Friday 19 de April de 2024
BIKE | 03-04-2018 13:41

Saltos entre obstáculos

Recorrido en formato explorer por las orillas del río Uruguay a la altura de Salto, para descubrir el punto panorámico de la represa.
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He pedaleado bastante por la zona de Salto, en el noroeste uruguayo, pero aún tenía pendiente El Panorámico, así llamado por los bikers de Salto un sitio del río Uruguay maravilloso por sus vistas. El tramo recorre los 20 km que hay entre la ciudad y la represa de Salto Grande: un camino de ripio que serpentea entre chacras, cultivos de frutales y tramos de monte nativo.

Con mi hijo menor, Facundo, fuimos en auto hasta Salto, Uruguay, estacionamos frente al edificio de la aduana y empezamos a pedalear. El famoso Salto Chico se encontraba completamente al descubierto (el Salto Grande desapareció al construirse la represa). Unos pocos kilómetros por asfalto y en un cruce encontramos el cartel de señalización que indicaba el inicio del camino hacia uno de los puntos más interesantes: las Cuevas de San Antonio, excavadas por la acción del río durante años, que se aprecian con el cauce en bajante, por lo que las condiciones parecían apropiadas.

Abandonamos el asfalto donde otro cartel indicaba salir por la izquierda y tomamos velocidad rápidamente por la bajada natural del camino de tierra hacia el río. Pero duró poco: primero una bifurcación sin señalizar y, después, una pila de basura tamaño XXL. Para colmo, había gran cantidad de botellas rotas y seguir pedaleando era tajear una cubierta seguro, así que desmontamos. Caminando con las bicis hasta lo alto de la barranca nos encontramos el mismo panorama desolador: fogatas mal apagadas, botellas y papeles por todos lados. Y, para colmo, para bajar hasta las cuevas había que descolgarse por la barranca y las bicis quedarían arriba, solas. Lo miré a mi hijo y ni lo dudamos: volvimos caminando bajo un cielo caluroso y encapotado.

Fase dos del plan A

Una leve llovizna nos empezó a acompañar, cuando un cartel indicó la entrada al balneario María José. Desviamos hasta un bosque de eucaliptos inmenso, en cuya playa algunos pescadores bajaban sus lanchas y varias familias se refrescaban. Ni lo dudamos... Utilizamos las bicis de perchero, nos descambiamos y, en contados segundos, estábamos en el agua.

La mojadura nos vino bien para atacar nuestros sandwiches, activarnos rápidamente y explorar la playa que en ese lugar tiene más de 20 m aunque, mirando hacia el norte, vimos que se angostaba. Unos pescadores que alistaban su chalana nos dieron el dato preciso: la cota de la represa estaba baja y no “largaba agua”, por lo que quedaba un poco de costa y, salvo los árboles caídos y la desembocadura de un arroyo, se podía seguir.

Utilizando relaciones bajas fuimos buscando tracción. Algunas zonas de arena húmeda eran fáciles pero, cuando había barro producto de la erosión del monte, el tema se complicaba. Las ruedas se hundían mucho, por lo que era necesario tirar el cuerpo un poco para atrás y hamacar el manillar para que no se hundiera la rueda delantera.

El avance era lentísimo, y un par de árboles caídos nos complicaron aún más, porque toda su parte superior apoyaba en el río y ni siquiera vadeando podíamos pasar. Así que, cuerpo a tierra, Victorinox en mano y a serruchar algunas ramas para arrastrarnos  por debajo.

Respecto del arroyo que nos habían anticipado los pescadores, no tenía agua pero sí un terrible barro chicloso que no podíamos pisar, y menos pasar con las bicis. Tuvimos que meternos un poco en el monte bajo y cruzarlo más arriba. De paso, ligamos algunas espinas, infaltables en un explorer que se precie de tal. El premio fue que el tramo posterior, donde ya se veía la represa, estaba más transitable. Y, cuando teníamos la represa ahí, y hasta el sol se había dignado aparecer, las barrancas nos cortaron de plano. La formación rocosa se interna en el agua y fue imposible pasar.

Improvisación pura

Estábamos pensando qué improvisar cuando escuchamos unos gritos que provenían de una casita ubicada sobre la barranca, desde donde alguien nos hacía señas. Siguiendo esas indicaciones trepamos con la bici al hombro por una escalera precaria tallada en las piedras, ¡y aparecimos en medio de un cumpleaños familiar! Con buena onda nos ofrecieron agua fresca y mostraron el camino que seguía subiendo hacia el embarse. Salimos disparados dos kilómetros hasta un punto panorámico donde se apreciaba la represa y el majestuoso río Uruguay con el sol cayendo. Al grito de “merienda”, vaciamos los camelbaks de bananas, frutos secos y todo lo comestible que nos había quedado.

El regreso iba a ser por el famoso camino panorámico mientras el sol se iba. Le pregunté a Facu: “¿vos alguna vez pedaleaste por el ripio de noche?”. Ante su negativa le di una palmada en la espalda y le dije: “andá prendiendo las luces, ya vas a ver lo que es bajar a 40 km/h patinando en el canto rodado”.

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Aldo Rivero

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