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BIKE | 29-01-2018 08:33

Pedaleando bajo el agua

Por sexto año consecutivo se realizó el cruce del túnel subfluvial a bordo de bicicletas. Participaron más de 1.300 personas. Un cruce único en el mundo. Galería de imágenes.
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A todos los argentinos nos es común el término túnel subfluvial, pero tal vez por eso no comprendemos la magnitud de la obra. Inaugurado en 1969, los 2.500 m de túnel “Raúl Uranga – Carlos Sylvestre Begnis” apoyado en el fondo del río Paraná, unen a las provincias de Entre Ríos y Santa Fe, y diariamente cruzan por él más de 10.000 vehículos. Ahora, ¿qué tiene que ver esto con las bicis? Nada más y nada menos que es el ¿único? o uno de los pocos túneles subfluviales del mundo que se puede cruzar en bici. Una vez por año y tras un trabajo fenomenal de Médanos Bikes, en conjunto con los municipios de Santa Fe y Paraná, se organiza en noviembre el Cruce del Túnel.

En 2012, y para agasajar al túnel en sus aniversario, ciclistas de ambas ciudades partieron de una punta y de la otra para encontrarse en el medio. Y a partir del año siguiente se comenzó a organizar el evento partiendo de Paraná para almorzar en Santa Fe y retornar a la capital de Entre Ríos.

En 2016 “El Cruce” explotó y superó las 1.000 bicis. Por eso el llamado de Aldo Villalba –de Médanos Bikes– para invitar a revista Weekend a realizarlo no tuvo muchas vueltas... Mi sí fácil me traicionó al instante. La fecha de la convocatoria en Paraná –el finde largo de noviembre– no podía ser más perfecta: sol, calor... y cientos de ciclistas pedaleando por todos lados. Ya el día anterior la organización convocó a una pedaleada masiva por la costanera del río.

En marcha

El domingo amaneció glorioso. De a dos, de a tres o en multitud las caravanas se fueron engrosando a medida que nos acercábamos  al Club Náutico Paraná. El gran estacionamiento se colmó de autos, camionetas y hasta micros que descolgaban bicis de todos lados. Los que no habían retirado su kit de placa porta número y remera lo hacían en el momento. El panorama era multicolor, la alegría desbordaba y los ciclistas se reencontraban con compañeros de antiguas pedaleadas.

Al acercarse la hora se dieron las instrucciones y describió el trayecto. Pitazo de largada y tranquilamente la caravana enfiló hacia el túnel subfluvial. La sensación de ir bajando e internándose en él era emocionante... y ruidosa. Muchos bikers ya iban preparados (algunos habían realizado dos o tres cruces) con cornetas, pitos, y hasta equipos de música atados con precintos a la bici.

Con Rodrigo habíamos pedaleado en muchos eventos pero jamás en semejante clima de alegría. El cuarteto santafesino iba como piña. Y para sumar más, luces. Muchas bicis destellando como arbolitos de Navidad. En resumen: música, luces, pitos, cornetas, y los bikers reverberando en la acústica del túnel. La verdad es que en ningún momento pensé que las secciones de 10 m de diámetro del túnel estaban semienterradas en el fondo limoso del río y a 30 m de la superficie del Paraná.

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Los 2,4 km pasaron rápido. Ya desde la mitad del túnel se apreciaba la leve pendiente en curva que ascendía hacia Santa Fe y la interminable fila de bicis que la iban trepando. Y apenas asomados a la luz decenas de fotógrafos gatillaban al chorro de bicis que salían sin cesar, recibidos también por las sirenas policiales. Toda la mano de la autopista hacia Santa Fe era nuestra, y los automovilistas que esperaban cruzar hacia Paraná, parados al sol y lejos de estar molestos, nos tocaban bocina y saludaban.

Una vez encolumnados y luego de unos kilómetros, la organización ya tenían un puesto preparado: agua y turrones mientras esperábamos que la totalidad de los deportistas aparecieran desde abajo del agua.  Allí partimos nuevamente, admirando el delta de islas que separan ambas capitales provinciales y con un viento en contra importante. Pero esta vez no molestaba, éramos tantos que viajábamos a rueda (en succión de la bici delantera) y el mismo clima festivo lo minimizaba.

Entre saludos y bocinazos llegamos a otro lugar histórico: el puente colgante de Santa Fe, hermosa obra de ingeniería desde la que se aprecia la costanera. Allí retiramos nuestra vianda para descansar. La organización ya había anunciado que revista Weekend participaba del evento y, diferenciados por nuestra indumentaria oficial, muchos lectores pasaron a saludarnos.

El regreso

Luego de un descanso desanduvimos el mismo camino, cruzando el puente colgante, ahora con viento a favor y un terrible solazo, pero aliviado por los bomberos a manguerazo limpio. Una última parada con bebidas isotónicas para reagrupar a los ciclistas, y en cuanto se cortó el tráfico vehicular encaramos el segundo cruce. Si el primero fue lindo, el segundo fue mejor. Primero por el alivio de salir del sol ya que la frescura del túnel era celestial. Y segundo porque ya sabíamos que todo el mundo iba a hacer mucho ruido... Pero aun así nos sorprendimos. A pesar de los cornetazos y la música, se escuchaba casi a la salida del túnel ruido, mucho ruido. Y veíamos banderas flamear y gente bailando al costado de la subida: una murga nos recibió con sus hipnóticos y rítmicos tamboriles… ¡Sinceramente, emocionante! Con las manillares de las bicis casi juntos, con Rodrigo salimos hacia la luz. Lo miré y le dije: “¿Volvemos en el 2018?” “Volvemos”, afirmó.

Nota completa publicada en revista Weekend 544, enero 2018.

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Aldo Rivero

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