Monday 9 de December de 2024
AVENTURA | 19-03-2022 14:00

Relatos a cielo abierto: Los Cuentos de Nai

Estimulación temprana y consciente, o puro amor de padres, sumados a la innata capacidad de un niño de entender muchas cosas y manifestarlas, quizá mejor que un adulto. Una historia campera de Rodolfo Perri.

Las presentaciones de costumbre. Sergio Calo me acerca a un calvo total, afeitado, de mirada siempre en acción.

-Fabián Basualdo, el encargado, que nació cazador.

Estrecho una mano amplia y dura con el “mucho gusto” de rigor. Luego, con otro, la misma fórmula:

-Hugo, el tractorista.

Tomo contacto, así, con la estancia “Tres Hermanos”, en el confín del Partido de Dorrego. Con vacas y ovejas, entre pasturas, médanos auténticos, lagunas y pajonales, es uno de los tantos límites con lo que hoy queda de la pampa o, mejor, del “desierto martinfierrino”. Erguido en el estribo, recorro con la mirada todo el contorno. La mayor parte es horizonte puro, neto, “Como el mar, cuando, un instante, el crepúsculo nocturno pone rienda a su altivez” (al decir de Echeverría en La Cautiva).

Así empieza la nueva edición de Relatos a cielo abierto, te invitamos a escucharla por Radio Perfil.

El escenario me atrae, me subyuga; me reencuentro con el campo profundo de mi adolescencia, en los viejos pagos de San Antonio de Areco. Allá, ahora, los bosques implantados achican la perspectiva. Aquí, la pampa o el desierto, regresa de pronto con sus fueros de inmensidad. Las frases se cumplen como en un rito. Somos cazadores, intercambiamos datos y recuerdos. No estamos de cacería, es un breve paseo, fuera de temporada, y aprovecho para darme un baño de soledad. De pronto, nos invaden las risas agudas de dos chiquilines.

-Mis hijos –aclara Fabián-. Este es Naim, tiene doce; y ella es Naihara, de apenas ocho.

Me asombran desde el vamos, porque Naim llega a los comandos de un cuatriciclo a motor, con la hermana de copiloto. Apenas puedo hacer un cálculo entre la edad y su destreza, cuando ya estoy en plena charla con los dos. Me cubren de preguntas, pero todas en un tono respetuoso y prudente. Me tutean, claro. Y me flanquean en nuestra marcha hacia una camioneta. Anochece y haremos una batida; hay muchos zorros que cometen estragos con las ovejas; es la ley natural, dentro o fuera de las reglamentaciones vanas de los humanos. Aquí se crían ovejas; el zorro espera el parto y se roba el corderito. El campesino persigue al zorro que perjudica sus bienes, así de simple. A veces usa veneno, que es peor porque no es selectivo, como la carabina. También hay vizcachas, que son un manjar y a las cuales se controla, sin exterminarlas. Hechas las salvedades, partimos.

Comparto asiento con “Nai”, como opto por llamar a la niña, cuando me aclara que así le dicen sus compañeritas en la escuela. (“Nai” significa “madre”, en gallego). Su hermano se ubica en la caja, con el reflector, y es un iluminador de primera. Termina febrero y está fresco. Más allá de la tranquera nos espera el campo oscuro, como pozo ciego; y el cielo, con miríadas de estrellas.

Nai no se detiene en su charla, a pesar de las frenadas bruscas y algún que otro disparo. Me ilustra sobre el hecho de cazar. Estas son las ovejas Corriadale de su papá.

-Ahora ya tuvieron cría. A veces viene el zorro y se come una. Entonces va papá, y le tira. Casi siempre lo mata, pero yo me alegro cuando el zorro se escapa, -aclara-.

Continúa la charla, y me informa que las vizcachas también son dañinas, pero menos que el zorro:

-Salen de la cueva, cuando no hay luna, para cantar; lo hacen para que se vaya el miedo.

Y siguen, unas tras otras, sus frases prístinas e inesperadas.

De pronto despierto de mi modorra de 700 kilómetros de viaje y sin etapas. Estoy ante un descubrimiento, humilde y profundo. La niña me define la caza. No la comparte, pero acepta al padre cazador. Con blancos y con yerros,”así debe de ser”, afirma. Mira hacia arriba y dice:

-La noche es madre de las estrellas, y la luna su hija mayor. El sol es el padre del arco iris; las nubes son enojos de la noche, y si el enojo pasa, entonces llueve; y eso le hace bien a la tierra.

La charla resulta una melodía inolvidable. Nai produce momentos de modo incesante; y define capítulos de la vida, con absoluta inocencia y lucidez. Quedo prendado de esa mente bella; agradezco a algún dios del desierto este regalo, y sigo pendiente de sus discursos.

-Bueno, ahora me voy, porque Nai, mañana, cumple los 12; pero voy a volver, para contarle de la noche, el sol y el arco iris.

Se desdibuja tras el padre y el hermano. En el patio, detrás de una maceta, está Tamara, una liebre patagónica criada guacha, que la espera y acepta un trozo de pan duro. Nai ensaya varios pasos de danza alrededor del animal que no se inmuta.

Lentos, mi compañero y yo llevamos dos capturas: un zorro (por aquel equilibrio entre las especies), y una vizcacha, (por el otro equilibrio, el gastronómico). Sobre nosotros, la oscuridad y el silencio. En él, sin dudas, dedos mágicos tejen la tela de nuevos cuentos, para que Nai me los recite en mi próxima visita.

Ojalá, que así sea.

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Juan Ferrari

Juan Ferrari

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