Saturday 20 de April de 2024
BIKE | 11-04-2019 16:11

En bicicleta por la Irán más profunda

Pensando en China como destino final, el autor atraviesa un país repleto de encantos y poblado por gente increíblemente hospitalaria.
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Llegué a Teherán, capital de Irán, con el temor y el respeto que me produce entrar a una gran ciudad en mi bicicleta y más aún teniendo en cuenta el nivel de conducción de vehículos que tienen los iraníes, que estará probablemente entre los peores del mundo. En esta gran urbe estuve cuatro días solicitando la visa a Turkmenistán, para buscarla en la frontera y así continuar el viaje por la Ruta de la Seda. Y también tramitando el visado chino que, para mi sorpresa, me otorgaron en sólo dos días cuando esperaba que eso tardara unos diez. Esto produjo un cambio en mis planes: en lugar de continuar directo a la frontera, a Mashad, decidí bajar hacia el sur para conocer más en profundidad el país, aunque esto significara adentrarme en el desierto, que en pleno verano podría ser peligroso dada las altas temperaturas.

Siguiendo mi estrategia de madrugar mucho y parar a la siesta, tomé la ruta 71 con la ilusión de conocer las principales ciudades turísticas de este país y también de dormir en el camino en las ruinas de los antiguos caravasares que aún se mantienen en pie. Los caravasares eran los lugares donde las caravanas de camellos y mercaderes paraban a descansar, reponer fuerzas y hacer negocios, dentro de ellos, mi camello de aluminio y yo nos sentíamos partícipes de una parte de la historia del mundo y esperábamos escuchar los relatos que sus paredes guardaban.

0411 iran en bicicleta

Sol y desierto

Tengo que decir que durante los 11 días que me llevó recorrer la distancia Teherán-Shiraz, lo peor pasó durante los primeros. De a poco sentía que mi cuerpo se adaptaba al calor y el mayor problema pasaba por encontrar poblaciones para abastecerme de comida y agua. Transitar por un medio hostil como ese mar de arena y casi nula vegetación, para mí como ciclista, era inversamente proporcional al placer de pedalear al atardecer con los últimos rayos de sol pintando las montañas de un color único o dormir en medio de la nada sin el sobretecho de la carpa y mirando el espectáculo gratuito de la bóveda celeste en movimiento constante sobre mi cabeza.

Como es natural en este tipo de viaje, cada día era distinto. El contacto con la gente lo hacía especial. Los iraníes son conscientes de su desmedida “mala prensa” en occidente y no pierden ocasión de brindarte su hospitalidad y demostrarte lo equivocados que estamos en este lado del mundo. La frase más escuchada es “no somos terroristas” y de mi experiencia tengo que decir que el único terrorista que vi por allá se despertaba a la misma hora que yo, se elevaba hasta el cenit, vestía de amarillo y no me abandonaba hasta la hora del ocaso.

Kashan, Isfahan y finalmente Shiraz fueron los puntos de mi periplo por aquellas tierras. Desde Shiraz subí a un colectivo con mi bici para desandar parte del camino recorrido y llegar a Mashad, la ciudad santa de los chiíes, una de las ramas del islam. Esta locación fue santa para mi también pues allí se desveló el secreto que me guardaban los turkmenos: una visa de tránsito de cinco días que me permitía cruzar los casi 500 kilómetros del desierto de Karakum hasta Uzbekistán.

0411 iran en bicicleta

Senderismo y cabalgata

El 1 de agosto marcaba mi entrada a Turkmenistán y el destino me tenía guardada una sorpresa. Claude y Stephanie, dos franceses en un tandem reclinado con quienes compartí varios días de viaje en bici, de senderismo y más adelante de cabalgata. Esa primera jornada fue muy dura; al calor se le unió el viento abrasante en contra y ellos decidieron parar a media tarde y continuar al otro día en transporte público. Mi testarudez transformó este cruce en un objetivo personal y, sintiéndome físicamente muy bien, sólo necesité cuatro días para llegar a Uzbekistán y reencontrarme con ellos en la frontera.

Bujara fue la primera ciudad pero mi interés estaba en la segunda que visitaría, Samarcanda, Patrimonio de la Humanidad. Vivía en mi cabeza desde que vi una foto de la magnífica plaza de Registán, uno de los monumentos mas fantásticos de Asia central y uno de los motivos que sembraron en mi cabeza la idea de recorrer la Ruta de la Seda. Con la satisfacción de haber cumplido un sueño, dejamos Samarcanda en dirección a Tayikistán, otro de los antiguos países que surgieron de la disección de la antigua Unión Soviética, para hacer una parada en un pequeño pueblo llamado Panjankent y allí darle descanso a las bicis para hacer tres días de senderismo por las montañas Fann.

Posteriormente, y previo paso por su capital, Dushanbe, continué solo hacia el Pamir, una gran cadena montañosa por la que discurre la segunda carretera más alta del mundo, la famosa M41 con varios pasos de montaña por encima de los 4.000 metros. Llegando hasta el paso Ak-Baital de 4.655 metros, pedaleando por una ruta desastrosa que corre paralela a la frontera afgana, de la que sólo me distanciaba el río Panj, y que una vez dentro del valle de Whakan tiene tramos en que la separación con el país vecino no es de más de 20 metros. Recuerdo, desde el otro lado del río, a los chicos gritarme y saludarme produciéndome una sensación fascinante por el hecho de tratarse de Afganistán y habiendo visto este país en las noticias durante tanto tiempo. Recorriendo esta ruta me reencontré con la pareja rumana que había conocido en Turquía y más adelante con Claude y Stephanie, con los que continué viaje durante otro tramo. El frío y el viento que agitaban nuestras carpas por la noche no nos permitieron dormir bien, más la mala alimentación por la imposibilidad de encontrar comida de calidad y la altitud hicieron que los días fueran realmente duros. El último paso de montaña que nos separaba de Kirguistán fue un suplicio para mí, porque me sentía francamente débil y la gran bajada que nos dejaba en Sary Tash ya al anochecer fue el placebo que mi cuerpo necesitaba para volver a alimentarme adecuadamente en Kirguistán.

0411 iran en bicicleta

Buena compañía

De Sary Tash retrocedimos hasta Sary Mogul y, con la llegada de otra pareja francesa y una amiga alemana, el grupo se agrandó a seis y desde allí volvimos a darle descanso a las bicis para irnos de cabalgata durante tres jornadas hasta la base del pico Lenin, la montaña más alta del Pamir con 7.100 metros y una invitada de lujo, Cotelettes, una perra callejera que comenzó a seguirnos y los chicos no dudaron en adoptar.

Una vez de vuelta, sólo Johana, la chica alemana, se quedó con nosotros, así que con las bicis encaramos la ruta que nos llevaría al paso de Irskeshtam, el lugar donde se unen el Pamir con las montañas Tian, que hacen de frontera para el que sería mi último país, China. La barrera final de este gran viaje estaba casi al alcance de mi mano.

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at Por Gabriel Duarte Errandonea

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