos el llamado de Marcelo Leonetti, de la guardería náutica Los Pinos, en Villa Paranacito, para invitarnos a realizar una pesca de comienzo de temporada de tarariras y también doradillos, oferta por demás tentadora que, obviamente, no podíamos rechazar. A tan solo unos 175 km desde C.A.B.A., en prácticamente dos horas ya nos encontrábamos en el lugar. Nos recibieron Marcelo y Cora, quienes mostraron las instalaciones de la guardería que cuenta con una gran capacidad para embarcaciones y está ocupada en un 80 por ciento. Posee tres grúas eléctricas para la bajada de lanchas, lo que agiliza notablemente el momento de embarcarse. Además, dispone de espacios para estacionamiento, wi-fi y cafetería-buffet. Su propuesta de servicios náuticos es muy variada: guías de pesca, guardería, bajada de lanchas, baños con duchas, lubricantes y algo que lo diferencia del resto: un surtidor de combustible para las embarcaciones. Se sumó a la partida un gran pescador con artificiales de Brasil: Joelmo Lopes Rodrigues, que desde hace 4 años viaja asiduamente para pescar a esta tranquila zona.
Los grandes dorados están en Paso de la Patria
Importancia del viento
Previo al armado del trucker con todos los equipos, pusimos proa hacia el río Uruguay. Para navegarlo con tranquilidad es necesario que los vientos sean del sector norte o noroeste, que permiten que toda la costa del curso se encuentre al reparo y, por consiguiente, con agua más quieta, limpia y oxigenada. Es la franja que el doradillo y el dorado eligen para cazar a sus presas. Por lógica, es el mejor sector de pesca que ofrece la zona. A pesar de que ese día los vientos no eran los ideales, ya que provenían del Este, probamos garetear y, a unos 20 m, lanzamos nuestros artificiales hacia la orilla, dejándolos caer y trabajándolos con pequeños movimientos constantes. Así, hasta dar con los momentos de ataques y llevadas que resultan fantásticos y llenos de adrenalina. Son pocos los días en que el viento sopla del sector que deseamos pero, de todos modos, armamos la salida ya que camino hacia el río existen muchos canales de comunicación: pequeños arroyos de aguas quietas donde podemos probar con muñecos y llevarnos la sorpresa de varios ataques de buenas tarariras.
Eran las 9 de la mañana cuando arribamos a la entrada del río. Con viento del Este sabíamos que se nos iba a complicar tanto la navegación por el oleaje, como la pesca a la deriva. Marcelo decidió navegar pegado a la costa en zonas bajas, para dirigirnos al arroyo Martínez y dedicarnos a las taruchas. El trucker que usamos cuenta con un motor eléctrico que me sorprendió gratamente. La practicidad que posee para navegar a control remoto, sumado a lo silencioso que es, nos facilitó peinar toda la zona en busca de las dientonas, que no tardaron en atacar los artificiales. En tan solo una hora y media habíamos sacado entre los tres más de 20 tarariras, todas devueltas al río con sumo cuidado.
Un sector bien bajo
Para pescarlas utilizamos cucharas Nº 4, anzuelos offset y las conocidas gomitas en colores naranja, verde y negro. Los primeros ataques eran de portes chicos, por lo que Joelmo nos dijo: “Quédense tranquilos que vamos a ir en busca de las más grandes”. Se ve que mi ansiedad me delataba, y pronto nos movimos para entrar en una zona muy baja con pocos juncos, a la que sólo se puede acceder con la práctica y el conocimiento que tenía nuestro conductor, y con una embarcación con muy poco calado como la que estábamos usando.
El cuidado de las especies
Fue arrojar los tres a la vez y salieron borbollones por todos lados: un momento de euforia inolvidable. No sabíamos hacia dónde tirar. Luego, la bajante comenzó a actuar y nos dimos cuenta de que las taruchas también se movilizaban acompañando este movimiento del agua hacia el río, por lo que nos deplazámos lentamente con el eléctrico para seguir al cardumen.
Ya al mediodía, el viento había aflojado y planchado el río, momento en que decidimos cambiar hacia el arroyo Sánchez, lugar donde dimos con las taruchas más grandes y peleadoras. Realmente nunca imaginé que sobre el margen del río Uruguay podían estar tan activas. Vimos algunas redes de pescadores comerciales o furtivos y, por suerte, nos sorprendió encontrar a Prefectura con una embarcación común sin distintivos y sólo dos tripulantes, acercarse a nuestra lancha para inspeccionar si estábamos pescando y si teníamos redes. Les indicamos que habíamos visto una y la respuesta fue inmediata: “Ya la sacamos”. Así que nos alegró mucho corroborar que están cuidando las especies y la actividad deportiva.
Como ya habíamos logrado muchas tarariras y el río estaba planchado, decidimos hacer unos tiros a los doradillos. Cambiamos los señuelos por otros de media agua y buscamos una zona nueva para relevar sobre la costa. Dimos con algunas correderas entre palos sumergidos y puntas de islotes con árboles, donde siempre la imaginación presupone que hay un dorado acechando a su presa, y en varias oportunidades tuvimos razón. Así capturamos más de seis ejemplares pequeños que nos hicieron estallar de alegría tras sus ataques explosivos con saltos fuera del agua.
Habíamos elegido una zona que estaba muy baja, motivo por el cual los señuelos de media agua venían rozando el fondo. Decidí entonces cambiar a un popper de superficie. Mis compañeros me miraron como diciendo “no es el adecuado”, pero quería probar algo distinto y ver qué pasaba. Fue caer al agua y un hermoso doradillo me regaló un ataque y un salto que nos sorprendió a los tres. Fotos de rigor y al agua como corresponde. Varias veces enganchamos nuestros artificiales en la vegetación sumergida pero no perdimos ni uno solo. Joelmo, además de aportar un muy eficaz señuelo como el Barracudinhia, tenía preparada una vara de aluminio con la que rescató a los atrancados.
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La despedida
Estábamos llegando a las tres de la tarde, momento en que el viento rotaría al Sur con más intensidad, provocando mayor oleaje y haciendo imposible seguir pescando en su curso. Entonces decidimos volver por las taruchas, que en esos sectores habían rendido muy bien.
Previo almuerzo y unas bebidas bien frías (Marcelo está en todos los detalles), seguimos activándolas con señuelos de superficie, como las clásicas ranitas Bad-Line y las gomitas con cucharas que son mortales. A las cuatro decidimos dar por terminada la pesca, fuimos hacia la isla en la que Marcelo está armando su lugar en el mundo, brindamos con una cerveza bien helada y continuamos de regreso a la guardería, en la que Cora nos recibió con unos excelentes mates.
Relajados, en la galería compartimos lo entretenida que estuvo la salida y comentamos cómo se está popularizando el uso de artificiales en la zona, dejando de lado la costumbre de años de los pescadores del lugar del uso de carnada. Villa Paranacito siempre fue un excelente pesquero. Hoy hay muchos emprendimientos privados de casas de fin de semana, como también futuros campings, lo que da cuenta de la importancia que tiene apuntar al turismo del entretenimiento con la naturaleza. Regresamos agradeciendo a Marcelo su excelente predisposición, y comprometiéndonos a visitarlo el próximo mes con viento norte ,para ir en busca de los grandes dorados río arriba y comer un rico asado en la isla.
Nota completa publicada en revista en weekend 545, febrero 2018.
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