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BIKE | 25-07-2018 08:30

#Weekender: Aventura gasolera en bicicleta

Tres amigos pedalearon de Junín a Morse, en Buenos Aires. Una travesía de 170 km que les tomó más tiempo del planeado y que les deparó sorpresas de todo tipo.
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Nuestra aventura comenzó varias horas después de lo estimado, nos llevó dos días de más y resultó más divertida de lo previsto. El plan era ir de Junín a Los Toldos, mayormente por asfalto, y volver: 130 km que pensábamos hacer en un día, contemplando la eventualidad de regresar muy tarde y cansados a destino, para descansar allí Bruno, Cristian y quien escribe.

Arrancamos desde Junín, donde dejamos el auto frente del destacamento policial e informamos a los efectivos de nuestro plan. Era un día hermoso y salimos un poco tarde: a las 11 de la mañana.

Al iniciar nos dimos cuenta del verdadero desafío que iba a resultar el camino. Por motivos de seguridad y el estado de la ruta, descartamos el asfalto: tanto la 7 como la 65 no tienen banquina, cultivan baches y son muy transitadas. Así que, aún sabiendo que el recorrido nos iba a llevar más tiempo, nos puso contentos la idea de explorar los senderos de tierra. Nada puede equiparar a la magia de los caminos rurales y el aire de campo golpeando el rostro mientras uno pedalea.

Para nosotros eran caminos inexplorados y sin referencia previa. Nos guiamos con los GPS del celular y el compañero: Cristian Katena, quien con su seguridad supo enseguida por dónde teníamos que ir. El paisaje fue hermoso: caminos rurales típicos de la provincia de Buenos Aires, rodeados de campos verdes y cultivos de maíz pronto a la cosecha. Descubrimos que, en la cercanía al río Salado, la zona es arenosa y que en esta época las enormes cosechadoras dejan profundas huellas con sus ruedas gigantes que deterioran los caminos para las bicis. Así que pedalear fue una tarea intensa. Las ruedas se clavaban en la arena y, por momentos, patinábamos, así que en cada intersección nos deteníamos buscando un terreno menos dificultoso.

Llegamos a Baigorrita a las cuatro de la tarde. Nos sorprendió un pueblo hermoso, con edificaciones cuidadas que conservaban su fachada original para detenerlas en el tiempo. Los lugareños, al principio nos miraron con recelo y desconfianza, y cuando les explicamos qué hacíamos, con sonrisas y entusiasmo.

Postales para disfrutar

Recorrimos la calle San Martín buscando adónde abastecernos sin éxito, ya que era feriado y no había nada abierto. Nos detuvimos a comer la vianda bajo una hermosa glorieta de la plaza Modesto Ancel. Junto a ella, la estación de tren, hoy habitada por una familia que nos facilitó agua. También nos gustaron la Diócesis 9 de Julio, el bar La 33, el  Hotel Molinari y el cine teatro Italiano, en proceso de restauración.

Ya estábamos pensando en nuestro próximo destino, la localidad de Zavalía. Seguimos por caminos internos mientras tuvimos la suerte de observar la paleta de colores de un hermoso atardecer de otoño. Zavalía es un pueblito muy pequeño; nos detuvimos a comer en un almacencito al lado de la prolija plaza Saturnino Diez Niño. A vista de pájaro, llamaba la atención el destacamento policial y la imagen repetida e imponente de los enormes silos en el horizonte, postal que nos acompañó todo el viaje. Luego de recuperar energías y de un breve descanso, continuamos. Se hacía de noche y queríamos apurar la marcha para llegar a Los Toldos.

Cristian y Bruno debatían sobre si seguir por caminos rurales o ruta, el primero aduciendo cuestiones de seguridad y el segundo de tiempo. Me incliné por los rurales debido a que no hay nada más emocionante que recorrerlos de noche, escuchando los sonidos misteriosos que se cuelan entre las penumbras. En esa oportunidad contamos con una compañera infaltable: la luna que, en su fase creciente, nos iluminó el camino.

En Los Toldos

Con todo el cansancio acumulado, el camino fue duro pero súper emocionante. En el medio de la noche nos cruzamos con tractores que luchaban para pasar por debajo de los cables. Nos impulsaba la idea de llegar y preparar unos chorizos a la pomarola antes de que fuera tarde. No obstante, había una preocupación mayor: no teníamos idea de adónde podríamos tirar la carpa para pasar la noche. Llegamos a Los Toldos a las 20:30 para descubrir una señora ciudad, cabecera del partido y lugar de nacimiento de Eva Perón. Nos tranquilizó ver que había movimiento y pedimos indicaciones para instalar las carpas. Nuestro viaje era gasolero y pagar un hotel no era opción a pesar del frío que, al detener la marcha, comenzaba a sentirse en el cuerpo. En la comisaría, la respuesta de las autoridades fue óptima. Se entusiasmaron con nuestra cruzada y nos indicaron que podíamos acampar en un lugar llamado el pulmón verde; nos tomaron los datos y nos dijeron que no ibamos a tener ningún problema. Compramos pan, chorizos, cebolla y salsa de tomate para preparar la cena y nos dirigimos al lugar. Como nos olvidamos del aceite, tuvimos que improvisar.

Pasamos la noche frente al monumento a la Escarapela, un lugar iluminado y seguro. Armamos la carpa y nos pusimos a cocinar en la marmita de Bruno, mientras reíamos y repasábamos las anécdotas del viaje. La comida caliente fue bienvenida y, además de reparadora, estaba muy rica. Con la panza llena y el corazón contento, nos metimos en las carpas para levantarnos temprano, ver el pueblo y definir el regreso. Habíamos hecho más de 80 km por caminos arenosos con las bicis cargadas y nos fuimos a dormir con la satisfacción que invade luego de vivir semejante aventura.

La mañana era fría pero nada que unos buenos mates no lograran remediar. Visitamos la ciudad, nos sacamos una foto en el monumento a Evita y fuimos hasta el museo erigido en su casa familiar que, lamentablemente, se encuentra cerrado al público.

O’Brien a la vista

Visitar esta estación de tren de Los Toldos logró despertarme sensaciones raras, porque hasta hace poco pasaban formaciones a Bragado y La Pampa. Según me contaron, dejó de hacerlo desde un temporal en agosto del 2015 y seguirá así hasta que terminen de construir un puente nuevo sobre el río Salado. Nos sorprendió ver pasar sobre las vías a una camioneta tipo F-100 adaptada con dos soportes sobre los paragolpes para desplazarse por allí.

Luego de desayunar debatimos sobre volver a Junín o desviarnos y pasar por O’Brien. Ganó la opción más intrépida: recorrer más pueblos serviría para convertir en épica esta salida. A nivel paisaje, el camino fue cada vez mejor. Llegamos a General O’Brien a las 15:30. Paramos a almorzar en la plaza y tuvimos que aceptar la realidad: considerando los kilómetros que nos faltaban y el estado de los caminos, no nos parecía posible volver a Junín ese día como habíamos planeado. Las opciones eran hacer noche en ese lugar o seguir a un pueblo llamado Morse. Debíamos decidir rápido porque, a las 6 de la tarde, ya sería de noche y la Ruta 46 no invitaba a pedalear a oscuras.

Optamos por ir a Morse, así que apenas tuvimos tiempo de almorzar y salir a la ruta para aprovechar la luz del sol. Al grupo se sumó Negro, un perrito que nos siguió por 25 km a toda velocidad y con un ímpetu que jamás vi en otro animal. En la entrada a Morse cruzamos un cementerio que nos puso la piel de gallina. Ya se empezaba a palpitar una energía extraña en el lugar. Morse (localidad fundada en 1910), partido de Junín, nos recibió de noche. Un pueblo oscuro de 500 habitantes con tintes tan siniestos como la historia que oculta: en 2015, reconocieron el papel del destacamento Morse en el terrorismo de estado en la Argentina entre 1970 y 1980.

Las calles estaban habitadas por una jauría de perros que salían a ladrarnos y correr detrás de las bicicletas. Por suerte teníamos a nuestro guardaespaldas Negro para protegernos, que se tomó muy en serio el trabajo de cuidarnos.

Nuestro objetivo era doble, conseguir un lugar para comer y consultar en el destacamento adónde podíamos acampar. Nos indicaron un restaurante familiar, Lo de Greco, en el que cenamos muy bien a un precio irrisorio. Su dueño compartió historias del lugar y de bicicletas,  que le gustan mucho, y sugirió tirar las carpas en un parque coronado por un silo enorme del que se desprendieron sonidos durante toda la noche. Cuando salimos del comedor, Negro había decidido seguir su propio rumbo: no estaba más.

El regreso

El cansancio de los 60 km que había pedaleado y el frío hicieron que no me costara conciliar el sueño, pero en la madrugada escuché aullidos y gritos siniestros. Al despertar, el sol aún no asomaba y, al salir de la carpa, me topé con una niebla muy espesa que apenas permitía ver unos metros adelante. Cuando mis compañeros se levantaron y terminaron de preparar todo, desayunamos en una panadería y nos fuimos con la sensación de dejar un lugar con mala energía.

El camino de Morse a Junín fue el más lindo de todos. Pasamos por unos bosques de árboles colocados simétricamente, altos y finitos, cubiertos de bruma. Dejaban filtrar el sol ofreciendo un juego de luz magistral. La senda serpenteaba entre vegetación, lagunas y estancos. En los espejos de agua chapoteaba todo tipo de aves: patos que despegaban todos juntos y en sincronía, flamencos, cigüeñas e imponentes pelícanos.

Llegamos al destacamento de Laguna de Gómez cerca del mediodía y aprovechamos a darle un último vistazo a la laguna antes de emprender la vuelta en auto. Habíamos recorrido cinco pueblos en un total de 170 km. Una travesía que sólo se puede resumir en una sola palabra: épica.

Por Esteban Calabria

Nota completa en Revista Weekend del mes julio 2018 (edicion 550)

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