Lo que para Juan Godoy, un veterinario oriundo de la ciudad santafesina de Esperanza, amante de la pesca, pretendía ser precisamente una más de sus habituales salidas en busca de capturar alguna preciada presa, terminó convirtiéndose en una inesperada sorpresa al descubrir, en la orilla del río Salado, más precisamente a la altura del puente ubicado sobre la ruta 4 que se encuentra a unos 30 kilómetros de la mencionada localidad, una gran cantidad de huesos de color negro cuyos tamaños eran un poco más grandes que los de una vaca o caballo.
Pero lo que más le llamó poderosamente la atención a Godoy fue una vértebra, que, debido a sus grandes dimensiones, le resultaba imposible de asociar con algún animal actual.
Intrigado por tratar de descifrar a qué animal podrían pertenecer esos restos óseos, al día siguiente regresó al lugar acompañado de su esposa y colega, Hilda Henzenn, y de sus dos hijos para, entre todos, revisar más rigurosamente el lugar y descubrieron varios huesos más, algunos en el agua y otros desparramados en la costa.
Y entre todos ellos, encontraron lo que, según su conocimiento como veterinario, es una placa del caparazón de un gliptodonte. “Se trata de un animal pariente de los armadillos, muy similar a un tatu, que existió en la antigüedad, según lo que pudimos investigar”, cuenta Godoy, todavía sorprendido por su hallazgo.
Luego de esa tarde de exploración junto con mi familia enviamos la información del hallazgo al Museo de Ciencias Naturales "Angel Gallardo'' de la ciudad de Rosario, en donde van a estudiar los huesos que encontramos para determinar fehacientemente si pertenecen a un gliptodonte, tal cual como creemos con mi mujer, y de qué antigüedad data”, concluye el afortunado veterinario.
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