El 10 de noviembre de 1985, el terraplén que protegía a Villa Epecuén cedió y las aguas del lago invadieron la ciudad. En esa fecha yo viajaba por la provincia de Buenos Aires, completamente inundada, y pensé en la gente que perdía sus hogares y qué quedaría de esa ciudad sumergida. Septiembre de 2011: con dos bikers de la zona llegábamos pedaleando a los restos de la ciudad. Pero mejor vamos ordenadamente...
Travesía solitaria en busca de los durmientes
Luego de 25 años las aguas empezaron a bajar, y con el tiempo la mayor parte de Villa Epecuén quedó a la vista. Como Guillermo Calvo –ciclista amigo– es de Guaminí, esa ciudad fue la cabecera que elegimos junto a Lorenzo Contessa, otro amigo. Con rumbo sur, recorriendo caminos rurales en muy buen estado, nos desviamos para conocer “la cascada”, una zona barrancosa y pintoresca del arroyo Guaminí, donde saben ira refrescarse los bikers locales.
Circulábamos con un viento en contra bastante persistente, por lo que íbamos “a la rueda” (en fila india), cortándolo. Luego del caserío de Arroyo Venado,donde se encuentra una pintoresca bomba de combustible, se aprecian en el terreno pequeñas trepadas.
Desafíos en dos ruedas en las sierras cordobesas
Parándome sobre los pedales fui avanzando, primero a 24 km/h, luego a 22, 20... y enseguida no viajaba ni a 18. Sentí que no me alcanzaba el aire, enseguida una flojedad general y cuando empecé a notar un sudor frío me di cuenta de que la presión me estaba bajando. Entonces descendí de la bici, elongué los músculos de las piernas, comí algunos cereales y caminé un par de kilometros para ver si me reponía. Había tomado mucho líquido y el camelbak (mochila hidratante) estaba casi vacío, por lo que decidí ir con mis compañeros primero a Carhué, a comer algo, para recién después desandar camino hacia Epecuén.
El tramo de Carhué a Epecuén es corto, y en sólo 5 km se toma un atajo hacia la antigua villa termal. El sol se había escondido tras las nubes y el lago se mezclaba con la resolana, borrando el horizonte y generando un paisaje fantasmal. Miles de árboles secos con la corteza caída nos flanquearon, al tiempo que todos los colores habían virado a un gris-blanco perpetuo. De pronto, a la derecha apareció una imagen tétrica: el antiguo matadero municipal, obra del arquitecto Francisco Salomone. Un edificio parcialmente derruido, que combinado con su cartel y el cielo plomizo conformaban una mezcla digna de película de terror.
Entorno descolorido
Nosotros éramos la única nota de color en el paisaje y en los antiguos suburbios: una plaza semi inundada, un almacén desmoronado, restos de metal oxidado, y lo que el lago dejó. El 80 % de Villa Epecuén se apreciaba casi completamente demolido, con los árboles secos aún en pie, y un aire de desolación total que lo envolvía todo.
El municipio de Carhué ha colocado carteles indicadores para que la gran cantidad de turistas que visitan la zona pueda entender el trazado urbano: la mayoría de las construcciones de un piso fueron hoteles y albergues donde se hospedaba la gente que llegaba por la calidad de sus aguas termales. El resto, casas bajas que todavía muestran sus maceteros y rejas completamente oxidadas. También almacenes de barrio demarcados por sus botellas. Y hasta un par de coches que aquella fatídica mañana sus dueños no tuvieron ni tiempo de sacar del garage, y hoy están destruidos por el salitre.
Era tan impresionante el escenario que pedaleábamos en silencio. La mayoría de las calles se hallaban despejadas por la máquina del municipio. Pero una, que estaba bloqueada por los escombros y tenía planchones de concreto, nos sirvió de excusa para trepar y pasar al otro lado, donde encontramos otro vehículo que había quedado en la calle y estaba desmoronado sobre sí mismo. ¡Hasta las cubiertas habían quedado blancas!
En el borde de la villa las aguas cortaban la calle. Decidimos desandar camino debido al peligro del salitre en las bicis. En una visita anterior, un ciclista anduvo a través de un tramo de agua, y al poco tiempo el mineral empezó a “trabajar” la llanta de aluminio, entrando por los niples de los rayos. Luego de unos meses tuvo que cambiar todo: cubiertas, cámaras, llantas, rayos, cadena y la pata trasera de la transmisión. El presupuesto no justificaba los fines.
Museo y regreso
Para descansar nos dirigimos a la antigua estación de tren, a la cual el agua no llegó. Allí funciona un museo imperdible. Hay recuerdos y fotos de la villa en plena temporada. Y también objetos recuperados de las casas sumergidas. Lo que más llamó nuestra atención fue la proyección de un video que narra toda la historia del lugar.
El tiempo se nos había ido de las manos. Emprendimos el regreso suponiendo que el viento nos empujaría. Pero las Leyes de Murphy tienen su variante biker: “Que sufras el viento en contra a la ida no significa que a la vuelta vaya a estar a tu favor”. En otras palabras, la brisa había muerto y el regreso hasta Guaminí fue agónico. La motivación para llegar fue un mensaje de texto del club ciclista: “Ya tiramos la carne en la parrilla”.
Nota publicada en la edición 473 de Weekend, febrero de 2012. Si querés adquirir el ejemplar, llamá al Tel.: (011) 4341-8900. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.
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