Esta pequeña aventura arrancó un viernes a la tarde en las costas de Gualeguay, Entre Ríos, donde me reuní con Francisco, con quien había coordinado la logística necesaria para poder realizar una travesía de dos días y dos noches con mi amigo Martín por el río Gualeguay. Estacionamos nuestro vehículo y pasamos a estibar los bártulos y los kayaks en el flete que nos llevaría al punto de partida: Paso Las Lanas.
El camino, embarrado y con muchos pozos, no fue problema para la pick up que hasta debió sortear vados de lodo. Una vez en destino, y aprovechando los últimos rayos de sol, armamos el primer campamento de la travesía. Sentados a la orilla del río, con el asado en marcha, la picada servida y el horizonte pintado por una enorme luna roja, empezamos a ponernos a tono con esta aventura.
Al ritmo de la corriente
Al amanecer preparamos un desayuno ligero, calentamos agua para el resto del día y, una vez que el sol secó el rocío de las carpas, armamos el rompecabezas que previamente habíamos practicado para nuestros kayaks. Procuramos balancear la carga para que las embarcaciones no quedaran pesadas en proa y se tornaran inestables e inseguras; pero tampoco extremadamente cargado en popa como para no perder maniobrabilidad y velocidad. Todo perfectamente atado, lo que no se podía mojar dentro de bolsas y cajas estancas; en el centro lo más pesado.
Encendimos el GPS con la ruta previamente marcada: lagunas y arroyos para explorar y pescar, más posibles viviendas y caminos por si necesitábamos ayuda. También contábamos con un mapa general impreso y un backup de capturas de pantalla guardadas en el celular, por si teníamos algún desperfecto con el navegador.
La corriente empujaba los kayaks a buena velocidad. Durante los primeros kilómetros sólo utilizamos los remos para mantener el rumbo. Tras cada curva descubríamos entornos increíbles, playas de arena blanca intercaladas con paredones de arcilla, vegetación selvática para descansar a la sombra, carpinchos que cruzaban a nado el angosto río Gualeguay, tortugas que tomaban sol sobre troncos secos, garzas moras, blancas y biguás que emprendían vuelo al descubrir nuestro sigiloso avance; y el intrépido martín pescador, que se alejaba con su presa entre el pico.
El espectáculo de la naturaleza
5 destinos soñados para disfrutar en kayak
Los 29 kilómetros se acumularon rápidamente al ritmo del goce y la desconexión con la vida rutinaria. Fue una larga travesía hasta toparnos con una playa de fácil desembarco, con fina arena y abundante leña seca. Montamos campamento y encendimos la fogata. Como tratábamos de mantener la comida fresca durante todo el periplo, solo abrimos las conservadoras dos veces en todo el día. Sacamos todo lo que necesitábamos de una sola vez. Para refrescarnos llevamos dos litros de agua potable congelada por día (cada uno), además de alguna otra bebida al natural. Con todo ya listo, nos tiramos en las reposeras y recargamos energías mientras nos dejábamos llevar por el espectáculo de la naturaleza: el croar de las ranas, las aves cantando, el murmullo del río, el estallido de algún pez cazando, la llama de la fogata, los bichitos de luz jugueteando a nuestro alrededor. Y como no podía faltar, otro buen asado a la leña acompañado con una copa de vino.
Dentro de la carpa recargamos el GPS, los teléfonos y las cámaras con los power banks, los cuales después enchufamos a los paneles solares portátiles. Descansamos cómodamente gracias a las colchonetas y las bolsas de dormir. Para que no nos faltara nada, llevamos tres mudas de ropa. Una quedó en el auto para tener algo limpio y seco a la vuelta. Durante el día usamos pantalones y remeras, ambos largos y de secado rápido para protegernos del sol y los insectos. En caso de pasar frío, tuvimos siempre a mano una campera impermeable y un buzo de polar. También fueron indispensables unas buenas botas de neoprene para garantizar la protección durante los desembarcos. Por último, acarreamos una muda liviana para cambiarnos en la noche.
El segundo día seguimos avanzando velozmente. El río estaba muy transitado, con mucha gente que disfrutaba de las playas. Los kayaks se comportaban extraordinariamente, incluso cuando surcábamos turbulentas correderas. En todo momento nos brindaron seguridad y estabilidad.
Apenas pasado el mediodía, llegamos a las costas de Gualeguay. El clima nos acompañó en todo momento y aunque la pesca fue escasa, la aventura fue el motor que motivó esta travesía y que nos invita a repetirla.
Comentarios