Monday 2 de December de 2024
4X4 | 03-02-2020 13:03

Off road de altura para descubrir las perlas de Catamarca

Arrancamos en Belén para hacer pie en Antofagasta de la Sierra, visitar sus alrededores e iniciar un recorrido por los más interesantes lugares de la Puna catamarqueña.
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Desde Belén, Catamarca, la primera etapa será de aproximadamente 300 km hasta Antofagasta de la Sierra; esta ciudad a vuelo de pájaro es una cuña entre los cerros y el río. Nomás al comenzar a desandar la Ruta 40, la caravana va bordeando el serpenteante y ancho curso del río Belén. Durante el recorrido se suceden bellos paisajes y vamos disfrutando del juego de sombras y colores. Las barrancas de los cerros fueron talladas por la naturaleza con singulares ornamentos y formas, algunos semejan gigantes obras del período barroco. Así alcanzamos la intersección de la RN 36, que toma hacia el noroeste, y dejamos la 40. Antes, apenas una ancha huella con mucho serrucho, ahora una renegrida ruta de asfalto. Más comodidad y paisajes al alcance de más personas, un poco menos de sabor a aventura.

Cimas puntiagudas a la vista

Apenas pasamos el ingreso a Corral Quemado, la voz de la Negra Sosa lo nombra mientras flota en el viento la zamba De los mineros. Nos detenemos para trepar y tomar fotografías de lo que semeja un paisaje de barcos averiados, cuñas de débil material sedimentario que se resisten a degradarse y se elevan al cielo con forma de gigantescos navíos. Estamos en el paraje Puerto Viejo. Muchos trepan a las puntiagudas cimas para lograr su foto. Los kilómetros y los paisajes de suman, unos en el odómetro, los otros en la memoria.

 

A poco de dejar Barranca Larga nos volvemos a detener (en realidad lo tenemos que hacer varias veces para que los caravaneros puedan tomar fotografías de tan hermosos paisajes que se suceden momento a momento); luego de haber recorrido un estrechamiento entre cerros, el camino comienza a trepar y parece hundirse bajo una inmensa duna de arena, pero no; es una cerrada curva que la roza en su base.

Nos encontramos en la Cuesta de Randolfo. Estacionamos y, a fuerza de llenar el calzado de arena, trepamos hasta la cima. Algunos como niños descienden rodando por la pendiente mientras otros tratan de recuperar el aliento por el esfuerzo. Otros simplemente se tumban sobre la blanda superficie para observar el paisaje: los dibujos del viento en los suaves contornos llaman la atención.

Cerca del volcán Carachi

El más audaz improvisa con la tapa de una conservadora y se tira en estilo sandboard. Más adelante, un pequeño desvío a Barranca Larga nos regala la imagen de una fiesta regional con señalada (colocación de cintas de colores distintivas en las llamas) y riquísimas empanadas. El camino nos lleva a bordear El Peñón. Ingresamos a la huella que se dirige al Campo de Piedra Pómez, que ya visitamos en tantas ocasiones. Esta vez para tomar por la senda que rodea al renegrido Carachi Pampa, las camionetas ya están empachadas de asfalto; sedientas de tierra y arena. Llegaremos luego de superar y adentrarnos en un sector de traicioneras arenas que celosamente quieren resguardar el mágico paisaje, pero que finalmente abrirán huella para que los caravaneros puedan admirar su grandiosidad.

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A nuestro paso, el volcán Carachi Pampa nos saluda con su imperturbable presencia; así nos detenemos también en el caserío de los hijos de Doña Delfina Vázquez, vieja amiga de los caminos ya desaparecida. Los Vázquez están felices de vernos y que “no pasemos de largo, como todos que sólo vienen a ver sus paisajes”. Se alegran, nos invitan a pasar, los niños reciben con alegría unas golosinas y ellos se emocionan porque recordamos a su abuela, que vivía sola en el rancho al pie y como guardiana del volcán. Iniciamos desde allí una larga recta de arenal y volvemos al asfalto.

Estofado de llama

Es el turno de Los Negros (volcanes Alumbrera y Diamante), veteranos guardianes y portal de entrada a Antofagasta, un inmenso campo ennegrecido por antiguas erupciones invita a recorrerlo. Lo haremos al día siguiente. Bordeando la pequeña laguna de Antofagasta, pasamos luego junto al característico peñasco que antiguamente marcaba el comienzo del otrora pequeño pueblo puneño. La luna parece mecerse en su canto. Llegamos finalmente a nuestro lugar de descanso en la pintoresca localidad. Celia nos recibe como siempre con un buen estofado de llama para la cena.

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En el amanecer el sol se refleja en los rojos farallones, una típica y tranquila mañana de sol en Antofagasta, marco ideal para que los caravaneros se desperdiguen por toda la pequeña Villa y recorran cada uno de sus rincones, miradores, ríos, comercios de artesanías y vivencien de primera mano la cotidaneidad de la población.

Más tarde nos ponemos en marcha de nuevo para recorrer y conocer lugares donde la presencia de los originales habitantes de la zona queda demostrada en sus petroglifos y geoglifos que tapizan las paredes y los pisos rocosos de la zona. Así vamos tomando huella en dirección al Salar del Hombre Muerto pero nos desviamos antes, en el cartel indicativo de Real Grande.

A medida que avanzamos, el paisaje del poblado en el bajo se transforma en apenas un punto dentro de la inmensidad. Es sobrecogedor. Ya estamos llegando a los 4.000 msnm y en cercanías de la Quebrada del Cacao –donde se hicieron importantes hallazgos arqueológicos– máquinas y miembros de la caravana van sintiendo el esfuerzo. Seguimos trepando huellas. Uno de los vehículos comienza a levantar temperatura debido al viento de cola, que hace que el aire se embolse en la trompa y no refrigere lo suficiente. Debemos detenernos, lo ponemos unos minutos frente al viento y podemos seguir.

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Al sur y a la vista, el Campo de Piedra Pómez es una clara y gran mancha, semejante a la superficie lunar, que acaricia el horizonte abruptamente interrumpido por la oscuridad del Carachi Pampa. Por suerte, lentamente todos los caravaneros se van aclimatando y acostumbrando a la altura; será necesario pues llegaremos a 5.000 msnm. El paisaje es sumamente árido, vamos desandando quebradas, hondonadas, no por nada una de ellas se llama Quebrada Seca.

Coloridas papas andinas

Poco más adelante llegamos al Campo de Tobas, nos detenemos para admirar los hermosos geoglifos tallados sobre el piso rocoso. Increíblemente, hasta hace poco la zona no estaba delimitada y los vehículos pasaban sobre ellos con las previsibles consecuencias del daño. La toba (material arrojado por los volcanes durante la erupción como flujo piroclástico), tallada durante milenios, va transformando el paisaje a cada instante: diversidad de colores según sus minerales o tipo de oxidación, de amarillo intenso a rojos con suaves contornos, bruscos cambios de sentido en sus bordes o grandes rocas con puntiagudas aristas.

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Un pequeño hilo de agua da lugar a un oasis, es el refugio y casa paterna de nuestro guía local. Allí nos muestra cómo, con un poco de humedad, logra producir en su prolija quinta diversas clases de las coloridas y pequeñas papas andinas tan sabrosas, que arranca cuidadosamente del arenoso suelo. Por momentos bajamos en interminables toboganes de arenisca o trepamos de igual manera.

Dejamos de subir y esta vez nos adentramos en una quebrada. Allí un pequeño riacho desciende de una nueva huella que lleva al corazón del volcán Galán. Nos detenemos para comer algo y luego nos adentramos a pie en la estrecha quebrada para admirar las antiguas pinturas rupestres dejadas allí por sus primeros habitantes, en lo que hasta hace poco era un corral usado a diario en la veranada, mientras una pareja de aves rapaces nos vigila desde su nido, protegido por la gran altura de los peñascos.

La misma senda nos llevará de nuevo a Antofagasta, donde nos esperan la cena y el descanso, ya que desde aquí emprenderemos camino hacia el Salar de Antofalla, por la Cuesta del Diablo. Antonio y Catalina nos están esperando en la vega Las Quinuas… no sin antes visitar las lagunas y el Pucará.

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Marcelo Lusianzoff

Marcelo Lusianzoff

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