Cada 1 de noviembre la iglesia católica celebra el Día de Todos los Santos en memoria de las personas que llegaron al cielo. Y, como algunas de ellas han sido canonizadas, son propuestas como ejemplo de vida cristiana y tienen un día especial para su recordación en el santoral católico.
Por eso, es muy común que durante esa fecha las principales catedrales del mundo exhiban las reliquias de todos los santos. Y si bien la tradición de rendir homenaje y de recordar a las personas que ya no están entre nosotros varía en función de las distintas culturas, el hecho de llevarles flores al cementerio es una práctica muy común en todas.
Curiosamente, cabe aclarar que si bien el 1 de noviembre es el día en el que se visita y recuerda a los seres queridos fallecidos, el Día de los Fieles Difuntos se conmemora el 2 de noviembre, fecha en la que la iglesia celebra una fiesta solemne en memoria de todos aquellos muertos que, habiendo superado el purgatorio, se han santificado totalmente, han obtenido la visión beatífica y gozan de la vida eterna junto a Dios.
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Los orígenes del Día de Todos los Santos
Esta fiesta cristiana tiene su origen en el siglo IV, durante la persecución de los cristianos por parte del emperador Diocleciano ya que, al causarse muchas muertes, se hacía imposible celebrar una rememoración en nombre de cada una de ellos, por lo que se decidió establecer un día, aunque no fue hasta el 13 de mayo del año 610 en que el entonces Papa Bonifacio IV instauró esa fecha para homenajear a los mártires católicos.
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Posteriormente, ya en el siglo VII el Papa Gregorio IV trasladó la fiesta al 1 de noviembre, muy probablemente para contrarrestar la celebración pagana del “Samhain” o Año Nuevo Celta, actualmente conocido como Halloween o Noche de Brujas, que se celebra la noche del 31 de octubre.
La primera noticia que se tiene del culto a los mártires es una carta que la comunidad de Esmirna escribió a la iglesia de Filomelio en la que informaba la muerte de su santo obispo Policarpo, en el año 156.
Esa carta hace referencia no solo a Policarpo sino a todos los mártires en general y de su contenido se deduce que la comunidad cristiana veneraba a sus mártires, que honraban su memoria el día del martirio con una celebración de la eucaristía. Se reunían en el lugar donde estaban sus tumbas, haciendo patente la relación que existe entre el sacrificio de Cristo y el de los mártires.
La veneración a los santos llevó a los cristianos a erigir sobre las tumbas de los mártires grandes basílicas como la de San Pedro en la colina del Vaticano, la de San Pablo, la de San Lorenzo y la de San Sebastián, todas ubicadas en Roma.
Si bien hasta el siglo X el obispo local era quien determinaba la autenticidad del santo y de su culto público, luego se hizo necesaria la intervención de los Sumos Pontífices, quienes fueron estableciendo una serie de reglas precisas para poder llevar a cabo el debido proceso de canonización, con el propósito de evitar errores y exageraciones.
El particular festejo en México
En la noche del 1 al 2, en México la celebración del Día de Todos los Santos deja paso al por demás particular festejo del Día de los Fieles Difuntos. Así, durante esa noche la fiesta alcanza su máximo esplendor: se reza permanentemente a la vez que, en muchas ciudades, la gente pasa la noche en los panteones y, al terminar, degustan todos los platillos y bebidas que fueron ofrecidas como ofrenda (por lo general lo que más le gustaba al muerto).
A nivel social, los mexicanos la expresan de una manera muy divertida mediante pequeñas rimas llamadas “calaveritas” en las que, en tono burlón, hablan de varios personajes y de su muerte. Las imágenes de los difuntos de la familia a los que se le dedica esta conmemoración tampoco pueden faltar, como tampoco las velas y los veladores encendidos durante toda la noche.
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